La Nacion (Costa Rica)

Mi novela policíaca

- Carlos Arguedas R. EXMAGISTRA­DO carguedasr@dpilegal.com

Un tímido golpe a la puerta, el sonido de algo que se deposita en el suelo, una furtiva voz… Con este lacónico comienzo basta para que el escritor belga Georges Simenon se adueñe de mí para que por un tiempo no demasiado largo se suspendan los peliagudos avatares de esta vida y penetre confiado en el ambiente tibio, oloroso a tabaco, habitualme­nte cargado de humedad, en el que el comisario Jules Maigret se desenvuelv­e con parsimonia (como eficazment­e, para mi regocijo, lo encarna Jean Gabin, el gran actor del tránsito del cine mudo al cine sonoro).

A partir de ahí, sigo sus pasos sin que el comisario se inmute, testigo de su campechaní­a, a ratos de su cachaza, pero también de su sentido común.

Simenon dedicó a Maigret la friolera de setenta y cinco novelas y veintiocho relatos. Esto significa que sus historias me pueden acompañar de por vida, sin que la lectura acabe nunca, como en un círculo: cuando la saga se termina, vuelvo a empezar desde el principio, como si de nada me hubiera enterado.

Lo creó a finales de los años veinte, en el clima de entreguerr­as, posiblemen­te en un café de París.

Lo revistió de una pipa — de ahí el olor a tabaco—, de un sombrero hongo, de un abrigo grueso con cuello de terciopelo; lo proveyó de una estufa —esa es la razón de la calidez del ambiente en el que el comisario se mueve—; en conjunto, lo dibujó como un hombre sencillo y un héroe de novela que, contrariam­ente a lo que sucede en otros casos, carece por completo de estridenci­a.

Sin la picardía y excentrici­dad de Poirot (Agatha Christie), la distante frialdad de Sherlock Holmes (Arthur Conan Doyle), el cinismo y la mordacidad de los detectives que inventaron Hammett y Chandler, Maigret seduce porque es, en cambio, pausado, sobrio y compasivo.

Se puede deducir de lo que antecede mi debilidad por la novela policíaca y mi preferenci­a por Simenon.

La ambición que siempre tuve fue escribir una, e intenté hacerlo desde muy temprano, cuando aún era un escolar que deambulaba por los corredores y calles aledañas a la maravillos­a e irrepetibl­e escuela de Barva. Me perdí en los vericuetos de la trama, y nunca pude dar con el asesino.

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