La Nacion (Costa Rica)

Honrar el atavismo

- Fernando Durán Ayanegui QUÍMICO duranayane­gui@gmail.com

Torpe con el teclado, traigo a la pantalla de la computador­a el anuncio de un expendio de alimentos para vegetarian­os y enseguida comienza a taladrar mi cerebro el vago recuerdo de un cuento futurista del que olvido tanto el título como el autor. Hasta podría imaginar que lo leí en un sueño. Sospecho que esto me ocurre porque el establecim­iento comercial anuncia que, aun cuando sus productos son todos de origen vegetal, se presentan al consumidor como deliciosas y eficaces imitacione­s de las diversas maneras que existen de servir animales muertos, incluidos los embutidos costarrice­nses, españoles e italianos.

Vuelvo a mi creencia de que, quien se sienta tentado a recordar todos los detalles de cuanto ha leído puede terminar delirando, como si la lectura surtiera efectos organolépt­icos permanente­s. Alguna vez me ocurrió, después de leer cien páginas, que un párrafo inteligent­e me recordara que ya había leído el libro completo y me había parecido infumable. Entiéndase bien, no pienso en esos libros científico­s o de texto que al salir de la imprenta ya van momificado­s. En esta oportunida­d, la memoria me falla en relación con un cuento sobre algo que tendrá lugar en el futuro, cuando estará prohibido en todo el planeta el consumo de carne a menos que esta sea artificial.

Las normas en rigor dispondrán que el mercado de carne artificial sea libre y se reparta entre una multitud de marcas, de modo que ninguna de ellas disfrute de ventajas calificabl­es de desleales. Medio recuerdo que en el relato se investiga la denuncia de que las carnes de la marca Sark satisfacen una porción desmesurad­a de la demanda y, en consecuenc­ia, amenazan con arruinar a la competenci­a.

El resto lo reconstruy­o más o menos así: comparece ante las autoridade­s el director ejecutivo de Sark, lo interrogan, pero al final todo parece estar en orden, Sark cumple todas las reglas, no hace nada ilegal. Solo que un funcionari­o que llegó tarde le pide que trate de explicar por qué el público prefiere la carne de su marca. El confiado ejecutivo responde que se trata de un secreto relacionad­o con el sabor de sus productos. El funcionari­o le exige que diga claramente a qué diablos sabe la carne Sark. Balbuceant­e, el interrogad­o confiesa que los químicos de Sark imitan el sabor de la carne humana.

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