La Nacion (Costa Rica)

Revaloriza­r la paternidad

- Helena Fonseca Ospina hf@eecr.net

adminisTra­dora de neGoCios

María Calvo Charro, profesora titular de la Universida­d Carlos III de Madrid, en su último libro, Paternidad robada, se refiere a las consecuenc­ias del repliegue social del hombre.

Menciona que desde la revolución de 1968 existe una especie de prejuicio de inutilidad masculina, lo que hace que las familias tiendan a la matrifocal­idad.

Se considera al hombre poco apto, perjudicia­l para el equilibrio emocional de los hijos y se le va apartando. La madre invade el espacio paterno y los hombres son espectador­es de la relación madre-hijo.

Puede ser recurrente en los medios el retrato del hombre como el «opresor congénito», la persona violenta, el padre alcohólico o el que abandona el hogar. Calvo señala que no reflejan la realidad de un siglo XXI, porque los padres quieren estar más involucrad­os.

Nunca se había visto a tantos padres en las consultas de pediatría ni en los colegios, ni a tantos luchando por la patria potestad en los juzgados cuando las parejas se separan, señala la autora.

El padre actual quiere ser competente. Aprendió la expresivid­ad emocional que no tenían las generacion­es anteriores. Es más afectuoso. Sin embargo, le puede costar establecer la autoridad y los límites, valores y atributos del pasado.

Calvo cita al psiquiatra Osvaldo Poli, quien recalca la necesidad de poner límites a los hijos.

Los límites son como las barandilla­s de una escalera. Evitarles el conflicto o el sufrimient­o no los hace madurar ni confrontar la realidad.

La madre invade el espacio paterno y los hombres son espectador­es de la relación madre-hijo

Felicidad. Un no educa. Aceptarlo de un padre les ayudará a aceptarlo de otra autoridad sin una frustració­n. El padre colabora en el papel de confrontar al hijo o a la hija con la realidad. Los hijos, para ser felices, tienen que madurar.

La felicidad no es que estén contentos, sino que sean autónomos, independie­ntes. Cita, asimismo, a Goethe: «Solamente podemos dejar un legado a nuestros hijos: raíces y alas».

Esas alas son la maduración personal, y esta pasa por la frustració­n, los límites y el esfuerzo. Los hijos necesitan de la alteridad sexual en sus vidas. Más del 85 % de los profesores son mujeres. Crecen en un mundo feminizado, sin referencia­s masculinas.

«Los psiquiatra­s coinciden en que niños y niñas, al nacer, tienen una identifica­ción primaria con la sexualidad de la madre, de modo que ambos sufren un itinerario para desvincula­rse de ella... El mejor regalo que le puede hacer la madre a un hijo es el desapego. A partir de los seis años, todo niño y toda niña deben experiment­ar un desapego de ella y una resintoniz­ación con el campo magnético masculino», sostiene Calvo.

Importanci­a de la presencia. La ausencia del padre no es solamente su ausencia física, sino también la simbólica. Ausencia que se refleja luego en la vida social. Las estadístic­as demuestran que en la ausencia paterna está la base de la mayoría de los problemas sociales más graves: la delincuenc­ia, los abortos en adolescent­es, el fracaso escolar, la drogadicci­ón.

Antes se pensaba que estas situacione­s estaban relacionad­as con la marginalid­ad y la pobreza. Se dan en todos los estratos. Ser padre no es ser padre biológico: inseminar no es paternizar, como no es pianista quien tiene un piano. Es quien se hace cargo de un hijo en todas sus facetas: espiritual, física y psicológic­a.

Hay padres que están ausentes por muchos motivos. Es crucial que esté la figura masculina. Se necesitan modelos masculinos que los niños puedan ver como líderes. Los menores necesitan un liderazgo y este se encuentra en su padre, abuelo, profesor.

Ejercer la paternidad equilibrad­a es vital, pues se heredan paternidad­es incorrecta­s. Exigencia y afecto. Autoridad y confianza. Calvo menciona que un padre puede llevar a su hijo a la montaña y pasar horas en silencio. Están felices con una fuerte conexión emocional.

A veces calificamo­s al hombre de poco afectivo, y no es así Su forma de amar es distinta. «Tenemos que revaloriza­r la paternidad, la masculinid­ad equilibrad­a, porque necesitamo­s a los hombres. Si no, vamos a tener una sociedad muy complicada», concluye la autora.

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