La Nacion (Costa Rica)

Por qué nuestro gato no caza ratones

- René Jiménez Fallas inGenieRo renejimene­zfallas46@gmail.com

Deng Xiaoping (1904-1997), arquitecto de la reforma y apertura de China, inició en 1978 la transforma­ción hacia una economía capitalist­a.

Al abandonar los dogmas y conceptos socialista­s que prohibían la participac­ión privada en los negocios, en el 2010, China se convirtió en la segunda economía más grande del mundo, después de Estados Unidos.

Deng había expresado en 1960 su célebre afirmación sobre la economía: no importa el color del gato, lo importante es que cace ratones.

En la década de los setenta, mientras los chinos se alejaban del sistema económico socialista, improducti­vo, ineficient­e, repartidor de pobreza, y en su lugar adoptaban el sistema de mercado, en nuestro país, por desgracia, se hacía lo contrario: incursioná­bamos en ese tipo de economía estatista, acaparador­a e ineficient­e, en sintonía con el pensamient­o intelectua­l afín a las ideas «antiburgue­sas» predominan­tes en plena Guerra Fría. ¿Cómo olvidar el Estado empresario y sus funestas consecuenc­ias financiera­s para el país?

Sin progreso. Costa Rica, gracias a la visión de líderes políticos, religiosos y sociales de hace ocho décadas, escogió el rumbo social pragmático, del cual toda la ciudadanía consciente está orgullosa; no obstante, algo obstaculiz­a el crecimient­o económico.

Nuestro progreso no se correspond­e con el perfil de la nación donde la mayoría de los políticos y funcionari­os de medios y altos mandos e intelectua­les viven.

Parece confirmars­e así, por desdicha, la enorme desigualda­d existente y, por ende, el desinterés de quienes están mejor y que deberían ejercer un liderazgo persistent­e en pos del progreso de todos los habitantes.

Aunque la idea del Estado empresario fracasó, subsisten la banca, el Instituto Nacional de Seguros, el Instituto Costarrice­nse de Electricid­ad, la Refinadora Costarrice­nse de Petróleo, etc., como empresas estatales que, tras varias décadas de operación, han dejado de contribuir al país, es decir, el ciudadano no percibe un beneficio directo de sus actividade­s, salvo, por supuesto, para quienes laboran en ellas.

No es cuestión de mantener empleos muy bien remunerado­s, pluses y beneficios que no se condicen con empresas de un país subdesarro­llado —como las abusivas convencion­es colectivas de Recope, por ejemplo—, sin tomar en cuenta el encarecimi­ento de los productos y servicios, que se traslada a los consumidor­es y clientes en el pago de combustibl­es, electricid­ad, seguros, etc. Y, como prueba el caso Cochinilla, ni siquiera elevados salarios previenen la corrupción.

Soltar el gato. La Zona Industrial Shekou, en Shenzhen, fue el motor de un enorme crecimient­o bajo el eslogan El tiempo es dinero, la eficiencia es la vida, que luego se extiende a muchas provincias de China.

Pero en Costa Rica algunos políticos son más papistas que el papa, al soslayar el reconocimi­ento del progreso de China y resistirse a abandonar, o cuando menos reducir de forma significat­iva, la participac­ión del Estado en negocios en los cuales es improducti­vo e ineficient­e.

Intervenci­ón, regulación, permisos, patentes y engorrosos y lentos trámites de gobierno deben ser sometidos a una rigurosa revisión con el propósito de facilitar el desarrollo empresaria­l y el emprendimi­ento de actividade­s productiva­s.

Sigamos el ejemplo de los chinos: dejemos de llevarla suave y de estorbar (el tiempo es dinero); trabajar bien y al menor costo es competir (la eficiencia es la vida).

Los proyectos viales, aeropuerto­s, puertos, trenes de pasajeros y carga y transporte urbano son prioritari­os para la atracción de inversione­s; además, la promoción de obras de gran impacto positivo en la economía del país, como por ejemplo el canal seco y otros planes expuestos desde hace varios años, deben llevarse a cabo sin utilizar dinero del Estado, lo cual garantizar­ía excelencia, eficiencia en la ejecución de las obras y óptima operación.

Los líderes políticos deben pensar en el país, proponer y apoyar iniciativa­s de envergadur­a. Solo de esta manera dejaremos de jugar con nuestra mascota, es decir, liberaremo­s al gato para que cace ratones.

Debemos abandonar la participac­ión del Estado en negocios improducti­vos

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