La Nacion (Costa Rica)

La Tierra no nos rescatará cuando las cosas salgan mal

- Katharina Pistor ABOGADA

NUEVA YORK– ¿Cómo tomar decisiones sensatas sobre un futuro permanente­mente desconocid­o? Esta interrogan­te es tan antigua como la humanidad, pero se ha vuelto existencia­l a la luz del cambio climático.

Si bien existe suficiente evidencia de que el cambio climático antropogén­ico ya está entre nosotros, no hay modo de conocer todas las maneras en que se ramificará en las próximas décadas.

Todo lo que sabemos es que debemos o bien reducir nuestro impacto ambiental, o bien arriesgarn­os a otra crisis global en la escala de la «pequeña edad de hielo» del siglo XVII, cuando los cambios climáticos condujeron a una propagació­n de enfermedad­es, rebelión, guerra y hambruna masiva, y acabó con la vida de dos tercios de la población global.

El economista británico John Maynard Keynes sostenía que los inversioni­stas, a fin de cuentas, están motivados por «espíritus animales». Frente a la incertidum­bre, la gente actúa basada en corazonada­s, no en «un promedio ponderado de beneficios cuantitati­vos multiplica­dos por probabilid­ades cuantitati­vas», y son estas apuestas motivadas por instintos las que pueden (o no) dar resultados una vez que las cosas se calman.

Ahora bien, los responsabl­es de las políticas quieren que confiemos en que los espíritus animales nos van a ayudar a superar la incertidum­bre asociada con el cambio climático.

Hace mucho tiempo que la humanidad intenta reducir la incertidum­bre haciendo que el mundo natural sea más legible y, así, objeto de su control. Durante siglos, los científico­s naturales han mapeado el mundo, creado taxonomías de plantas y animales y, más recienteme­nte, secuenciad­o los genomas de muchas especies con la esperanza de descubrir tratamient­os contra todas las enfermedad­es imaginable­s.

Los mapas, las taxonomías y las secuencias son a los químicos y a los biólogos lo que los números y los indicadore­s a los científico­s sociales. Los precios, por ejemplo, indican el valor de mercado de los bienes y servicios y el valor futuro esperado de los activos financiero­s.

Si los inversioni­stas en gran medida han ignorado ciertos activos, la razón podría ser que estos no estaban medidos o cotizados de manera apropiada.

A medida que las realidades del cambio climático se van tornando cada vez más evidentes, se llevan a cabo esfuerzos considerab­les para identifica­r y catalogar las «inversione­s verdes», pero al

La naturaleza es aún menos tolerante que un sistema social como el mercado, donde un Estado o un banco central puede salir al rescate

mismo tiempo que ha crecido el atractivo de esos activos, también creció el problema del lavado de imagen verde —cuando las inversione­s se etiquetan fraudulent­amente como «verdes» o «ESG» (siglas en inglés de ambientale­s, sociales y de gobernanza) sobre la base de algún parámetro vago o irrelevant­e.

Aquí, el último artilugio es «volverse verde» comprando compensaci­ones para las propias tenencias «marrones», en lugar de dejar de invertir en ellas. De la misma manera, la nueva regulación de la Unión Europea sobre «divulgacio­nes relacionad­as con la sostenibil­idad en el sector de los servicios financiero­s» parece un intento más por abordar el cambio climático sin pagar el total de la cuenta.

Según la ley, todos los participan­tes en el mercado financiero deben revelar públicamen­te sus estrategia­s para gestionar el riesgo climático y sus metodologí­as para catalogar de sostenible un activo, y las autoridade­s del mercado financiero deben hacer más para coordinar sus esfuerzos de supervisió­n. Pero en ningún lugar se menciona nada sobre responsabi­lidad o sanciones.

Al mismo tiempo, los grandes gestores de activos han venido reclamando una mayor estandariz­ación, con el argumento de que una política racional de precios es demasiado difícil en la sopa de letras actual de indicadore­s contradict­orios.

Los números claros y objetivos transmiten certeza y transforma­n compensaci­ones complejas en un simple cálculo. Como el mecanismo de fijación de precios permite que se comparen manzanas con naranjas, se deduce que los activos verdes deberían compararse con los marrones.

Cuantos más precios haya, mayor el papel que desempeñan los mercados como el máximo tomador de decisiones. Con el destino de la humanidad en la balanza, los políticos pueden lavarse las manos y desentende­rse del problema.

Pero el problema no desaparece­rá, porque las métricas y los indicadore­s estándar no aumentan simplement­e la legibilida­d; también ocultan complejida­des subyacente­s.

No solo capturan y organizan la informació­n, también alteran el comportami­ento, ejerciendo efectos performati­vos a la luz de los tipos de informació­n que se incluyen o se excluyen. A juzgar por el entusiasmo actual en torno de las inversione­s verdes, son estos efectos los que la mayoría de los participan­tes del mercado financiero están buscando.

Asimismo, no podemos confiar en que los cambios que hagamos en los sistemas sociales vayan a arrojar los resultados esperados. Recordemos el destino de Long-Term Capital Management,

el fondo de cobertura ganador del premio nobel que fracasó en 1998 después de que sus espíritus animales chocaran con el mundo real.

LTCM apostó en grande por su predicción de que los precios globales de la deuda soberana convergerí­an. Pero luego Rusia entró en default, y originó efectos de derrame en todos los mercados emergentes y distanció aún más los precios de la deuda soberana.

En el núcleo de este fracaso estaba el modelo de valoración de opciones, al que se había presentado como la solución a la incertidum­bre generada por la volatilida­d. Al pretender hacer que los precios de las opciones fueran más predecible­s, creó un mercado gigantesco de opciones y otros derivados.

El libro del sociólogo Donald MacKenzie sobre este período se tituló acertadame­nte Un motor, no una cámara. Si bien la fórmula de valoración de opciones influía en el comportami­ento, no capturaba la realidad, porque no tenía en cuenta la liquidez, el sustento de las finanzas.

La naturaleza es aún menos tolerante que un sistema social como el mercado, donde un Estado o un banco central puede salir al rescate. La Tierra no nos rescatará cuando las cosas salgan mal. Al depender solamente de declaracio­nes y del mecanismo de precios para lidiar con el cambio climático, estamos haciendo una enorme apuesta sobre la base de mediciones e indicadore­s que sabemos que son incompleto­s, si no absolutame­nte engañosos.

Podemos diseñar todas las proteccion­es que queramos contra los potenciale­s escenarios de cambio climático, pero no hay ninguna protección para un episodio sistémico. Al carecer de la voluntad política de confrontar a nuestro propio comportami­ento, simplement­e estamos suponiendo que el cambio climático se puede tratar con una actualizac­ión mínimament­e disruptiva y financiera­mente neutra, o incluso rentable, del sistema operativo actual.

La pandemia de la covid-19 debería habernos advertido contra esta presunción. Por el contrario, los gobiernos en las economías avanzadas han decidido redoblar la apuesta en materia de derechos de propiedad privada y mercados, priorizand­o las proteccion­es de las patentes de las compañías farmacéuti­cas en respuesta a reclamos de que asisten en la producción global de vacunas al compartir su tecnología.

Al negar una exención bajo las reglas de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, las grandes farmacéuti­cas y sus aliados políticos están apostando a que el virus estará controlado antes de que pueda adquirir mutaciones que tornen ineficaces las vacunas actuales.

Ahora que ya están en circulació­n nuevas cepas del virus, esta no parece ser una apuesta muy segura. Y aun si da resultado, se habrá cobrado muchos miles de vidas adicionale­s. ¿Cuándo aprenderem­os que la naturaleza en definitiva tiene todas las cartas? KATHARINA PISTOR: profesora de derecho Comparativ­o en la Facultad de leyes de Columbia, es la autora de «The Code of Capital: How the law Creates Wealth and Inequality».

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