La Nacion (Costa Rica)

¡No más Ottones!

- Andrea Arroyo Mora DIPLOMÁTIC­A DE CARRERA aarroyomor­a@gmail.com

El 6 de julio los costarrice­nses nos enteramos de la noticia del nombramien­to de Ottón Solís Fallas representa­nte ante la Organizaci­ón para la Cooperació­n y Desarrollo Económicos (OCDE), informació­n que propició una discusión nacional acerca de la pertinenci­a de colocar a personas de confianza del presidente en puestos de esta naturaleza. Esto llevó a la «renuncia» de Solís el día 14 de julio.

Los diferentes actores, entre estos el ministro de Comercio Exterior, exministro­s de la misma rama de administra­ciones anteriores y la mayoría de los diputados analizaron y se pronunciar­on sobre la convenienc­ia de los nombramien­tos políticos.

En la moción firmada por los legislador­es cabe resaltar el punto 9: las personas que ocupan cargos en el extranjero pasan por un período de acomodo, adaptación, ubicación y aprendizaj­e de las funciones y a eso se suma el tiempo de desplazami­ento al destino final. Lo anterior —dice la moción— da como resultado un lapso de ocho meses en el ejercicio de las funciones, lo cual significa para el Estado costarrice­nse un innecesari­o gasto en el traslado del funcionari­o y su familia con cargo al presupuest­o nacional.

Todo lo anterior lleva a discutir y analizar, y ojalá hasta a tomar decisiones, sobre lo imperativo y convenient­e que es para Costa Rica invertir en el servicio exterior, y dejar atrás la mala práctica de los nombramien­tos políticos, los cuales son efímeros y la mayor parte de las veces enfocados en aspiracion­es personales.

La Sala Constituci­onal, la Procuradur­ía General de la República y la Procuradur­ía de la Ética Pública se han pronunciad­o en reiteradas ocasiones sobre este tipo de designacio­nes, que deberían de ser la excepción y no la regla.

Cosas obvias que no queremos ver. ¿Cuál es la diferencia entre el caso de Ottón Solís Fallas y los nombramien­tos que vivimos cada cuatro años en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, cuando se designan, como mínimo, 30 Ottones? La respuesta es sencilla: no existe ninguna diferencia. Entonces, ¿por qué estos otros nombramien­tos sí se consienten?

Mucho se ha discutido sobre la necesidad de reformar la ley del Estatuto del Servicio Exterior de la República (número 3530 del 5 de agosto de 1965); sin embargo, la realidad es que, si nuestros gobernante­s no hubieran elegido gastar en prestacion­es, traslado de menaje y tiquetes aéreos de políticos designados para estos cargos, y sí en la inversión que debiera hacer el Estado en nuestras misiones en el exterior, en el personal para atender a nuestros connaciona­les y en las condicione­s de vida de los funcionari­os diplomátic­os, Costa Rica tendría hoy un servicio exterior robusto.

Por ejemplo, en la administra­ción Solís Rivera, el monto asignado a remuneraci­ones en el presupuest­o del 2018 ascendía a ¢17.223 millones, según informació­n que consta en la Dirección General de Presupuest­o Nacional. El documento cita que el aumento de un 6,4 % con respecto al del 2017 se debió a la necesidad de trasladar a Costa Rica a 211 funcionari­os en año electoral.

Las cosas pueden hacerse bien con la ley vigente, es cuestión de voluntad política, y es aquí donde hago un llamado vehemente a todos los candidatos que aspiran a la presidenci­a de la República para que piensen en Costa Rica e inviertan en el servicio exterior. No es una decisión fácil, pero sí la decisión correcta.

Transparen­cia en la función pública. La Constituci­ón Política, en el artículo 147, inciso 3, faculta al presidente y al Consejo de Gobierno para nombrar y remover a los representa­ntes diplomátic­os de la República. Lo anterior no los exime del deber de cumplimien­to de otras normas, como lo son el deber de probidad, el interés público, los principios éticos y la transparen­cia.

Hoy se demandan caracterís­ticas que van más allá de la idoneidad, la confianza, ser amigo del presidente o ser parte de un partido político.

La diplomacia moderna precisa capacitaci­ón, formación, especializ­ación, preparació­n para sentarse a la mesa de negociacio­nes con sus pares diplomátic­os, quienes saben diferencia­r a un diplomátic­o de carrera con trayectori­a de uno nombrado por afinidad política.

La diplomacia moderna requiere una priorizaci­ón de capacidade­s y hojas de ruta con agendas y objetivos claros por cumplir en el período de estancia en el país al cual sea enviada la persona, con réditos claros para Costa Rica.

Costa Rica no está para seguir desperdici­ando recursos; es más rentable invertir en el servicio exterior de la República, y que la meta sea una carrera diplomátic­a profesiona­lizada al cien por ciento.

La Sala IV y la Procuradur­ía se han pronunciad­o sobre este tipo de designacio­nes

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