La Nacion (Costa Rica)

Casa tomada

- Saúl Sánchez Arroyo saul.sa2704@gmail.com

ESTUDIANTE DE ECONOMÍA

«

Nos gustaba la casa porque, aparte de espaciosa y antigua, guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia». Así es esta, nuestra casa.

Amplia en su pequeñez —finca para algunos, despectivo o no sea este término—, cálida y acogedora. El hogar de un «pura vida» que vino de afuera para quedarse. El hogar de esa rutina; limpieza en la mañana, almuerzo al mediodía, trabajo arduo por la tarde (nunca debe faltar el café antes de que se ponga el sol) y un merecido descanso con el caer del astro silente.

Nos gustaba la casa, sí, por lo que albergaba dentro; por ese carisma del ser, por la familia que allí vivía. Nos gustaba la casa, sí, nos gustaba mucho; mas el pretérito es necesario en esta oración.

Es de la casa de la que quiero hablar. Una casa que, hasta con las mejores descripcio­nes cortazaria­nas, supera las expectativ­as de todo aquel que dentro resida. Una casa que ya no es mía ni suya, es de alguien más.

Fue una mañana mientras tomaba el té cuando me di cuenta. Ya la casa no era nuestra en su totalidad. Avisé a mis padres con apuro y procedimos a refugiarno­s como mejor sabíamos, entre nosotros.

El despertar. La casa había sido tomada, no por extraños, sino por los de dentro, por esos que la conocen mejor que muchos recién nacidos. La casa había sido tomada desde hacía mucho tiempo, hoy solamente es el día en el que nos percatamos de ello.

Así sucede el allanamien­to a la Casa Presidenci­al, un acontecimi­ento extraordin­ario que ya no parece ser tan sorpresivo (¿por qué lo sería, si es el segundo en tres años de mandato?).

Fruto «de la mata» puramente latinoamer­icana. Dádivas, regalías, favores, amigos y amigas de los que Aristótele­s jamás se atrevería a llamar virtuosos. Algo que muy pocos sabían, pero que muchos esperaban.

Así sucedió, también, con los vínculos de sospechoso­s de narcotráfi­co visitando la Asamblea Legislativ­a. Favores, más favores y largas charlas sobre la mesa. ¿Qué le pasó a Costa Rica? ¿O es que acaso siempre ha sido así?

Parece, cada vez más, que los bien establecid­os cimientos se han ido pudriendo con el paso de los años. Ya no es quién, sino quién no. Una mancha indeleble se postra hoy sobre

Dádivas, favores y amigos de los que Aristótele­s jamás se atrevería a llamar virtuosos

el pabellón nacional.

Costa Rica, la Suiza centroamer­icana, no es más que aquellos «otros con minúscula» de los que tan mal hemos hablado como pueblo. El problema de corrupción va más allá de un par de ruines esbirros que quieren enriquecer­se a costa de los demás.

El problema nace con usted, conmigo. Con aquel que no quiere otorgar la factura y también con el que no la solicita. Con aquel o aquella que calla para defender a su amigo culpable. Con esos pequeños favores que «no hacen mal alguno» hasta que salen a la luz.

Obra de nuestras manos.

El problema de la corrupción yace en el imaginario colectivo del costarrice­nse, disfrazado de arduo trabajador y bonachón fiestero.

No por ello hay que tirar las llaves de esta casa tomada y dejarla vacía hasta que el olvido se encargue de ella. Es menester hacerse responsabl­es de los errores cometidos, enmendar las penas y asumir las consecuenc­ias de tales deleznable­s actos.

Debemos —queramos o no— aprender de todo lo vivido; ayer, hoy, mañana, siempre (vil es esta palabra del porvenir) y cambiar la forma de nuestro actuar diario. Si no lo hacemos, pues, ¿para qué quejarse cada vez que allanen la Casa Presidenci­al? ¿Realmente esperamos algo diferente si se es un pueblo reacio al devenir?

Hoy se manchó la gloria patria, sí, pero que no sea el nacionalis­mo oculto lo que indigne. Hoy se manchó el estandarte, sí, pero que no se crea que la mancha es de ayer. Hoy se manchó el pueblo, sí, pero por obra de nuestras propias manos.

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