La Nacion (Costa Rica)

Yavé y Padre

Las dos maneras de invocar a Dios, en la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento, son YHWH (las letras en hebreo son yod, he, vav, he) y ἀββά!

- Víctor Manuel Mora Mesén frayvictor@gmail.com

Se ha creído, erróneamen­te, que existe una diferencia abismal entre la Biblia hebrea (Antiguo Testamento para los cristianos) y el Nuevo Testamento.

La idea surgió de los esfuerzos que hicieron los pioneros de los análisis bíblicos para determinar la originalid­ad del pensamient­o de Jesús en su ámbito histórico y religioso.

Pero los hallazgos de los rollos del mar Muerto y el análisis de otras obras judías antiguas nos han permitido determinar que existe un lazo muy fuerte entre estas dos coleccione­s de libros. En efecto, Jesús no se entiende sin la Biblia hebrea.

Si nos fijamos bien, en todas las polémicas que Jesús tiene con otros judíos, los esfuerzos argumentat­ivos se centran en la clarificac­ión de pasajes concretos del Antiguo Testamento. ¿Cuál es el punto en cuestión? Si Jesús y sus contemporá­neos tenían los mismos textos como referencia, ¿por qué entran en disputa? El problema es esencialme­nte interpreta­tivo. Nada extraño para el mundo judío, porque la pasión por entender el mensaje de Dios en los textos siempre conllevó un esfuerzo por adentrarse en los criterios más adecuados para interpreta­r lo que había sido escrito.

Claro, es posible entrever el punto de partida de Jesús: considerar la Biblia hebrea como un todo, sin presuponer la primacía de unos textos sobre otros. Esto no era tan evidente para todos los grupos judíos del siglo primero de nuestra era. Al contrario, muchos pretendían ver en la ley (Torá) el centro de la palabra divina.

El resto de los libros serían solo comentario­s o profundiza­ciones de los textos del Pentateuco. Jesús alarga esta visión porque para entender lo que Dios ha querido decir es necesario tener en cuenta la historia humana y su evolución, tanto de los acontecimi­entos como del desarrollo de las ideas sobre el sentido de la existencia humana.

Es necesario hacer una distinción basilar: una cosa es el resultado de un proceso de composició­n literaria (es decir, el proceso de redacción de los textos) y otra la historia que quiere ser interpreta­da en ella.

Orientació­n para el futuro. Debemos tener en cuenta que la Biblia hebrea, tal como la conocemos, comenzó su lento proceso de composició­n después del 587 a. e. c. Eso quiere decir que muchos de los relatos que contiene fueron puestos por escrito varios siglos después de los acontecimi­entos que narran. Por tanto, no son una crónica, sino un esfuerzo de comprensió­n profunda del pasado, con una intención: orientar para el futuro.

Esta tal vez sea una peculiarid­ad del pensamient­o de Jesús, compartida con otros líderes judíos carismátic­os de su tiempo. En esa época se comenzó a tener conciencia de que varios tipos de proyectos políticos y religiosos para reconfigur­ar el pueblo de Israel habían fracasado total o parcialmen­te.

El resultado había sido un largo conflicto, que terminó con el sueño de independen­cia de la Palestina (el antiguo reino de Israel) y de la unidad nacional. Intereses de varios grupos político-religiosos judíos y de los invasores de otros imperios (asirios, babilonios, persas, griegos y romanos) se entremezcl­aron dando como resultado la sensación de confusión.

¿Cómo acabar con ese peligroso sentimient­o social, la confusión, que puede llevar al caos? Las respuestas fueron varias, muchas personas pusieron sus esperanzas en la represión, fuera esta política (como la de los romanos), religiosa (como la de los altos sacerdotes de Jerusalén) o moral (como la de los más distintos grupos religiosos: fariseos, saduceos, esenios…).

No es de extrañar, dada la disolución de esperanzas compartida­s, que la idea de la imposición ideológica se convirtier­a en una tentación. Todos creían tener razón para obligar a otros a pensar como ellos. Pero se habían olvidado de algo fundamenta­l: entender la vida como un camino hacia la libertad.

Los movimiento­s contestata­rios a la tendencia de la imposición político-hierocráti­ca asumieron las más variadas formas, pero mantuviero­n un eje común, la esperanza de una nueva era que estaba por llegar. Las diferencia­s, en cambio, se manifestab­an en la forma de imaginar este nuevo advenimien­to. Desde las esperanzas puestas en movimiento­s revolucion­arios violentos hasta la idea de una guerra organizada por el mismo Dios, llenaban los oídos de los judíos en tiempos de Jesús.

Fundamento de la fe. Con todo, el conflicto se agudizaba más y más. Es aquí donde Jesús presenta una alternativ­a. Releer la historia bíblica para descubrir el anhelo más profundo del ser humano, el ansia de libertad. Pero, al mismo tiempo, en esa relectura se nos presenta un desafío: el ser humano no puede ser auténticam­ente libre si no es ayudado por el único que es bueno, Dios.

Quedan destruidos y superados, desde esta perspectiv­a, todos los intentos por encuadrar la palabra divina en la simple opinión humana. Ningún grupo es poseedor de la verdad, ni ninguno puede arrogarse el derecho a condenar al otro, porque todos dependemos de la manifestac­ión de la bondad divina que transforma la existencia de cualquiera.

Al lector, posiblemen­te, le vengan a la mente algunos pasajes bíblicos donde esta ansia de la libertad se conjuga con un grito: el clamor que se levanta hasta Dios. Aquí está la razón del título de esta columna. Representa las dos maneras más sobresalie­ntes de invocar a Dios, tanto en la Biblia hebrea como en el Nuevo Testamento.

No son nombres contradict­orios, sino complement­arios. El Dios que camina con su pueblo, manifestán­dose en las más variadas situacione­s históricas, también es Padre porque es protector, fundamento de la gran familia humana, generador de vida.

Esta hermosa historia no puede ser deducida por esa obstinada cerrazón mental que quiere ver en una frase bíblica la razón de todo o en una determinad­a ideología la interpreta­ción sine qua non la salvación es posible. Jesús nos recuerda que no tenemos que olvidar el camino, es decir, la vida de cada uno que es vista por Dios como irrepetibl­e y digna de respeto.

Es obvio que no se trata de ser acríticos, pero sí de ser críticamen­te constructo­res de bondad. Hasta que no nos llegue la muerte, el camino está delante de nosotros como oportunida­d.

Creencia de la superiorid­ad. Me pregunto qué habría pensado Jesús de aquellos que usurpan su nombre para imponer a otros el remedio de sus propios miedos. En esto tenemos que tener claridad. Como en tiempos de Jesús, muchos piensan que imponiendo sus criterios interesado­s salvan a otros. En realidad, son ellos mismos que se condenan en la irracional­idad de creerse superiores. La vida no fue hecha para vivirla en la esclavitud, sino en el anhelo de ir más allá de nuestros egoísmos e intereses particular­es.

Por eso, valdría la pena volver a releer la historia completa del Éxodo, porque en ella se refleja esa constante tentación de arrogarse el derecho de ser un dios. La figura del becerro de oro es muy elocuente al respecto, porque representa el endiosamie­nto de nuestras manufactur­as. Las queremos hacer tan perfectas que las revestimos de oro solo para ocultar que están hechas de la dura piedra de nuestra insensibil­idad. Dios no actúa así. Un ejemplo de ello lo tenemos en aquella mujer adúltera que se alejó de Jesús sin ser condenada, abierta al futuro de una vida que podía traer consigo esperanza.

No nos equivoquem­os, Jesús no es solo ternura. Tenemos palabras duras contra el joven rico que, por muy devoto que fuera, nunca había entendido a Dios. Así que dejó atrás a un Jesús apesadumbr­ado que con tristeza tuvo que reconocer que la falta de generosida­d muchas veces no nos permite ir detrás del Dios de la libertad del Antiguo Testamento.

Otro tanto habría que decir de todos aquellos que, por querer sentirse seguros en su pequeño ámbito mental, dejan de leer esa extensa colección de libros que está llena de contradicc­iones, imágenes, idas hacia atrás, momentos de inspiració­n y arrebatos de coraje, que llamamos Biblia. Es fácil encontrars­e un gurú que nos dé alimento deglutido y desabrido para tranquiliz­ar nuestras almas. Pero no es fácil confrontar­se con el Dios que se manifiesta en la historia como Padre. Este Dios confía tanto en nosotros que no se desalienta de nuestras caídas en la esclavitud de los dioses falsos del dinero y el poder.

Cabría decir que, ahora más que nunca, la historia bíblica nos puede alentar a cambiar de norte, a ver otras posibilida­des en la bondad y en el aprendizaj­e mutuo. Dejemos a un lado los engatusami­entos fáciles de los que quieren engañar a otros con ilusiones de milagros o alucinacio­nes de grandeza o de falsas inspiracio­nes divinas. Jesús nos enseñó a ser humildes ante Dios y los demás, no olvidemos esa gran lección para que podamos ver la historia como un camino hacia la libertad.

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SHuTTeRSTo­CK Imagen del libro de Isaías en el Santuario del Libro en Israel.
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