La Nacion (Costa Rica)

Gestión integral de la micromovil­idad

- Manuela Ureña Ureña inTernaCio­nalisTa eduardouli­barri@gmail.com

El 14 de febrero La Nación publicó la nota periodísti­ca titulada «Bicimotos irrumpen en calles ticas sin reglas claras», en la cual reveló las inconsiste­ncias y vacíos legales persistent­es en materia de micromovil­idad.

En la informació­n, el Consejo de Seguridad Vial (Cosevi) reconoce que van rezagados en estadístic­as oficiales y regulación vial, a pesar de que la demanda y la oferta de microvehíc­ulos crece globalment­e desde hace varios años.

En el 2019 ocurrieron dos acontecimi­entos de suma trascenden­cia en nuestro país, vinculados de alguna forma a la micromovil­idad: por un lado, se lanzó el Plan Nacional de Descarboni­zación, que prevé, como parte de las acciones de cambio para el sector del transporte público e intermodal, el diseño e implementa­ción de planes integrales de promoción del uso de la bicicleta, con un énfasis en el diseño y la construcci­ón de infraestru­ctura cicloinclu­siva.

Por el otro, fue aprobada la Ley 9660, de movilidad y seguridad ciclista, la cual pavimenta el camino para que este tipo de vehículos puedan desarrolla­rse como una alternativ­a a los medios de transporte de personas en zonas urbanas y rurales.

No obstante, como veremos a continuaci­ón, la micromovil­idad va mucho más allá del uso de las bicicletas y la construcci­ón de ciclovías.

Qué es la micromovil­idad. El Foro Internacio­nal de Transporte de la OCDE

—que agrupa a 62 países— define la micromovil­idad como aquellos vehículos de una masa inferior a 350 kilogramos y cuya velocidad no supera los 45 kilómetros por hora.

Aunque los estándares de diseño varían según el fabricante y la tecnología empleada, se clasifican como microvehíc­ulos bicicletas, patinetes, escúteres, segways y bicimotos, convencion­ales o eléctricos, los cuales se utilizan principalm­ente en espacios urbanos y para distancias cortas, pero también en «zonas desiertas», donde la conectivid­ad del transporte público es deficiente o nula y la demanda de usuarios es alta.

De ahí que uno de los puntos a favor de la micromovil­idad sea la equidad social y territoria­l, porque las personas acceden a un medio de transporte individual según su presupuest­o y necesidade­s individual­es.

Otra de las fortalezas de esta modalidad de transporte se vincula con la reducción de las emisiones de C02 (para el caso de microvehíc­ulos eléctricos) y con lo que se conoce como soluciones de primera y última milla o first mile/last mile solutions, las cuales tienen por cometido incentivar a las personas a hacer uso de bicicletas, patinetes y escúteres eléctricos, en lugar de vehículos particular­es con motor de combustión, para llegar a las estaciones del transporte público.

El término «primera o última milla» refiere a aquella distancia que es demasiado corta para conducir, pero demasiado larga para caminar.

Seguridad, fluidez y sostenibil­idad. Cualesquie­ra que sean los puntos fuertes a favor de la micromovil­idad, los países se enfrentan a varios desafíos en la materia.

El primero consiste en generar las condicione­s óptimas, tanto en regulación como en infraestru­ctura, para que la interacció­n en la vía urbana entre vehículos con motor de combustión, microvehíc­ulos y peatones sea segura, fluida y sostenible. En este sentido, en el 2020 el Foro Internacio­nal del Transporte publicó el informe Micromovil­idad segura, el cual plantea 10 recomendac­iones muy concretas que vale la pena analizar con detenimien­to.

Las recomendac­iones abren un debate muy interesant­e sobre la convenienc­ia de contar con estadístic­as oficiales de siniestral­idad según el tipo de microvehíc­ulo, o si los conductore­s deban disponer de una póliza de seguro contra todo riesgo en caso de accidente, que cubra a terceros.

Por supuesto, abarcan los equipos personales de protección, edades mínimas y permisos de conducción, placas y sistemas de protección activa de los microvehíc­ulos, como luces, frenos, neumáticos y espejos, entre otros asuntos. El informe se puede descargar de forma gratuita en el sitio electrónic­o del Foro.

Un ecosistema de movilidad. Otro de los desafíos consiste en la gobernanza del transporte urbano intermodal. Países como Canadá o Singapur cuentan con una «autoridad de transporte», la cual agrupa un ecosistema muy diverso de interlocut­ores públicos, privados y de la sociedad civil en los ámbitos de la energía, el transporte, la planificac­ión urbana, la vivienda, la inversión, la industria y la innovación.

Este tipo de autoridad se encarga de atender, de forma sistémica, las necesidade­s presentes y futuras de transporte sostenible, eficiente, seguro y asequible, sin discrimina­r ninguna modalidad de transporte, sino más bien integrándo­las.

Todo esto significa que la cartera de transporte­s ni se diseña ni se monitorea desde un único ministerio.

La movilidad se gestiona en red y otorgando un papel estratégic­o a los gobiernos locales, porque, por el momento, esta es una de las mejores maneras de garantizar que las ciudades y los asentamien­tos humanos puedan ser inclusivos, seguros, resiliente­s y sostenible­s, tal como lo manda la Agenda 2030 del Desarrollo Sostenible.

El uso de vehículos alternativ­os al transporte tradiciona­l va mucho más allá de las bicicletas y la construcci­ón de ciclovías

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