El peligroso discurso de odio de Ortega y Murillo
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y la vicepresidenta Rosario Murillo han exacerbado en las últimas semanas el discurso de odio que durante más de una década han promovido desde el poder contra ciudadanos que demandan un cambio democrático en el país.
De manera cada vez más frecuente, los gobernantes utilizan todos los medios de comunicación para imponer abusivamente una cadena nacional de radio y televisión en la cual predican el odio, la intolerancia y la violencia.
El discurso oficial se basa en la estigmatización de «los otros» como «enemigos», y tienen como única coartada no decir la verdad y el cinismo, y por ello algunas personas consideran que lo que Ortega y Murillo repiten cada día carece de importancia, porque no tiene ninguna credibilidad.
Probablemente, la mayor parte de la gente apaga la radio y la televisión oficiales y no les dan ningún crédito; sin embargo, el discurso de odio de los gobernantes es extremadamente peligroso para la convivencia nacional, porque legitima ante sus partidarios el ejercicio de la violencia con impunidad.
Cada vez que Ortega y Murillo lanzan amenazas con virulencia, le están otorgando una licencia a una minoría fanatizada para insultar, agredir, perseguir, torturar e incluso matar al ciudadano que reclame libertad y justicia en Nicaragua.
Eso fue lo que ocurrió en La Trinidad, el 19 de julio del año pasado, cuando Jorge Luis Rugama fue asesinado de un disparo en la cabeza por un fanático sandinista, solamente porque gritó «¡Viva Nicaragua libre!».
Y cuando el agresor, Abner Pineda, fue sometido a la justicia, el juez invocó como atenuantes que el funcionario de la alcaldía sandinista de Estelí padecía un supuesto trauma psicológico como resultado de la protesta ciudadana contra el régimen y que, además, «se encontraba en estado de ebriedad». El asesinato, que se mantiene en la impunidad, forma parte de la cosecha de odio de Ortega y Murillo.
Burla machista. En su discurso en el Día Internacional de la Mujer, el caudillo sandinista, señalado como un contumaz violador de los derechos de las niñas y las mujeres, se burló de sus víctimas y hasta clamó por la erradicación del machismo.
Ortega alegó campantemente que en Nicaragua existe libertad de expresión, aunque su gobierno persigue a los periodistas, censura a los medios independientes, confiscó las redacciones de Confidencial y 100% Noticias y criminaliza hasta el acto patriótico de ondear la bandera nacional.
En estos días el joven Sergio Beteta fue declarado culpable en un tribunal por presuntos crímenes de tenencia de armas y drogas, fabricados en la cárcel presuntamente por la Fiscalía y la Policía, aunque su único «delito» fue quemar la bandera del FSLN y ondear la bandera azul y blanco en una protesta solitaria a la vista de transeúntes y periodistas. A pesar de las pruebas a su favor, un juez orteguista está pidiendo contra él 16 años de cárcel, por ejercer la libertad de expresión.
El discurso de Ortega y Murillo también promueve el odio y la confrontación entre pobres y ricos. En nombre de los desposeídos y la «chusma», el comandante truena contra los millonarios y oligarcas, aunque en Nicaragua todo mundo sabe que la familia presidencial forma parte de los superricos.
Para justificar la represión y el Estado de sitio policial, Ortega también alega que su gobierno fue víctima de una tentativa de golpe de Estado, pero ninguna comisión internacional de derechos humanos ha encontrado algún indicio de la supuesta conspiración durante las protestas de abril.
Lo único documentado son las denuncias que deben ser investigadas sobre los crímenes de lesa humanidad, como los asesinatos, las torturas y las ejecuciones extrajudiciales atribuidas a sicarios del régimen.
Clamor desde el cautiverio.
Sin embargo, a pesar del miedo que provoca la violencia, la persecución, la cárcel y el exilio, en estos casi tres años de represión y estado de sitio, el régimen Ortega Murillo nunca ha podido quebrar la moral y la dignidad de un solo preso político, que desde la prisión siguen reclamando un cambio a través de elecciones libres.
Bastaría con constatar esta derrota política y moral del régimen para proclamar que el discurso de odio de Ortega y Murillo representa una política fracasada. Pero eso no disminuye su peligrosidad en una sociedad polarizada, donde los perpetradores de la violencia siempre han estado protegidos por el poder de las armas y la impunidad.
Exhorto respetuosamente a los obispos de la Conferencia Episcopal, al liderazgo moral de la Iglesia católica, a que renueven su exigencia ante los gobernantes para que cese el discurso de odio que promueve la violencia, antes de que haya más víctimas que lamentar. Apelo a la dignidad de los servidores públicos — civiles y militares— a decir basta al discurso de odio de Ortega y Murillo para que nunca más un nicaragüense sea asesinado por gritar «¡Viva Nicaragua libre!», o encarcelado por ondear la bandera nacional.
Demando a los precandidatos de la oposición a la presidencia de la República que se sumen a la campaña de los familiares de las víctimas de la represión para conseguir la libertad de los presos políticos y obtener justicia por los asesinados. También llamo a los grandes empresarios a exigir la suspensión del Estado policial y a impulsar una reforma electoral para que los nicaragüenses decidamos en una elección libre si queremos seguir otros cinco años con la prédica de odio y violencia de Ortega y Murillo o emprender la reconstrucción del país en democracia.
El relato legitima ante sus partidarios el ejercicio de la violencia con impunidad