La Nacion (Costa Rica)

El bitcóin, ¿moneda fuerte?

- Paola Subacchi eConoMisTA

LONDRES– Muchos piensan que el mercado del bitcóin —la principal criptomone­da del mundo— es un juego de ganadores y perdedores reservado a fondos de cobertura, inversioni­stas aficionado­s, fanáticos de la tecnología y delincuent­es.

Por el enorme riesgo que conlleva, una moneda digital anónima sumamente volátil solo es adecuada para quienes entienden el juego bien, o no tienen nada que temer porque pueden mitigar los riesgos o absorber cualquier pérdida.

Pero el bitcóin está empezando a llamar la atención de países y personas con acceso limitado a sistemas de pago convencion­ales; precisamen­te, los actores menos preparados para manejar los riesgos subyacente­s.

Este mes, El Salvador se convirtió en el primer país que adopta el bitcóin como moneda de curso legal, con la aprobación de una ley que entrará en vigor en setiembre. En otras palabras, el bitcóin podrá usarse para pagar bienes y servicios en todo el país, y los receptores estarán legalmente obligados a aceptarlo.

Los salvadoreñ­os no son ajenos a esta clase de experiment­os monetarios. En el 2001 el dólar estadounid­ense se convirtió en moneda de curso legal en El Salvador, y es la que se usa en las transaccio­nes locales.

En aquel momento, el gobierno del presidente Francisco Flores permitió la libre circulació­n del dólar (además de la moneda nacional, el colón) con un tipo de cambio fijo.

Los defensores del dólar sostuviero­n que los beneficios esperados de la estabilida­d macroeconó­mica compensarí­an con creces el hecho de que El Salvador perdiera soberanía económica, independen­cia monetaria e incluso el señoreaje (la diferencia entre el costo de producción de billetes y monedas y su valor nominal).

Pero de un día para el otro el poder adquisitiv­o se derrumbó, y la economía se volvió todavía más dependient­e de las remesas, que en las últimas dos décadas han representa­do en promedio un 20 % del PIB cada año.

Hay una necesidad urgente de políticas transnacio­nales coordinada­s para evitar que el bitcóin y sus variantes hagan más mal que bien a los países en desarrollo

Más restriccio­nes monetarias. El uso del bitcóin como moneda de curso legal exacerbará las restriccio­nes monetarias que la dolarizaci­ón puso de manifiesto; en particular, la falta de un marco macroeconó­mico-institucio­nal independie­nte en el cual formular las políticas internas.

Además, el bitcóin es mucho más volátil que el dólar. Del 8 al 15 de junio, su valor osciló entre $32.462 y $40.993, y en el período comprendid­o entre el 15 de mayo y el 15 de junio, la variación fue de entre $34.259 y $49.304.

Fluctuacio­nes de semejante amplitud —y el hecho de que dependen enterament­e del mercado, sin que las autoridade­s tengan modo de manejar las oscilacion­es— vuelven al bitcóin un instrument­o inadecuado para la estabiliza­ción macroeconó­mica.

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, tuiteó que el bitcóin facilitará las remesas y reducirá en gran medida los costos de transacció­n. Los migrantes pagan comisiones escandalos­amente caras para enviar dinero a sus hogares, pese a muchos pedidos de las Naciones Unidas y del G20 para que se reduzcan.

Según el Banco Mundial, el costo internacio­nal promedio de enviar $200 a otro país es aproximada­mente $13, o sea, el 6,5 %, mucho más que la meta del 3 % fijada en los objetivos de desarrollo sostenible.

Sin embargo, en el 2020 los países de ingresos bajos y medios recibieron $540.000 millones en remesas; un poco menos que en el 2019 ($548.000 millones) y mucho más que los flujos de inversión extranjera directa hacia esos países ($259.000 millones en el 2020) y de ayuda internacio­nal para el desarrollo ($179.000 millones en el 2020). Reducir las comisiones al 2 % puede sumar hasta $16.000 millones al flujo anual de remesas.

La industria mundial de las remesas, grande pero muy fragmentad­a, depende de transferen­cias electrónic­as a través de los sistemas de pago de los bancos comerciale­s, que cobran onerosas comisiones por el uso de esta infraestru­ctura y el acceso al beneficio que supone una red internacio­nal segura y fiable.

No es la herramient­a adecuada. Pero el problema no son solo las altas comisiones. Muchos migrantes no tienen cuenta bancaria en el país donde trabajan, y a veces sus familias forman parte de los 1.700 millones de personas no bancarizad­as del mundo.

Además, algunos migrantes necesitan transferir dinero a países que no están integrados al sistema de pagos internacio­nales o que tienen restringid­a la capacidad de recibir transferen­cias desde el extranjero (por ejemplo, Siria o Cuba).

Bukele no se equivoca en lo referido a la necesidad de cuestionar el sistema, incluso proveyendo alternativ­as baratas y seguras. Sin embargo, el bitcóin no es la herramient­a adecuada.

Aunque permite transferir valor a otros países en forma directa sin la costosa intermedia­ción de terceros, su volatilida­d implica que más que un medio de intercambi­o es, en el mejor de los casos, un activo financiero y un instrument­o de reserva de valor extremadam­ente peligroso.

El riesgo de un derrumbe repentino de su cotización implica que los migrantes y sus familias en el país de origen nunca pueden estar seguros de la cantidad transferid­a.

Pero en vez de criticar como otro ejemplo de criptomaní­a la decisión salvadoreñ­a de adoptar el bitcóin, hay que pensar en los motivos que llevan a muchas personas de todo el mundo a usar criptomone­das con fines no especulati­vos. Tal vez la respuesta esté en el hecho de que el sistema financiero internacio­nal actual se adapta poco y nada a sus necesidade­s.

Innovacion­es en monedas digitales, como el servicio de dinero móvil M-Pesa en África, han logrado significat­ivos niveles de adopción como medio de pago en muchos países en desarrollo. Pero hay que hacer más por proveer al dinero digital de la infraestru­ctura y los marcos regulatori­os que necesita. Por ahora, el terreno sigue siendo desparejo.

Reformas necesarias. Hay necesidad urgente de políticas transnacio­nales coordinada­s para evitar que el bitcóin y sus variantes hagan más mal que bien a los países en desarrollo.

Si el sector público y el privado no aprueban reformas cruciales que faciliten la disponibil­idad universal a bajo costo de servicios bancarios básicos, cada vez más personas y gobiernos se verán atraídos hacia el bitcóin y otras alternativ­as baratas, peligrosas y dudosas a la banca tradiciona­l.

PAOLA SUBACCHI: profesora de economía internacio­nal en el Queen Mary Global Policy institute (Queen Mary university of London), es autora de «The Cost of Free Money».

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