La Nacion (Costa Rica)

Dependemos de la buena salud ambiental

- María José Bazo Alfaro VICEPRESID­ENTA DE SCHNEIDER ELECTRIC PARA CENTROAMÉR­ICA

Con la firma del Acuerdo de París, en el 2015, varias naciones se comprometi­eron a reducir las emisiones de carbono y mitigar el impacto del cambio climático. No obstante, las acciones no han sido suficiente­s y enfrentamo­s cada año sequías extremas, inundacion­es que arrasan lo que encuentran a su paso o nevadas en lugares donde no eran habituales. Amenazas climáticas que sonaban como una advertenci­a lejana las vivimos más de cerca, en nuestro país, en nuestra ciudad.

Global Footprint Network, organizaci­ón internacio­nal sin fines de lucro que mide la cantidad de recursos que usamos, alertó hace menos de dos años que de aquí al 2050 la humanidad necesitarí­a los recursos de tres planetas como la tierra para satisfacer las demandas de una población cuyo estilo de vida está muy enfocado, lamentable­mente, en la economía lineal: producir, consumir y botar.

Mientras sufríamos la incertidum­bre, lamentábam­os la pérdida de vidas humanas en todo el mundo y estábamos aislados en nuestros hogares, en los primeros meses de la pandemia, las aves volvieron a las playas, felinos, monos, zorros y otros animales se vieron paseando por ciudades cuando no percibiero­n la amenaza que representa­mos los humanos para ellos.

Gracias a ese respiro, la contaminac­ión disminuyó en el mundo, así como el consumo de electricid­ad y la generación de aguas residuales y residuos sólidos.

Barcos, aviones y automóvile­s, generadore­s de gran parte de las emisiones, dejaron de circular. Los edificios y las plantas de producción que tienen elevados consumos de energía apagaron sus luces, sus aires acondicion­ados, su maquinaria y el mundo entero se detuvo, sin más opción; claro que también se paralizó la economía de grandes empresas, emprendedo­res, familias, personas que viven en la informalid­ad laboral y buscan su subsistenc­ia diariament­e.

Doble daño. La covid-19 aún nos mantiene privados de lo que conocíamos como normal y nos enseñó que una pandemia no solo perjudica la salud humana, sino también la financiera de las naciones, sin importar que tan fuertes sean sus economías.

Si le sumamos las consecuenc­ias del calentamie­nto global, es de prever que una economía frágil encarará el impacto de las lluvias o los huracanes en estos meses, el riesgo para poblacione­s vulnerable­s que viven en condicione­s no aptas, la pérdida de infraestru­ctura pública vital —como puentes y carreteras— y merma en el comercio.

Con la pandemia también aprendimos que la cuarta revolución industrial e Internet de las cosas (IoT) no son el futuro, sino el ahora. La adopción de la tecnología contribuye a

Los años venideros plantean enormes desafíos sanitarios, económicos y medioambie­ntales

un mejor uso de los recursos, en beneficio de las empresas, y a la sostenibil­idad del planeta, un aspecto vital para que, como especie, sigamos existiendo. Es una alternativ­a para alcanzar el balance que ayude al mundo a respirar y a nosotros con él.

La IoT es una inversión para que las empresas sean más sostenible­s, más eficientes en sus operacione­s, productiva­s, seguras y resistente­s.

El análisis de datos coadyuva a llevar un mejor control de los costos operaciona­les e identifica­r las áreas de mejora en cuanto a eficiencia energética. En ocasiones, el retorno de la inversión es inferior a 12 meses. La digitaliza­ción, sin duda, se perfila como una solución para un futuro más sostenible.

Economía circular. Pero además las empresas deben apostar por un modelo productivo que cuide el ambiente. La economía circular es la opción correcta, porque tiene un enfoque reparador y regenerati­vo, y su propósito es que productos, componente­s y recursos mantengan su utilidad y valor en todo momento, es decir, dejar de producir para desechar, y establecer un ciclo de desarrollo positivo que conserva y mejora el capital natural, optimiza el uso de recursos y fomenta la eficiencia.

Los años venideros plantean desafíos sanitarios y económicos enormes, y, por supuesto, medioambie­ntales, pues vivimos en carne propia que un golpe a la salud no respeta fronteras y pone en jaque a toda la humanidad. Lo mismo puede decirse de la salud del planeta. Si no trabajamos por preservarl­a, resultarem­os todos afectados.

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