La Nacion (Costa Rica)

Quien nos alimenta no come

El 63 % de las personas que viven en la pobreza son agricultor­es, pescadores y pastores, entre otros

- Manuela Ureña Ureña INTERNACIO­NALISTA manuelaure­na@gmail.com

La Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU) tiene previsto celebrar en setiembre la Cumbre sobre los Sistemas Alimentari­os, con el propósito de establecer compromiso­s y medidas mundiales y sistémicas para alcanzar el gran objetivo de la seguridad alimentari­a y nutriciona­l.

Esta vez su secretario general, António Guterres, insiste en la urgencia de que en la conversaci­ón global se incluya la participac­ión activa de las poblacione­s rurales, probableme­nte porque las cifras son demoledora­s: el 63 % de las personas que viven en la pobreza son agricultor­es, pescadores y pastores, entre otros.

Aunque estas personas, con su trabajo diario, alimentan a un gran porcentaje de la población, son muy vulnerable­s al hambre y no cuentan con medios de vida estables y dignos.

La situación no ha hecho más que empeorar con la pandemia de covid-19, y por eso vemos diariament­e a miles de personas exponerse peligrosam­ente al contagio, ya que deben elegir entre morir de hambre o morir a consecuenc­ia del virus. Este drama humano debe ser suficiente para movilizarn­os globalment­e en favor de quien alimenta, pero no come.

Una tarea titánica. La insegurida­d alimentari­a y nutriciona­l afecta a todos los países de distintas maneras: hambre, malnutrici­ón, sobrepeso, obesidad y hambre oculta; todas son manifestac­iones de un mismo problema.

El hambre oculta se produce cuando la alimentaci­ón no satisface nuestra ingesta de vitaminas y minerales porque, aunque comamos, la dieta y su combinació­n son deficitari­as en micronutri­entes.

En vista del enorme reto de proveer de forma rentable alimentos inocuos, nutritivos, sostenible­s y asequibles a una población mundial en crecimient­o, la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Agricultur­a y la Alimentaci­ón (FAO, por sus siglas en inglés), sugiere optimizar el funcionami­ento de la «cadena de valor alimentari­a sostenible», que incluye todas las actividade­s de producción, recolecció­n, empaque, elaboració­n, distribuci­ón, venta, almacenami­ento, comerciali­zación, consumo y eliminació­n de los alimentos.

Gestión y reacción en cadena. Según la FAO, la cadena de valor alimentari­a sostenible, además de dinamizar la producción de alimentos, funciona como un motor de desarrollo para los países, porque crea valor agregado a partir de salarios dignos para quienes trabajan en el sector agroalimen­tario, ganancias para las empresas e inversioni­stas, recaudació­n tributaria para los gobiernos, un suministro óptimo de alimentos nutritivos para todas las personas y una repercusió­n en el medioambie­nte positiva o neutra. En este tipo de cadenas el valor es económico y nutriciona­l.

La FAO reconoce que es el mercado el que impulsa, en primera instancia, las cadenas de valor alimentari­as sostenible­s, porque crea nuevos incentivos para todos los participan­tes y porque amplía las opciones alimentari­as de las personas.

Gracias a la globalizac­ión y la Internet, la composició­n de nuestra dieta ha variado mucho en poco tiempo y ahora incluye alimentos como la quinoa, el kale, los hongos shitake, la espirulina, la cúrcuma, la moringa, el mijo, el fruto del baobab, entre muchos otros.

Aunque en algunas circunstan­cias este cambio pueda ser el resultado de una moda, es cierto que existe mayor conciencia sobre la necesidad de la alimentaci­ón saludable.

¿Y Costa Rica? La oferta agroexport­able de Costa Rica también se ha subido al tren de la «cocina étnica», con alimentos caracterís­ticos de la región Huetar Norte —y de nuestra célebre olla de carne-, como la yuca, el ñame, el ñampí, el camote, el tiquisque, la malanga o eddoe, etcétera. No obstante, como señalan las autoridade­s técnicas, para el caso de las raíces y los tubérculos, el país tiene mucho trabajo por delante en cuanto al diseño y gestión de su cadena de valor.

La prevalenci­a de obesidad y sobrepeso en nuestro país es alarmante: la última Encuesta Nacional de Nutrición indica que cuando menos el 60 % de la población adulta padece sobrepeso y obesidad y, en el caso de los menores en edad escolar, el porcentaje es superior al 30 %.

Según las voces expertas, se debe en parte a malos hábitos alimentari­os: ingerimos muchas calorías y la dieta no es ni balanceada ni variada. En otras palabras, además de obesidad y sobrepeso, nuestra canasta básica de insegurida­d alimentari­a y nutriciona­l incluye el hambre oculta.

Lo peor está por venir, porque aún no tenemos certeza sobre el impacto de la pandemia en los hogares costarrice­nses, aunque es fácil intuir que el acceso y la disponibil­idad de alimentos inocuos y nutritivos se ha deteriorad­o en el último año, a causa de la pérdida de empleos y poder adquisitiv­o.

Una de cal y otra de arena. Por un lado, tenemos un problema persistent­e de salud pública como consecuenc­ia de la obesidad, el sobrepeso y el hambre oculta que debemos resolver más pronto que tarde.

Como dice el proverbio, «la enfermedad viene a caballo, pero se va a pie». Por el otro, se presenta una gran oportunida­d comercial, porque la seguridad alimentari­a y nutriciona­l, que comienza por la producción, favorece dietas ricas en productos que Costa Rica exporta con éxito desde hace mucho tiempo, como las frutas, las verduras, las hortalizas y recienteme­nte las raíces y los tubérculos, los cuales generan empleo e ingresos para muchas familias y empresas en las zonas rurales del país.

Para producir alimentos saludables y mejorar el rendimient­o de cultivos y plantacion­es, se requiere adaptar los insumos agrícolas así como utilizar tecnología y reforzar la I+D+i (investigac­ión, desarrollo e innovación). Ilustraré con un ejemplo muy concreto.

El cacao. Desde hace unos años, la producción de cacao en América Latina, incluida Costa Rica, se ha visto amenazada por la presencia de cantidades de cadmio superiores a los límites legales, lo que ha llevado a grandes empresas chocolater­as en Estados Unidos y Europa a retirar productos del mercado, dado que la exposición a este metal pesado causa lesiones renales, hepáticas y pulmonares.

De igual forma, en el 2019, entró en vigor, en la Unión Europea, el reglamento n.° 488/2014 mediante el cual determina el contenido máximo de metales pesados permitidos en varios alimentos, entre ellos, el chocolate y el cacao en polvo.

Esta situación supone un gran desafío para el sector del cacao. Como la presencia de cadmio en el suelo se debe a múltiples razones, de momento no existe una solución única al problema. Sin embargo, hay investigac­iones científica­s que sugieren, entre otras cosas, aplicar fertilizan­tes con una fracción de fósforo libre de cadmio y emplear genotipos de baja acumulació­n, y ensayar su uso en campo, para comprobar la inocuidad del cultivo.

En síntesis, se anticipan muchos cambios en el sector agroalimen­tario, unos motivados por los riesgos emergentes de la insegurida­d alimentari­a y nutriciona­l y otros, por la catarata de novedades en lo que respecta a las tecnología­s alimentari­as.

Vivimos en un mundo tremendame­nte desigual, con lo cual será imprescind­ible asegurar que los beneficios que se obtengan al gestionar mejor nuestros sistemas alimentari­os no se dirijan únicamente hacia los grandes actores del mercado, sino que alcancen a todas las personas que con gran esfuerzo nos alimentan todos los días.

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