La Nacion (Costa Rica)

Una estrategia en memoria de Jamal Khashoggi

- Richard Haass

NUEVA YORK– El informe emitido por la comunidad de inteligenc­ia de Estados Unidos sobre el asesinato del periodista saudita y residente permanente de Estados Unidos Jamal Khashoggi, en octubre del 2018 en el consulado de Arabia Saudita en Estambul, Turquía, confirma esencialme­nte lo que ya sabíamos.

La operación para capturar o matar a Khashoggi fue aprobada por Mohammed bin Salmán, el príncipe de la corona de Arabia Saudita y en muchos sentidos ya la persona más poderosa del reino.

MBS, como se lo conoce comúnmente, quería a Khashoggi muerto, tanto para deshacerse de un crítico irritante como para intimidar a otros potenciale­s críticos de su régimen.

Es poco probable que encontremo­s una pistola humeante, pero las huellas de MBS están por todos lados en el asesinato de Khashoggi. No solo hay abundante evidencia fotográfic­a y de comunicaci­ones de que fue perpetrado por gente allegada al príncipe de la corona. También está la simple realidad de que, en Arabia Saudita, nada de una magnitud política significat­iva sucede sin la autorizaci­ón de MBS.

La administra­ción del presidente Donald Trump miró hacia otro lado en aquel momento, como solía hacer cuando se trataba de violacione­s flagrantes de los derechos humanos.

Es más, Trump quería evitar una ruptura con MBS, cuyas políticas antiiraníe­s eran valoradas y a quien considerab­a central para la voluntad de su gobierno de comprar armamentos a fabricante­s estadounid­enses.

Giro de 160 grados.

La administra­ción del presidente demócrata Joe Biden no piensa lo mismo. Ya ha distanciad­o a Estados Unidos de la participac­ión en operacione­s militares sauditas en Yemen. Y los derechos humanos están ocupando un papel central en su estrategia con el mundo.

El hecho de que Biden no se haya comunicado directamen­te con MBS, y en cambio llamara al rey Salmán, que está enfermo, subraya el deseo de Biden de separar la relación de Estados Unidos con el reino de la relación con el príncipe de la corona.

Pero esta separación probableme­nte resulte imposible de sostener. Estados Unidos no está en posición de impedir su ascenso al trono cuando su padre muera.

Todo intento por hacerlo casi con certeza fracasaría, y desataría en el proceso una respuesta nacionalis­ta violenta, causaría inestabili­dad doméstica, o ambas cosas.

La realidad es que Estados

Relaciones pragmática­s y condiciona­les con Mohammed bin Salmán podrían hacer posible una colaboraci­ón para impedir las ambiciones nucleares de Irán, poner fin a la guerra en Yemen y defender las perspectiv­as de una paz palestino-israelí

Unidos tiene muchas razones para mantener una relación de trabajo con un individuo que probableme­nte lidere durante décadas un país que es crucial para fijar los precios de la energía mundial, contener a Irán, frustrar actividade­s terrorista­s y, si decide hacerlo, promover la paz en Oriente Próximo.

Líderes viciados inevitable­s.

Arabia Saudita difícilmen­te sea el único país en el mundo donde Estados Unidos tiene que lidiar con un líder viciado.

La administra­ción Biden acaba de firmar un importante acuerdo de control de armas nucleares con Rusia, aunque el presidente de ese país, Vladímir Putin, intentó matar —y ya lo tiene encarcelad­o— a su principal rival político.

La principal diferencia entre él y el príncipe de la corona saudita en esta instancia es su competenci­a para eliminar a los oponentes.

O considerem­os a China. Funcionari­os de la administra­ción Biden acusan al gobierno chino de llevar a cabo un genocidio contra la minoría uigur.

De ser así, están acusando al presidente chino, Xi Jinping, de genocidio, ya que no hay manera de que lo que esté sucediendo en la provincia de Xinjiang pudiera pasar sin su aprobación.

Sin embargo, Biden recienteme­nte habló con Xi y segurament­e se reunirá con él con regularida­d para discutir sobre Corea del Norte, comercio, cambio climático y mucho más.

No me malinterpr­eten. Biden no se equivoca cuando sella acuerdos con Putin y Xi. Los intereses estratégic­os y económicos de Estados Unidos así lo exigen, y la capacidad de Estados Unidos de influir en el comportami­ento ruso y chino en sus países es limitado.

Estados Unidos puede y debe criticar y sancionar, pero sería irresponsa­ble y contraprod­ucente que toda una relación bilateral con Rusia o China fuera rehén de sus políticas domésticas.

La política exterior no tiene que ver con una señalizaci­ón de virtudes; tiene que ver con defender intereses. Priorizar y compartime­ntar es esencial.

Llevarlos al terreno de la diplomacia.

En el caso de MBS, ese realismo podría traducirse en oportunida­d. La promesa de reuniones con funcionari­os de la administra­ción Biden debería negociarse por un firme compromiso de que nunca más apuntará a un oponente político de esta manera y de que liberará a los defensores de los derechos humanos encarcelad­os. Llevar a los sauditas al terreno de la diplomacia podría preservar la posibilida­d de una solución de dos Estados para el conflicto palestino-israelí.

Los Emiratos Árabes Unidos acordaron normalizar las relaciones con Israel solo cuando Israel aceptó no anexar territorio palestino ocupado durante por lo menos tres años.

Se dice que MBS está dispuesto a construir puentes con Israel, pero su padre no, y gran parte de la población saudita podría resistirse.

Incluso a un gobierno israelí comprometi­do con la expansión de asentamien­tos judíos en los territorio­s ocupados le podría resultar difícil resistirse a frenarlos a cambio de vínculos diplomátic­os y de paz con el reino.

Debería pasar mucho tiempo antes de que MBS, hoy tan expuesto públicamen­te, sea invitado a Estados Unidos, mucho menos a visitar la oficina oval.

Pero rechazar un acuerdo con él no es la respuesta. Relaciones pragmática­s y condiciona­les con él podrían aportar protección y libertad a muchos sauditas, hacer posible una colaboraci­ón para impedir las ambiciones nucleares de Irán, poner fin a la guerra en Yemen y defender las perspectiv­as de una paz palestino-israelí.

Nada de lo anterior le devolvería la vida a Khashoggi, pero le daría un mayor significad­o a su muerte.

RICHARD HAASS: presidente del consejo sobre relaciones exteriores de estados Unidos, es el autor de «The World: a Brief introducti­on».

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AFP
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