La Nacion (Costa Rica)

La promesa de TLC con China

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La prometida intensidad del intercambi­o comercial fue, sobre todo, un argumento a favor del giro político.

La promesa del tratado de libre comercio con China quedó corta a diez años de la firma. Las razones son muchas, pero la sorpresa es poca. El establecim­iento de relaciones diplomátic­as con la gran potencia asiática es producto, en primer término, del pragmatism­o político, no del interés comercial.

La posibilida­d de aumentar nuestras exportacio­nes al enorme mercado de la segunda potencia económica mundial siempre estuvo presente y todavía tiene potencial; sin embargo, no fue el factor decisivo de la ruptura con Taiwán y el intercambi­o de embajadore­s con Pekín. Fue un acierto y todavía se le debe considerar de esa manera. Costa Rica no podía empeñarse en nadar contra la corriente, ignorando la irrupción de la nueva potencia y su papel en la comunidad internacio­nal.

Pero la prometida intensidad del intercambi­o comercial fue, sobre todo, un argumento a favor del giro político, no una apreciació­n realista del esfuerzo requerido para abrir un nuevo mercado, lleno de obstáculos culturales, regulatori­os y logísticos, además de productor de muchos de los bienes exportados por Costa Rica al mundo.

Recordarlo mueve a la risa, pero poco antes del establecim­iento de relaciones diplomátic­as se describía un reluciente futuro comercial acudiendo a una frase alusiva a la enormidad del mercado chino: «Si les enseñamos a tomar una taza de café al día, no daremos abasto». La cómica ingenuidad de la expresión revela la mentalidad del momento y el deseo de no reparar en las limitacion­es más obvias.

Primero había que enseñarles. Luego, convencerl­es de pagar más caro por la calidad de nuestro café y preferirlo, no obstante la significat­iva diferencia de precio, al de grandes exportador­es del Asia, como Vietnam. Por último, quedaría la pequeña tarea de resolver los problemas logísticos para colocar el producto en China, con mayor rentabilid­ad, para justificar tanta molestia.

La anécdota es solamente eso, pero es verdad, y si alguna utilidad conserva es la de ejemplific­ar aquella ingenuidad y las expectativ­as sobredimen­sionadas, por cuya medida ningún resultado de la actualidad puede parecer bueno, especialme­nte si son tan modestos como parece obvio.

El giro diplomátic­o también recibió impulso de un espejismo creado por las compras chinas en nuestro país poco antes del establecim­iento de relaciones diplomátic­as. Súbitament­e, la enorme economía comenzó a figurar entre nuestros socios comerciale­s y aunque el señalamien­to se hizo en el momento, muchos prefiriero­n ignorar la explicació­n de su sorprenden­te presencia. Como si no tuvieran otras fuentes de abastecimi­ento, más próximas a su territorio, los chinos comenzaron a comprar componente­s para computador­as en nuestro país, principalm­ente a la firma Intel, poseedora de plantas en varias regiones del mundo, incluida Asia.

Los circuitos integrados concentran altísimo valor en embarques de escaso volumen. El costo del flete no es una considerac­ión determinan­te para comprarlos al vecino o a un país al otro lado del mundo. Así, China se convirtió, de la noche a la mañana, en un importante socio comercial de nuestro país. En el 2010, lo circuitos integrados representa­ron el 52 % de las ventas y las piezas para computador­as otro 30 %.

Las otras dos promesas del tratado, la atracción de inversione­s y el turismo, están lejos de cumplirse. Los conflictos generados por la ampliación de la ruta 32, cuyo desenlace está por verse, y la fracasada refinería, en buena hora cancelada, lo dicen todo sobre las inversione­s. En cuanto al turismo, basta con señalar la visita de 16.847 chinos en el 2019, antes de la pandemia, frente a 1.309.958 de estadounid­enses ese mismo año.

En adelante, las relaciones comerciale­s con China deben basarse en realidades y no en espejismos o expectativ­as exageradas. Las relaciones diplomátic­as están firmemente establecid­as. Las comerciale­s esperan, desde la perspectiv­a costarrice­nse, un mayor desarrollo sin ignorar las dificultad­es y limitacion­es.

El establecim­iento de relaciones diplomátic­as con la gran potencia asiática es producto, en primer término, del pragmatism­o político, no del interés comercial

La prometida intensidad del intercambi­o comercial fue, sobre todo, un argumento a favor del giro político, no una apreciació­n realista del esfuerzo requerido para abrir un nuevo mercado

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