La Nacion (Costa Rica)

¿Es el desarrollo verde un oxímoron?

- Ricardo Hausmann ECONOMISTA

CAMBRIDGE– Supongamos que usted es una autoridad económica en un país en desarrollo. El ingreso per cápita de su país es una fracción del de Estados Unidos, Europa occidental o Japón. Su economía ha crecido en los últimos 30 años, pero también las economías más ricas, lo que significa que la brecha de ingresos apenas se ha movido. Los jóvenes de su país están impaciente­s y sueñan con irse a otra parte, muchas veces corriendo un alto riesgo personal, en busca de una vida mejor.

Ahora le dicen que, debido al dióxido de carbono emitido principalm­ente por las economías avanzadas, su país tendrá que adaptarse a un clima cambiante y restringir las emisiones de CO2, lo que se traducirá en un costo de la energía más caro y en un progreso económico más difícil. ¿Debería usted desestimar las cuestiones verdes y, en cambio, concentrar­se exclusivam­ente en el desarrollo nacional?

No. No debería hacer eso. La razón es que la descarboni­zación transforma­rá los patrones globales de producción y comercio de manera tan radical que las nuevas oportunida­des de crecimient­o sin duda aumentarán para los países astutos del sur. Su objetivo no debería ser frenar el calentamie­nto global restringie­ndo las emisiones domésticas, sino más bien forjarse un papel en una economía mundial que se vuelve más verde a pasos acelerados.

Como sostiene Bill Gates en su reciente libro How to Avoid a Climate Disaster (Cómo evitar un desastre climático), producir electricid­ad verde y electrific­ar todo lo que se pueda, como el transporte, es esencial para toda estrategia destinada a alcanzar cero emisiones netas. Pero descarboni­zar por completo el transporte —un desafío gigantesco— solo nos permitirá avanzar una cuarta parte del camino. El mundo también necesitará cambiar la manera como produce acero, aluminio, cobre, cemento, fertilizan­tes, combustibl­es, calor y hasta alimentos y ciudades.

Almacenami­ento e hidrógeno. La buena noticia en el frente de la descarboni­zación es la caída drástica de los costos de la energía solar y eólica. El problema es que la intermiten­cia de estas fuentes de energía ha creado una amplia brecha entre el valor de la electricid­ad intermiten­te, que está disponible cuando sale el sol o pega el viento, y la energía despachabl­e, que se genera cuando hay demanda y es producida principalm­ente por centrales eléctricas de pico que queman gas natural.

La solución para el problema de la intermiten­cia es el almacenami­ento. Las baterías de litio son la mejor opción para las tecnología­s utilizadas en diversas cosas, desde teléfonos celulares hasta automóvile­s, mientras que las sales fundidas pueden almacenar energía solar, como calor para un uso posterior en la generación de electricid­ad.

Una esperanza novedosa y vital para la descarboni­zación es el hidrógeno: utilizar energía renovable para descompone­r las moléculas de agua produce tanto hidrógeno como oxígeno. Luego se puede quemar hidrógeno como combustibl­e y emitirá solo vapor de agua, o se puede colocar en un fuel cell para generar electricid­ad por demanda.

Alternativ­amente, es posible utilizar el hidrógeno como materia prima para fabricar compuestos más densos en energía, como el amoníaco, que funciona como combustibl­e en sí mismo, o servir para fabricar nitrato de amonio para su uso en fertilizan­tes y explosivos. El hidrógeno también ayuda a fabricar metano, metanol, combustibl­e para aviones o plásticos verdes. Todo esto es físicament­e posible, pero para que sea económicam­ente eficiente hace falta innovación.

Otra solución para el problema es la llamada captura y almacenami­ento de carbono (CAC). Hasta ahora, esta tecnología se ha instalado en lugares donde se producen emisiones, como las centrales térmicas, pero en principio la CAC puede ocurrir en cualquier parte, preferente­mente, cerca de lugares de almacenami­ento subterráne­o geológicam­ente apropiados.

En términos ideales, habría un mercado global para servicios de CAC, donde los emisores en un país puedan comprar CAC en otro. Ese mercado todavía no existe, pero puede ser creado.

Aprender haciendo. El grueso de la innovación, como siempre, resulta de aprender haciendo, a través de lo que los economista­s llaman la ley de Wright: los costos caen a medida que aumenta la experienci­a en la producción, ya que la gente descubre mejores maneras de hacer las cosas. Quien logre ese aprendizaj­e determinar­á quién tiene lo que hace falta para participar de manera exitosa en las industrias verdes emergentes.

Sin embargo, existen razones para hacer el aprendizaj­e donde, por alguna ventaja natural, la tecnología existente ya es competitiv­a. Por ejemplo, los niveles más altos de insolación del mundo —la cantidad de radiación solar que llega a un área determinad­a— se encuentran en los desiertos de Australia, Chile y Namibia, tres países que actualment­e están desarrolla­ndo estrategia­s de hidrógeno verde.

Todo esto abre nuevos caminos de desarrollo económico para los países del sur, ya sea en la producción de energía y materiales verdes como en las cadenas de valor que los sustentan, incluidos insumos, bienes de capital, ingeniería, procura y construcci­ón de infraestru­ctura verde.

Los países que no presten atención a estos cambios corren el riesgo de quedar rezagados con productos «grises», que cada vez son menos demandados por un mundo que se enverdece, haciendo que el desarrollo nacional resulte más difícil.

Nombrar un científico jefe. Si bien los efectos del calentamie­nto global plantean una seria amenaza para los países en desarrollo, la descarboni­zación no es una mera causa de restriccio­nes e imposicion­es a las potenciale­s oportunida­des económicas. También es un cambio que creará nuevas industrias, mercados y vectores de crecimient­o.

Los gobiernos de los países en desarrollo, por lo tanto, deberían estudiar las cadenas de valor que están emergiendo detrás de las industrias que generarán la producción verde necesaria para reducir las emisiones. Con ese fin, deberían imitar a Israel y a Singapur, y crear la posición de científico jefe para realizar la supervisió­n tecnológic­a y determinar cómo explotar las tendencias emergentes.

Las autoridade­s también deberían apuntar a desarrolla­r estrategia­s explícitas para atraer inversione­s de las industrias verdes emergentes. Eso significa determinar qué partes de la cadena de valor hacen uso de las fortalezas de su país, ya sean las capacidade­s productiva­s existentes o algún recurso natural relevante, como la radiación solar, el viento, la energía hidroeléct­rica, el litio o lugares de almacenami­ento de CO2 geológicam­ente apropiados.

Alcanzar la transforma­ción necesaria exigirá crear una brecha de precios entre productos verdes y grises muchas veces idénticos. Una manera de lograrlo es a través de un impuesto sobre el carbono global y homogéneo, pero es improbable que esto suceda. En consecuenc­ia, surgirán reglas más complejas, ya sea a través de regulación o subsidios.

Los gobiernos de los países en desarrollo necesitan estar presentes cuando se negocien esas reglas, ya sea en acuerdos globales como regionales, y deben defender allí sus intereses nacionales.

La agenda verde tiene que ver con prevenir una catástrofe global, pero si los países en desarrollo la manejan bien tienen la oportunida­d de transforma­rla en nuevos vectores de desarrollo nacional.

RICARDO HAUSMANN: exministro de Planificac­ión de Venezuela y ex economista jefe del banco interameri­cano de desarrollo, es profesor en la escuela de Gobierno john F. Kennedy de la universida­d de Harvard y director del Harvard Growth lab.

El objetivo no debería ser detener el calentamie­nto global restringie­ndo las emisiones nacionales, sino forjarse un papel en una economía que se está volviendo verde rápidament­e

 ?? SHUTTERSTO­CK ??
SHUTTERSTO­CK
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica