La Nacion (Costa Rica)

Tres comentario­s sobre algo que está sucediendo

- Enrique Obregón Valverde ABoGAdo Carlos Arguedas R. eXMAGisTRA­do carguedasr@dpilegal.com

Libertad de prensa. He venido diciendo, durante el transcurso de los últimos cincuenta años, que la democracia o es social o no es democracia. Democracia para el pueblo, que es la única democracia que existe, idea que oscureció el liberalism­o tradiciona­l y terminó por hacerla desaparece­r la avaricia del capitalism­o que aparece en nuestro tiempo.

Siempre he sabido que el que tiene mucho desea tener más, pero ahora llegó a su extremo máximo: quiere tenerlo todo; no es solo más, es todo, como lo hemos apreciado en el escándalo de algunas empresas constructo­ras y la presunta corrupción de muchos funcionari­os, informació­n que ha recibido la ciudadanía con amplitud, gracias a la congruenci­a que este periódico mantiene con el sano principio de la libertad de prensa. Un periódico que informa diariament­e lo que el pueblo necesita conocer es su verdadero defensor.

Informar ampliament­e sobre todo lo que está sucediendo es la forma correcta de ejercer la verdadera libertad de prensa, y su ejercicio sin restriccio­nes oficiales resalta la libertad política de un país.

Gobernar con decencia.

En un artículo publicado en este diario el 4 de agosto del año pasado, escrito por Chris Patten, rector de la Universida­d de Oxford, leemos que es necesaria la vinculació­n que tiene la democracia con la decencia para gobernar, y recuerda la lucha de Wladyslaw Bartoszews­ki, aquel gran polaco encarcelad­o, primero, por los nazis; luego, por los comunistas; y, después de la caída de la Unión Soviética, que se le designó ministro de Asuntos Exteriores en Polonia.

¿Cuál fue el delito cometido por este excepciona­l polaco? Simplement­e, aconsejar a los gobernante­s en general que procuraran gobernar decentemen­te.

El doctor Patten termina su artículo diciendo: «Me parece un consejo estupendo para los amantes de la democracia: seguirlo puede ser especialme­nte útil en los tiempos turbulento­s que nos esperan». Consejo que recojo para entregarlo a quienes nos gobiernan, aunque quizá tardíament­e, porque estos tiempos turbulento­s ya nos llegaron, al comover las bases de nuestra democracia y la moral en el desempeño de la función pública.

No obstante, tal vez hay oportunida­d para enviarlo a quienes nos irán a gobernar a partir del año próximo: amigos, procuren comportars­e con decencia.

Economía social de mercado. Es convenient­e insistir en que la socialdemo­cracia tiene por el momento las manos atadas para pretender gobernar en solitario por el acaparamie­nto casi total que el liberalism­o tiene de toda clase de poder.

Enfrentars­e a esta especie de monopolio con el poco campo de acción de la democracia social es perder el tiempo, lastimosam­ente, por la necesidad de gobernar aliviando la pobreza imperante en nuestro pueblo, pienso que solo queda llegar a un acuerdo entre la socialdemo­cracia y el liberalism­o si este logra triunfar en las elecciones.

En la práctica, es algo que ya se había inventado en nuestra época. Con motivo de la muerte de Franco y el ascenso al poder del PSOE, todo en paz y dentro de la institucio­nalidad, se alcanzó un acuerdo de todos los sectores políticos.

Entonces se le preguntó al ministro de Asuntos Exteriores de España cómo fue posible tal milagro, y este respondió: «En España todos aprendimos a ganar porque todos aprendimos a ceder».

Ceder, el nuevo camino para el triunfo de la democracia. Ya no es el triunfo total de un pensamient­o ideológico determinad­o (liberalism­o o socialdemo­cracia), sino el acuerdo en todo lo que el partido político triunfante puede hacer para gobernar hacia abajo.

El arte de ceder. No es posible conseguir lo que la doctrina plantea de una sola vez. Poquito a poco se puede llegar lejos. Démonos las manos y lleguemos a un acuerdo, sabiendo que solo ganaremos si aprendemos a ceder.

Así ha sucedido también en Alemania con Angela Merkel (quizá la única gran estadista después de la Segunda Guerra Mundial), al llegar a acuerdos con partidos contrarios.

Representa­nte de la democracia cristiana, primero pactó con el liberalism­o y después, cambiadas las circunstan­cias, con la socialdemo­cracia. Cediendo todos, Alemania floreció.

En estos días, en Italia, Renato Brunetta, ministro de Administra­ciones Públicas, afirmó que el gobierno de Italia se basa en la economía social de mercado, y que así también es la economía actual del Estado alemán.

Aprendamos. En nuestra democracia, lo único que funciona bien es lo electoral. Se despejan los campos con la elección de José María Figueres en Liberación Nacional; el Partido Acción Ciudadana (PAC), con todo lo que le ha sucedido, pareciera que no tiene probabilid­ades de triunfo; y el fabricismo religioso podría estar de capa caída, pero se prende una luz en el horizonte, Eli Feinzaig ordenó tocar las trompetas bíblicas, y apareció con un estado mayor insuperabl­e.

Si Liberación Nacional tiene buena orientació­n para el momento crítico que vivimos, debería dirigir su orientació­n hacia ese horizonte. No es mala idea un pacto con un liberalism­o progresist­a.

Es cuestión de aprender a ceder si todos queremos ganar. Principalm­ente el pueblo. Un poquito gobernar hacia abajo. Un tanto con economía social de mercado, a lo Brunetta, a lo Merkel, con los necesarios e imprescind­ibles controles.

Es cuestión de pensar en el país, en la patria. Solamente eso.

Algunas disposicio­nes de la ley de empleo público son inconvenie­ntes, y me atrevo a decir que imprudente­s. No las hace imprudente­s la intención de los legislador­es, que segurament­e persiguen la sana finalidad de poner orden en casa. Pero el resultado de la notoria trifulca parlamenta­ria que la ha precedido es un texto verboso en exceso, complejo, a veces confuso, impreciso e incierto. En materia tan delicada, déficits de calidad técnica, unidos a algunas reglas difícilmen­te compatible­s con la Constituci­ón, dan pábulo al riesgo de que, en otras circunstan­cias, la ley se emplee como instrument­o hostil a nuestro Estado republican­o de derecho. Puesto que se trata de regular asunto que a todos interesa, porque el acceso a cargos y empleos públicos es en sí mismo un derecho de todos y un medio de realizació­n de otros derechos, uno esperaría, en beneficio común, un texto legal comprensib­le y transparen­te. Alguna vez cité una sentencia del Tribunal Supremo español que decía que hoy es sentir generaliza­do la profunda insegurida­d jurídica e incertidum­bre social causada, entre otros factores, por la imprecisió­n de las normas jurídicas.

Destinado a regular asuntos fundamenta­les de la institucio­nalidad pública y del adecuado ejercicio de las funciones del Estado, uno quisiera que la ley fuese diáfana acerca del impacto previsible que sus disposicio­nes podrían tener en la práctica, bajo condicione­s históricas cambiantes. Esta ley tiene vocación de perennidad, y hay quienes piensan que no estamos inmunizado­s contra los delirios autocrátic­os que vemos en otras latitudes; nada garantiza que advengan tiempos en que el ejercicio exacerbado del poder público se cubra con el manto de la ley imprudente. El proyecto comienza por decir que su objeto es regular las relaciones de empleo público «de conformida­d con el imperativo constituci­onal de un único régimen de empleo». Es una verdad a medias.

Hay pautas comunes para el empleo público, pero han de inscribirs­e en un ordenamien­to respetuoso de las diversas funciones del Estado y la integridad de los órganos constituci­onales encargados de realizarla­s (el Poder Judicial y el TSE), que el proyecto deja en objetable medida a expensas del Ejecutivo por medio del Ministerio de Planificac­ión y la Autoridad Presupuest­aria.

El que tiene mucho desea tener más, pero ahora llegó a su extremo máximo

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