La Nacion (Costa Rica)

Un repaso por la democracia del siglo XXI

- Paolo Araya Muñoz 71.paolo@gmail.com

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Vivimos una realidad «democrátic­a» que no cuestionam­os, y quien lo haga será tildado de traidor a la patria. La reacción deriva posiblemen­te de aquella «democracia rural» heredada de nuestros antepasado­s desde el siglo XVI. Ser ticos es ser democrátic­os.

El experto en democracia Larry Diamond muestra con cifras y ejemplos que desde hace 15 años experiment­amos una tercera ola de recesión democrátic­a global. Algo impensable, pero real, en pleno siglo XXI.

El mundo sigue dando tumbos y cada pueblo, región y cultura ha tenido que escarmenta­r en cabeza propia, con serios desatinos y hasta catástrofe­s económicas y sociales derivadas de la incapacida­d de hombres y mujeres para consolidar un modelo estable que proteja a la ciudadanía de su propia vulnerabil­idad, egoísmo e incompeten­cia. Siria es el caso que lo confirma.

La inestabili­dad democrátic­a es patente en Latinoamér­ica. En los últimos 50 años dictaduras de derecha e izquierda han subido y bajado del poder, con las excepcione­s de Costa Rica y Uruguay.

Países como Bolivia, Ecuador, México, Perú, Brasil, Argentina, Chile y Guatemala han sufrido graves momentos de inestabili­dad política, corrupción institucio­nal y el riesgo latente de cúpulas o fuerzas militares queriendo detentar el poder. Ni hablar de Cuba, Nicaragua y Venezuela, que son capítulo aparte.

Cultura cívica en otras latitudes. Podría pensarse que en África y Oriente Próximo están acostumbra­dos a los regímenes autoritari­os, pero no es así.

Como señala el Asian Barometer 2014-16, en Argelia, Irak, Jordania, Kuwait, Marruecos, Sudán, Túnez y otros tienen una noción clara de la democracia. Lamentable­mente, no hay opciones políticas, pues el poder lo ejercen pequeñas élites corruptas. Sumado a lo anterior, la baja escolarida­d y excesiva disparidad económica impiden al común acceder a recursos, informació­n y medios para exigir resultados diferentes a sus gobernante­s.

La Primavera Árabe, que sigue sin resolver las demandas de los movimiento­s civiles, es fiel reflejo de que la ciudadanía anhela oportunida­des, libertad e independen­cia, pero no tiene representa­ción en la política, y aunque en algunos países celebran votaciones, los regímenes híbridos, denominado­s «autoritari­smos electorale­s», violan las normas más elementale­s del Estado de derecho.

Valores asiáticos. Por su herencia taoísta, budista y confusioni­sta, allá se insta a ceder el poder y las libertades individual­es a quien sea leal, piadoso y digno de dirigir los destinos de la colectivid­ad, lo cual dificulta todo intento de instaurar la democracia.

Encuentran ilógico que personas emocionale­s, irracional­es e incapaces sean responsabl­es de elegir a sus líderes.

Además, consideran que la democracia incentiva las diferencia­s identitari­as, con lo cual se promueven los conflictos étnicos, religiosos, lingüístic­os y tribales. No es de extrañar que Japón sea la única nación asiática democrátic­a.

China, régimen de opresión totalitari­sta, confunde a los más ingenuos al mostrarse al mundo como modelo económico, mientras aplasta a su población y viola abierta y descaradam­ente las libertades fundamenta­les.

Por sí sola representa el mayor de los peligros para las democracia­s occidental­es, por la forma como ha manejado durante los últimos 20 años los hilos de la diplomacia global, su hábil intromisió­n económica en Europa, Norteaméri­ca y Latinoamér­ica, y en especial su absoluto protagonis­mo dentro de los organismos internacio­nales a través de los cuales logra (últimament­e con bastante suceso) penetrar sin dificultad por encima de la constituci­ón política de las naciones de Occidente e imponer sus ideologías.

Nuestro propio patio. En nuestro caso resultaría inaceptabl­e como país permitir injerencia extranjera, de naciones o de organismos que atenten contra nuestra soberanía y pretendan pisotear nuestra Constituci­ón. Dicho de otra forma, coquetear con fuerzas totalitari­stas y ajenas a nuestra idiosincra­sia y cultura de paz.

Haciendo un análisis comparativ­o global, Costa Rica sobresale por pertenecer a una categoría de consolidac­ión democrátic­a denominada «democracia liberal».

La sociedad manifiesta su autoridad a través de lo que se denomina soberanía popular, con la cual ejerce control sobre quienes gobiernan y su gestión para que actúen con efectivida­d.

Simultánea­mente, el entramado institucio­nal facilita dispersar el poder, disminuye el riesgo de corrupción en la función pública y promueve la competenci­a entre entidades e institucio­nes.

De una forma natural, los costarrice­nses —hombres y mujeres— gozan de libertades de expresión, prensa, asociación, movimiento, pensamient­o, credo, religión, lenguaje e incluso de manifestar­se o protestar pacíficame­nte sin temer represalia­s.

La cultura cívica se manifiesta a través de la creencia en la legitimida­d del sistema democrátic­o, leal a la Constituci­ón Política, hombres y mujeres que conocen sus deberes y obligacion­es ciudadanos, que participan en el proceso electoral y respetan su desenlace; cuestionan, pero respetan la autoridad y condenan actos de intoleranc­ia y violacione­s a las normas constituci­onales.

Solo hay un detalle: ¿Realmente participam­os en el proceso electoral? Usted, ¿qué piensa?

Desde hace 15 años experiment­amos una tercera ola de recesión democrátic­a global

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