Tres comentarios sobre algo que está sucediendo
Libertad de prensa. He venido diciendo, durante el transcurso de los últimos cincuenta años, que la democracia o es social o no es democracia. Democracia para el pueblo, que es la única democracia que existe, idea que oscureció el liberalismo tradicional y terminó por hacerla desaparecer la avaricia del capitalismo que aparece en nuestro tiempo.
Siempre he sabido que el que tiene mucho desea tener más, pero ahora llegó a su extremo máximo: quiere tenerlo todo; no es solo más, es todo, como lo hemos apreciado en el escándalo de algunas empresas constructoras y la presunta corrupción de muchos funcionarios, información que ha recibido la ciudadanía con amplitud, gracias a la congruencia que este periódico mantiene con el sano principio de la libertad de prensa. Un periódico que informa diariamente lo que el pueblo necesita conocer es su verdadero defensor.
Informar ampliamente sobre todo lo que está sucediendo es la forma correcta de ejercer la verdadera libertad de prensa, y su ejercicio sin restricciones oficiales resalta la libertad política de un país.
Gobernar con decencia.
En un artículo publicado en este diario el 4 de agosto del año pasado, escrito por Chris Patten, rector de la Universidad de Oxford, leemos que es necesaria la vinculación que tiene la democracia con la decencia para gobernar, y recuerda la lucha de Wladyslaw Bartoszewski, aquel gran polaco encarcelado, primero, por los nazis; luego, por los comunistas; y, después de la caída de la Unión Soviética, que se le designó ministro de Asuntos Exteriores en Polonia.
¿Cuál fue el delito cometido por este excepcional polaco? Simplemente, aconsejar a los gobernantes en general que procuraran gobernar decentemente.
El doctor Patten termina su artículo diciendo: «Me parece un consejo estupendo para los amantes de la democracia: seguirlo puede ser especialmente útil en los tiempos turbulentos que nos esperan». Consejo que recojo para entregarlo a quienes nos gobiernan, aunque quizá tardíamente, porque estos tiempos turbulentos ya nos llegaron, al comover las bases de nuestra democracia y la moral en el desempeño de la función pública.
No obstante, tal vez hay oportunidad para enviarlo a quienes nos irán a gobernar a partir del año próximo: amigos, procuren comportarse con decencia.
Economía social de mercado. Es conveniente insistir en que la socialdemocracia tiene por el momento las manos atadas para pretender gobernar en solitario por el acaparamiento casi total que el liberalismo tiene de toda clase de poder.
Enfrentarse a esta especie de monopolio con el poco campo de acción de la democracia social es perder el tiempo, lastimosamente, por la necesidad de gobernar aliviando la pobreza imperante en nuestro pueblo, pienso que solo queda llegar a un acuerdo entre la socialdemocracia y el liberalismo si este logra triunfar en las elecciones.
En la práctica, es algo que ya se había inventado en nuestra época. Con motivo de la muerte de Franco y el ascenso al poder del PSOE, todo en paz y dentro de la institucionalidad, se alcanzó un acuerdo de todos los sectores políticos.
Entonces se le preguntó al ministro de Asuntos Exteriores de España cómo fue posible tal milagro, y este respondió: «En España todos aprendimos a ganar porque todos aprendimos a ceder».
Ceder, el nuevo camino para el triunfo de la democracia. Ya no es el triunfo total de un pensamiento ideológico determinado (liberalismo o socialdemocracia), sino el acuerdo en todo lo que el partido político triunfante puede hacer para gobernar hacia abajo.
El arte de ceder. No es posible conseguir lo que la doctrina plantea de una sola vez. Poquito a poco se puede llegar lejos. Démonos las manos y lleguemos a un acuerdo, sabiendo que solo ganaremos si aprendemos a ceder.
Así ha sucedido también en Alemania con Angela Merkel (quizá la única gran estadista después de la Segunda Guerra Mundial), al llegar a acuerdos con partidos contrarios.
Representante de la democracia cristiana, primero pactó con el liberalismo y después, cambiadas las circunstancias, con la socialdemocracia. Cediendo todos, Alemania floreció.
En estos días, en Italia, Renato Brunetta, ministro de Administraciones Públicas, afirmó que el gobierno de Italia se basa en la economía social de mercado, y que así también es la economía actual del Estado alemán.
Aprendamos. En nuestra democracia, lo único que funciona bien es lo electoral. Se despejan los campos con la elección de José María Figueres en Liberación Nacional; el Partido Acción Ciudadana (PAC), con todo lo que le ha sucedido, pareciera que no tiene probabilidades de triunfo; y el fabricismo religioso podría estar de capa caída, pero se prende una luz en el horizonte, Eli Feinzaig ordenó tocar las trompetas bíblicas, y apareció con un estado mayor insuperable.
Si Liberación Nacional tiene buena orientación para el momento crítico que vivimos, debería dirigir su orientación hacia ese horizonte. No es mala idea un pacto con un liberalismo progresista.
Es cuestión de aprender a ceder si todos queremos ganar. Principalmente el pueblo. Un poquito gobernar hacia abajo. Un tanto con economía social de mercado, a lo Brunetta, a lo Merkel, con los necesarios e imprescindibles controles.
Es cuestión de pensar en el país, en la patria. Solamente eso.
Algunas disposiciones de la ley de empleo público son inconvenientes, y me atrevo a decir que imprudentes. No las hace imprudentes la intención de los legisladores, que seguramente persiguen la sana finalidad de poner orden en casa. Pero el resultado de la notoria trifulca parlamentaria que la ha precedido es un texto verboso en exceso, complejo, a veces confuso, impreciso e incierto. En materia tan delicada, déficits de calidad técnica, unidos a algunas reglas difícilmente compatibles con la Constitución, dan pábulo al riesgo de que, en otras circunstancias, la ley se emplee como instrumento hostil a nuestro Estado republicano de derecho. Puesto que se trata de regular asunto que a todos interesa, porque el acceso a cargos y empleos públicos es en sí mismo un derecho de todos y un medio de realización de otros derechos, uno esperaría, en beneficio común, un texto legal comprensible y transparente. Alguna vez cité una sentencia del Tribunal Supremo español que decía que hoy es sentir generalizado la profunda inseguridad jurídica e incertidumbre social causada, entre otros factores, por la imprecisión de las normas jurídicas.
Destinado a regular asuntos fundamentales de la institucionalidad pública y del adecuado ejercicio de las funciones del Estado, uno quisiera que la ley fuese diáfana acerca del impacto previsible que sus disposiciones podrían tener en la práctica, bajo condiciones históricas cambiantes. Esta ley tiene vocación de perennidad, y hay quienes piensan que no estamos inmunizados contra los delirios autocráticos que vemos en otras latitudes; nada garantiza que advengan tiempos en que el ejercicio exacerbado del poder público se cubra con el manto de la ley imprudente. El proyecto comienza por decir que su objeto es regular las relaciones de empleo público «de conformidad con el imperativo constitucional de un único régimen de empleo». Es una verdad a medias.
Hay pautas comunes para el empleo público, pero han de inscribirse en un ordenamiento respetuoso de las diversas funciones del Estado y la integridad de los órganos constitucionales encargados de realizarlas (el Poder Judicial y el TSE), que el proyecto deja en objetable medida a expensas del Ejecutivo por medio del Ministerio de Planificación y la Autoridad Presupuestaria.
El que tiene mucho desea tener más, pero ahora llegó a su extremo máximo