Una estrategia en memoria de Jamal Khashoggi
NUEVA YORK– El informe emitido por la comunidad de inteligencia de Estados Unidos sobre el asesinato del periodista saudita y residente permanente de Estados Unidos Jamal Khashoggi, en octubre del 2018 en el consulado de Arabia Saudita en Estambul, Turquía, confirma esencialmente lo que ya sabíamos.
La operación para capturar o matar a Khashoggi fue aprobada por Mohammed bin Salmán, el príncipe de la corona de Arabia Saudita y en muchos sentidos ya la persona más poderosa del reino.
MBS, como se lo conoce comúnmente, quería a Khashoggi muerto, tanto para deshacerse de un crítico irritante como para intimidar a otros potenciales críticos de su régimen.
Es poco probable que encontremos una pistola humeante, pero las huellas de MBS están por todos lados en el asesinato de Khashoggi. No solo hay abundante evidencia fotográfica y de comunicaciones de que fue perpetrado por gente allegada al príncipe de la corona. También está la simple realidad de que, en Arabia Saudita, nada de una magnitud política significativa sucede sin la autorización de MBS.
La administración del presidente Donald Trump miró hacia otro lado en aquel momento, como solía hacer cuando se trataba de violaciones flagrantes de los derechos humanos.
Es más, Trump quería evitar una ruptura con MBS, cuyas políticas antiiraníes eran valoradas y a quien consideraba central para la voluntad de su gobierno de comprar armamentos a fabricantes estadounidenses.
Giro de 160 grados.
La administración del presidente demócrata Joe Biden no piensa lo mismo. Ya ha distanciado a Estados Unidos de la participación en operaciones militares sauditas en Yemen. Y los derechos humanos están ocupando un papel central en su estrategia con el mundo.
El hecho de que Biden no se haya comunicado directamente con MBS, y en cambio llamara al rey Salmán, que está enfermo, subraya el deseo de Biden de separar la relación de Estados Unidos con el reino de la relación con el príncipe de la corona.
Pero esta separación probablemente resulte imposible de sostener. Estados Unidos no está en posición de impedir su ascenso al trono cuando su padre muera.
Todo intento por hacerlo casi con certeza fracasaría, y desataría en el proceso una respuesta nacionalista violenta, causaría inestabilidad doméstica, o ambas cosas.
La realidad es que Estados
Relaciones pragmáticas y condicionales con Mohammed bin Salmán podrían hacer posible una colaboración para impedir las ambiciones nucleares de Irán, poner fin a la guerra en Yemen y defender las perspectivas de una paz palestino-israelí
Unidos tiene muchas razones para mantener una relación de trabajo con un individuo que probablemente lidere durante décadas un país que es crucial para fijar los precios de la energía mundial, contener a Irán, frustrar actividades terroristas y, si decide hacerlo, promover la paz en Oriente Próximo.
Líderes viciados inevitables.
Arabia Saudita difícilmente sea el único país en el mundo donde Estados Unidos tiene que lidiar con un líder viciado.
La administración Biden acaba de firmar un importante acuerdo de control de armas nucleares con Rusia, aunque el presidente de ese país, Vladímir Putin, intentó matar —y ya lo tiene encarcelado— a su principal rival político.
La principal diferencia entre él y el príncipe de la corona saudita en esta instancia es su competencia para eliminar a los oponentes.
O consideremos a China. Funcionarios de la administración Biden acusan al gobierno chino de llevar a cabo un genocidio contra la minoría uigur.
De ser así, están acusando al presidente chino, Xi Jinping, de genocidio, ya que no hay manera de que lo que esté sucediendo en la provincia de Xinjiang pudiera pasar sin su aprobación.
Sin embargo, Biden recientemente habló con Xi y seguramente se reunirá con él con regularidad para discutir sobre Corea del Norte, comercio, cambio climático y mucho más.
No me malinterpreten. Biden no se equivoca cuando sella acuerdos con Putin y Xi. Los intereses estratégicos y económicos de Estados Unidos así lo exigen, y la capacidad de Estados Unidos de influir en el comportamiento ruso y chino en sus países es limitado.
Estados Unidos puede y debe criticar y sancionar, pero sería irresponsable y contraproducente que toda una relación bilateral con Rusia o China fuera rehén de sus políticas domésticas.
La política exterior no tiene que ver con una señalización de virtudes; tiene que ver con defender intereses. Priorizar y compartimentar es esencial.
Llevarlos al terreno de la diplomacia.
En el caso de MBS, ese realismo podría traducirse en oportunidad. La promesa de reuniones con funcionarios de la administración Biden debería negociarse por un firme compromiso de que nunca más apuntará a un oponente político de esta manera y de que liberará a los defensores de los derechos humanos encarcelados. Llevar a los sauditas al terreno de la diplomacia podría preservar la posibilidad de una solución de dos Estados para el conflicto palestino-israelí.
Los Emiratos Árabes Unidos acordaron normalizar las relaciones con Israel solo cuando Israel aceptó no anexar territorio palestino ocupado durante por lo menos tres años.
Se dice que MBS está dispuesto a construir puentes con Israel, pero su padre no, y gran parte de la población saudita podría resistirse.
Incluso a un gobierno israelí comprometido con la expansión de asentamientos judíos en los territorios ocupados le podría resultar difícil resistirse a frenarlos a cambio de vínculos diplomáticos y de paz con el reino.
Debería pasar mucho tiempo antes de que MBS, hoy tan expuesto públicamente, sea invitado a Estados Unidos, mucho menos a visitar la oficina oval.
Pero rechazar un acuerdo con él no es la respuesta. Relaciones pragmáticas y condicionales con él podrían aportar protección y libertad a muchos sauditas, hacer posible una colaboración para impedir las ambiciones nucleares de Irán, poner fin a la guerra en Yemen y defender las perspectivas de una paz palestino-israelí.
Nada de lo anterior le devolvería la vida a Khashoggi, pero le daría un mayor significado a su muerte.
RICHARD HAASS: presidente del consejo sobre relaciones exteriores de estados Unidos, es el autor de «The World: a Brief introduction».