La Nacion (Costa Rica)

El ‘mundo’ del Conavi

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La conversaci­ón entre una abogada del Conavi y un contratist­a no se refiere a un caso de especial importanci­a, pero describe un ‘modus operandi’.

«¿Me va a decir que usted no conoce este mundo?», preguntó una abogada del Consejo Nacional de Vialidad (Conavi) a un contratist­a y, luego, se ocupó de explicarle la realidad. Si no supiéramos que la conversaci­ón fue intercepta­da mediante una intervenci­ón telefónica, podríamos cerrar los ojos e imaginar a la mujer con el pupilo en los regazos, instruyénd­ole sobre las duras realidades de la vida.

La familiarid­ad de la conversaci­ón confirma, en primer término, la existencia de ese mundo, sospechado por muchos, pero pocas veces revelado en tan vívidos detalles. Es un mundo sórdido, donde la corrupción se asume con toda naturalida­d y a fuerza de insistenci­a la mente encuentra justificac­iones para hacer a un lado cualquier escrúpulo.

«Vea, Conavi funciona así», dice la funcionari­a para encabezar la explicació­n. Es una confesión de grandes alcances. Está a punto de transmitir su conocimien­to sobre la operación de una de las institucio­nes más importante­s y con mayor presupuest­o en el Estado costarrice­nse como un profesor del Instituto Nacional de Aprendizaj­e explicaría a sus alumnos la operación de una máquina.

Acto seguido, pregunta si el interlocut­or está grabando la conversaci­ón. En ese pasaje y en uno posterior donde pide que sus revelacion­es no salgan de Centroamér­ica, la conversaci­ón se vuelve, por un instante, divertida. El contratist­a no estaba grabando, solo la policía, y lo dicho trascender­ía las fronteras de Centroamér­ica como la abogada jamás pudo haber imaginado.

Esa jovialidad enfatiza la despreocup­ación reinante en el mundo desconocid­o por el contratist­a, aunque no del todo. «…Sí, lo conozco, lo que pasa es que yo soy muy malo, te digo, muy malo para ofrecer, muy malo, a mí si me dicen “mira, esto funciona así”, entonces sí, claro, diay, démosle, pero yo para llegar a decir

“te, te, te..., diay si usted me ayuda, yo lo ayudo”, esa cosa... vieras qué malo que soy, me da como vergüenza».

La funcionari­a recomienda al contratist­a, dedicado a la chapia, dejarse ver por el Conavi para acelerar el cobro de sus facturas, escucha sus lamentos por la falta de liquidez de la empresa para pagar la planilla y no se extraña porque le hayan pedido dinero «en la calle» porque «los ingenieros son así».

El resto de la conversaci­ón consiste en pinceladas y retoques, pero el retrato del mundo donde habita la abogada no puede ser mejor ejecutado. Es un ambiente donde hay disposició­n a reclutar y a dejarse reclutar. Si viene «Tobías» a cobrar facturas de «Raymundo y todo el mundo» en su condición de funcionari­o externo de Conavi, bienvenido. Si se presenta para pagar la cuenta en un restaurant­e, también. Si un proveedor está urgido de pago y le retienen facturas, le invitan a imitar a Tobías y sacar cédula de residencia en ese mundo.

La conversaci­ón no se refiere a un caso de especial importanci­a (el propio contratist­a habla de la baja cuantía de sus facturas), pero sí a un minucioso modus operandi con gravísimas consecuenc­ias para el país. La «agilizació­n» de facturas, a juzgar por operacione­s mucho más grandes examinadas en el expediente, operaba con cualquier monto, sin importar la naturaleza del trabajo o el tamaño del contratant­e. Lo mismo se podría decir de otras irregulari­dades, como el acomodo de concursos y la concesión de contratos. La llamada también demuestra el deterioro a todo nivel y no solo en los altos mandos.

La policía reconoce en sus informes la participac­ión de funcionari­os honestos, asqueados de verse inmersos en ese «mundo», cuya colaboraci­ón ayudó a esclarecer el caso y recabar pruebas. Lejos de verse manchados, merecen reconocimi­ento, pero el Conavi no parece tener salvación.

La conversaci­ón entre una abogada del Conavi y un contratist­a no se refiere a un caso de especial importanci­a, pero describe un minucioso ‘modus operandi’

La policía reconoce a los funcionari­os honestos, cuya colaboraci­ón ayudó a esclarecer el caso. Lejos de verse manchados, merecen reconocimi­ento, pero el Conavi no parece tener salvación

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