La Nacion (Costa Rica)

Democracia­s retorcidas

Reformas bienintenc­ionadas destinadas a mejorar la democracia han logrado todo lo contrario: gobiernos fuertes en el papel, pero débiles en la práctica

- Andrés Velasco ECONOMISTA

LONDRES– Pedro Castillo es un populista autoritari­o y de izquierda que carece de la simpatía o el carisma que suelen tener los populistas.

Keiko Fujimori es una populista de derecha encarcelad­a recienteme­nte, hija de un antiguo dictador que cumple una condena de 25 años por asesinato, secuestro y corrupción. Los dos juntos, Castillo y Fujimori, recibieron menos de un tercio de los votos en la primera vuelta de las elecciones celebradas hace poco, pero uno de ellos será el próximo presidente de Perú.

Lo único cierto es que a quien gane en la segunda vuelta le será muy difícil gobernar. Perú Libre, el partido de Castillo, tiene solo 37 de los 130 escaños del Congreso y Fuerza Popular, de Fujimori, tiene 24. Es posible que ella llegue a reunir una mayoría porque otros tres partidos de derecha tienen 45 escaños en total. Pero la colaboraci­ón y la voluntad de formar coalicione­s son algo ajeno a la política peruana. La mayor parte de los partidos se forman en torno a la pasajera popularida­d de un solo líder, y dedican su tiempo y energía a derribar a todo político que trata de gobernar. Esto es lo que Fujimori y su partido hicieron con Pedro Pablo Kuczynski, quien la derrotó por un estrecho margen en las elecciones del 2016, y con Martín Vizcarra, quien sucedió a Kuczynski luego de que este renunció en el 2018.

Ecuador se encuentra en un aprieto similar. Guillermo Lasso, banquero conservado­r, será presidente tras derrotar estrechame­nte en la segunda vuelta a Andrés Arauz, economista de izquierda y cercano colaborado­r de Rafael Correa, expresiden­te que hace poco fue condenado a ocho años de prisión por soborno. Pero CREO, el partido de Lasso, tendrá solo 12 de los 137 escaños del Congreso, que podrían elevarse a 31 si llega a obtener el apoyo del Partido Social Cristiano. En contraste, el partido de Correa tiene 48 y Pachakutik, el movimiento indígena cuyo candidato obtuvo un sólido tercer puesto en las presidenci­ales, tiene 27.

Lasso no triunfó por haber prometido un crecimient­o económico más rápido, sino porque la mayoría de los votantes no quiso volver a vivir la tóxica combinació­n de populismo y mano dura de la época de Correa. Al igual que el próximo presidente de Perú, Lasso enfrentará enormes dificultad­es para gobernar. Es probable que sus planes de reformas promercado queden en el olvido.

Débil gobernanza.

No es que los electores se estén volviendo más volubles y los políticos más irresponsa­bles. Son las reglas de la democracia en América del Sur las que promueven la fragmentac­ión política y la división en el gobierno. Pero la disminució­n del poder de los políticos no se ha traducido en una mayor satisfacci­ón de los votantes. Por el contrario, la débil gobernanza ha resultado en una política cada vez más caótica, políticas públicas mediocres, pobres resultados en lo social y lo económico (el épico fracaso en el control de la covid-19 es solo el último ejemplo) y una ciudadanía cada vez más frustrada.

El tipo de régimen político (presidenci­al o parlamenta­rio) y de sistema electoral (mayoritari­o o proporcion­al) son los dos elementos que definen la política de un país. La combinació­n de un régimen parlamenta­rio y la representa­ción proporcion­al ha producido democracia­s modelo en Escandinav­ia. La fórmula parlamenta­ria de mayoría simple con un escaño por distrito, propia del sistema de Westminste­r y adoptada por Canadá y otras naciones de la Mancomunid­ad Británica, también funciona bien. El excepciona­lismo estadounid­ense se manifiesta en la conjunción de presidenci­alismo y sistema electoral mayoritari­o (un escaño por distrito en la Cámara de Representa­ntes, 2 escaños por estado en el Senado). Más allá de las payasadas del expresiden­te Donald Trump, esa combinació­n ha sostenido casi 250 años de democracia estable.

Y luego está la estrambóti­ca combinació­n de presidenci­alismo y sistemas electorale­s proporcion­ales, vigente solamente en América Latina. Los presidente­s son elegidos por un período fijo, que deben cumplir cuenten con la mayoría en el parlamento o no. Y los sistemas proporcion­ales, que asignan los escaños de acuerdo con el porcentaje de votos que obtiene un partido, producen los congresos fragmentad­os que se acaban de elegir en Perú y Ecuador, y que naciones como Brasil, Colombia y Chile han debido sobrelleva­r en años recientes.

Con las elecciones de dos vueltas ahora consagrada­s en la mayor parte de las constituci­ones de la región, el ganador puede atribuirse un mandato robusto, que abrirá el camino a profundas reformas. Esta promesa, formulada en tono solemne la noche de las elecciones, se desvanece en la cruda luz del amanecer. La aplastante mayoría de la segunda vuelta rápidament­e se transforma en una débil minoría en el congreso.

Algunos presidente­s, como Sebastián Piñera en Chile, terminan por ceder a los caprichos de las oscilantes coalicione­s parlamenta­rias. Otros, como Jair Bolsonaro, en Brasil, se ven obligados a depender de los votos de grupos (el llamado Centrão) con los que apenas comparten principios, lo que produce políticas volátiles e impredecib­les. Y otros, como el padre de Fujimori, Alberto, simplement­e clausuran el Congreso y asumen poderes casi dictatoria­les, algo con lo que ha amenazado Castillo si la legislatur­a peruana actúa de manera contraria a su voluntad.

Sistema de partidos.

La combinació­n de un presidente con un período fijo y un sistema electoral proporcion­al nunca fue una buena idea. Y se ha vuelto aún peor debido al declive de otra institució­n crucial para la democracia: los partidos políticos. Estos nunca fueron fuertes ni estables en buena parte de los países de la región. En los pocos países en que sí lo fueron —Colombia, Costa Rica, Chile y Uruguay— hoy parecen una sombra de su pasado. Por ejemplo, actualment­e en Chile existen 15 partidos legítimame­nte constituid­os, y media docena está en proceso de constituir­se. Ningún partido o coalición cuenta con una mayoría en el Congreso. En el 2020 solo el 7 % de los chilenos dijo tener confianza en los partidos, los que han sido descritos como «hidropónic­os»: flotan por encima de la sociedad sin tener raíces en ella.

El declive de los partidos políticos en la región obedece, en parte, a reformas bienintenc­ionadas. Se pensó que hacer más proporcion­al el sistema electoral reflejaría mejor la creciente diversidad de la sociedad; sin embargo, resultó en la creación de múltiples partidos muy pequeños que no representa­n a nadie. Las primarias supuestame­nte iban a reforzar la democracia interna de los partidos, lo que de hecho sucedió, pero los expuso a que puedan apoderarse de ellos personajes sin trayectori­a política cuya fama proviene de la televisión o las redes sociales. Lo que se avanzó en transparen­cia como consecuenc­ia de las reformas al financiami­ento de las campañas, también originó un colapso en la disciplina partidaria, ya que los líderes de los partidos perdieron poder frente a los parlamenta­rios díscolos que solo buscan publicidad. Asimismo, el uso frecuente de plebiscito­s ha permitido que pequeños grupos de activistas se apropien de la agenda política.

El problema no se limita a América Latina. Los politólogo­s de la Universida­d de Yale Frances McCall Rosembluth e Ian Shapiro sostienen que «reformas descentral­izadoras» similares llevadas a cabo en Estados Unidos y Europa, con el objeto de «devolver el poder al pueblo» han debilitado a los partidos y producido «políticas que son contraprod­ucentes para la mayoría de los votantes». Paradójica­mente, mientras más se acerca el poder político a las bases, más desencanta­das se sienten estas.

De modo que Perú y Ecuador, al igual que Brasil y Chile antes, tendrán líderes fuertes en teoría, pero débiles en la práctica. Prometerán mucho, pero podrán cumplir poco. Muy pronto los electores se sentirán frustrados, y jurarán que se van a «deshacer de los granujas» para reemplazar­los por personas realmente comprometi­das con los intereses populares. Académicos y activistas propondrán nuevas reformas destinadas a empoderar a los votantes. Y luego se repetirá el mismo ciclo y aumentará aún más la ira de la ciudadanía. No es una secuencia que vaya a terminar bien.

ANDRÉS VELASCO: excandidat­o a la presidenci­a y exministro de Hacienda de Chile, es decano de la escuela de Políticas Públicas de la london School of economics and Political Science.

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