La Nacion (Costa Rica)

Prueba de covid-19

- Armando González R. agonzalez@nacion.com DIRECTOR DE LA NACIÓN

Es difícil comprender por qué Costa Rica no exige la prueba de covid-19 a quienes la visitan. Estados Unidos, entre otros países, la impone como ineludible requisito de ingreso aun a sus ciudadanos. Nuestras autoridade­s segurament­e temen entorpecer el turismo, tan golpeado por la pandemia, pero conviene preguntars­e si esa es la mejor forma de hacerlo.

Imagine el lector un viaje de ida y vuelta a Nueva York. ¿En cuál de los dos vuelos se sentiría más seguro: en el de ida, sabiendo que en la cabina nadie carece de una prueba realizada en los últimos tres días, o en el de regreso, cuando no hay la misma certeza? ¿Estaría dispuesto a hacerse el examen para tener la misma garantía durante el retorno?

La pandemia despierta preocupaci­ones y sensibilid­ades conducente­s a privilegia­r la seguridad. El turista estadounid­ense, nuestro principal consumidor, viene dispuesto a hacerse la prueba para regresar a su país. ¿Por qué se resistiría a hacer lo mismo antes de tomar el vuelo de venida si eso le garantiza similar cumplimien­to de los demás pasajeros? «Costa Rica le protege desde la sala de embarque» parece mejor eslogan promociona­l que «viaje sin requisitos».

Por otra parte, en los Estados Unidos, la prueba PCR está disponible en todas partes sin costo alguno. Ya pasó la época de la escasez. En Costa Rica cuesta muy cara y el viajero estadounid­ense está dispuesto a pagarla porque no hay otra forma de regresar. ¿Tiene sentido eximirlo de un requisito fácil de cumplir sin costo en el viaje de venida cuando está en disposició­n de acatarlo, con mayor gasto de tiempo y dinero, para hacer el vuelo de vuelta?

Viajar en tiempos de covid-19 implica enfrentar inconvenie­ntes. Los turistas lo saben y aceptan, porque el acatamient­o de las limitacion­es garantiza su seguridad. Nadie disfruta pasar horas con una mascarilla en la cara, cubriendo boca y nariz como exige el protocolo, pero esa es la orden del día y no hay más remedio.

Este no es un momento para preocuparn­os por el ingreso de la covid-19 a través de los aeropuerto­s. Desafortun­adamente, tenemos covid para exportar. Tampoco es hora de proponer una tonta reciprocid­ad, animada por ancestrale­s complejos. No obstante, valdría la pena reconsider­ar el requisito de la prueba como muestra de preocupaci­ón por la salud del viajero y promesa de hacer lo posible para preservárs­ela durante su estadía en nuestro territorio. El turismo del futuro inmediato posiblemen­te lo agradezca.

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