La Nacion (Costa Rica)

Malas juntas

- Fernando Durán Ayanegui QUÍMICO duranayane­gui@gmail.com

Abril de 1956. En la Cumbre Presidenci­al realizada en Panamá solo faltaron dos de los presidente­s americanos. Aunque anodina y, como se vería más tarde, con muy pobres resultados, la reunión despertó en Cuba un interés especial a causa del desplante del presidente de Costa Rica al negarse a saludar al dictador Fulgencio Batista. La escena duró pocos segundos, pero fue bien captada por las cámaras de los periodista­s y pasó a figurar en un noticiario internacio­nal que se proyectarí­a en las salas de cine.

Por entonces estudiante de la Escuela Superior de Artes y Oficios de La Habana, tuve la experienci­a de encontrarm­e en la oscuridad de un cinematógr­afo cuando el episodio apareció en la pantalla. La sala, colmada, estalló en vivas y aplausos al gobernante costarrice­nse y en mueras al dictador Batista aliñadas con lindezas cubanas de esas que nadie osaría poner por escrito. Tal fue el zaperoco que la administra­ción del establecim­iento optó por encender las luces y ahí ardió Troya. Instintiva­mente, los espectador­es temimos que entrara la nada gentil policía de la dictadura, o más bien que aquello fuera una trampa y los esbirros ya estuvieran apostados dentro. Sin lamentar la pérdida del costo de las entradas, iniciamos una estampida que hasta donde percibí no tuvo consecuenc­ias graves.

En vano busqué en la prensa de los días siguientes alguna alusión al incidente. Imagino que si no se repitió en otras salas fue porque aquella era la primera en la que se exhibía el noticiario y, después del zafarranch­o, las autoridade­s procediero­n a secuestrar­lo.

El presidente de Costa Rica era don José Figueres. Enterados por otros medios de cómo habían estado las cosas en Panamá, algunos de mis compañeros de estudio bromearon diciéndome que a «don Pepe» se le habría cansado el brazo de «no saludar» a todos los militares participan­tes que eran o habían sido dictadores: Pedro Aramburo de Argentina, Carlos Ibáñez de Chile, Héctor Trujillo de República Dominicana, Alfredo Stroessner de Paraguay, José María Lemus de El Salvador, Carlos Castillo Armas de Guatemala, Marcos Pérez Jiménez de Venezuela y Tacho Somoza de Nicaragua; y que algún alivio le habría producido saber que el militar y dictador Gustavo Rojas, de Colombia, y el dictador contador Julio Lozano, de Honduras, no estaban ahí.

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