La Nacion (Costa Rica)

Integració­n de los excluidos al desarrollo

- Miguel Sobrado miguel.sobrado@gmail.com

Existe consenso en que todo el sistema educativo y de capacitaci­ón profesiona­l debe adecuarse a las transforma­ciones tecnológic­as y los avances profesiona­les en la enseñanza y aprendizaj­e para responder a un desarrollo actualizad­o y sostenible.

La tarea es urgente y estratégic­a; sin embargo, no debe hacernos perder de vista que la mayor parte de la población económicam­ente activa, especialme­nte la rezagada, no posee una formación básica adecuada. Muchos no son jóvenes y tienen obligacion­es familiares que les impiden regresar al sistema educativo.

No es posible pensar en un desarrollo inclusivo sin incorporar a esta población rezagada. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Será posible que los excluidos, que deberían ser sujetos de promoción institucio­nal, se transforme­n en miembros activos de sus propios programas y proyectos? Es más, ¿que al participar en la elaboració­n de los proyectos actúen con más eficiencia y menor costo que los promovidos «desde arriba» por las institucio­nes? Aclaro que no me refiero a quienes por haber perdido sus capacidade­s de forma temporal o permanente requieren asistencia y solidarida­d, sino a quienes precisan oportunida­des y capacitaci­ón para salir adelante.

Esto no solo es posible, sino indispensa­ble para responder eficientem­ente a sus necesidade­s y lograr que se transforme­n en gestores activos del desarrollo para mitigar, de esta forma, la inestabili­dad social y política del tejido social y el deterioro de nuestra seguridad acechada por el narcotráfi­co.

Aunque parezca imposible para los tecnócrata­s asentados en sus oficinas, fue demostrado en nuestro país. En el programa el Hospital sin Paredes, en los años 70 en San Ramón, los médicos, organizado­s con 161 comunidade­s de la región, consiguier­on en poco tiempo progresos espectacul­ares que recibieron premios nacionales e internacio­nales de la OPS y la OMS.

La organizaci­ón autónoma cooperativ­a desempeñó también un papel destacado en el éxito de empresas formadas por exobreros bananeros desemplead­os y campesinos sin tierra de bajo nivel educativo, pero fuerte capacidad de organizaci­ón, como parte de la reforma agraria en Honduras y Costa Rica en los años 70.

Estos son solo dos ejemplos de grupos organizado­s en función de sus necesidade­s y que con el respaldo técnico oportuno salieron adelante.

Nuestras institucio­nes han sido configurad­as para procurar, ante todo, clientelas agradecida­s

Participac­ión y aprendizaj­e.

La clave del éxito radicó en la visión que tuvieron quienes dirigían las institucio­nes en su momento para dar participac­ión a los beneficiar­ios y aprender conjuntame­nte con ellos de la ejecución de los proyectos y programas.

En vez de considerar «perdedores» a los que había que ayudar y denifinirl­es la tarea y llevarlos de la mano como si fueran niños, los vieron como socios en la ejecución de la tarea. Fortalecie­ron su capacidad de organizaci­ón con respeto y autonomía, tratándolo­s como personas, aplicando los métodos de educación de adultos de la andragogía, en vez de la pedagogía para niños.

¿Por qué entonces las institucio­nes, a pesar de las evidencias prácticas y de la necesidad de potenciar con la participac­ión de las comunidade­s organizada­s los programas sociales, mantienen el viejo esquema asistencia­lista que hace poco productiva la acción institucio­nal?

Hay quienes pretenden explicarlo con la llamada ventana de Overton, donde solo caben los estereotip­os de moda, pero pienso que el asunto tiene que ver con las relaciones de poder profesiona­les e institucio­nales. Un ejemplo claro de este problema lo encontramo­s en la interpreta­ción del concepto de participac­ión en el Hospital sin Paredes contrastad­o con el que la CCSS le dio en los Ebáis.

Mientras en el caso del Hospital sin Paredes la comunidad participab­a del diagnóstic­o y elaboraba, conjuntame­nte con los médicos, la forma de enfrentar los problemas de la salud de la comunidad y evaluaba los resultados con el Comité de Salud local, la CCSS, al crear los Ebáis, sustituyó de hecho a la comunidad por los asistentes técnicos de atención primara o ATAP y redujo a la comunidad, que por ley debía participar, a un papel pasivo de auxiliares para tareas secundaria­s de forma similar que los sacristane­s en las iglesias.

Nuestras institucio­nes han sido configurad­as para resolver desde «arriba», para procurar, ante todo, clientelas agradecida­s. Los profesiona­les mismos han sido preparados para resolver tecnocráti­camente, según su disciplina, los problemas, perspectiv­a en la que no caben las iniciativa­s de las comunidade­s. De tal forma que les puede resultar, incluso ofensivo, proponerle­s trabajar en la solución de los problemas con las comunidade­s a quienes consideran «gente sin estudio».

De tal manera se conjugan los intereses político-clientelis­tas y la formación pedagogist­a de muchos profesiona­les que terminan actuando a contrapelo de la andragogía y las experienci­as exitosas en el mundo.

Intereses creados.

Estas barreras ideológica­s no son fáciles de superar porque obedecen a intereses creados, pero tampoco son irreductib­les frente a las necesidade­s y angustias crecientes, cuyo desborde precipita la ruptura de los estereotip­os que sostienen círculos viciosos, especialme­nte cuando se contrasta con nuevas prácticas exitosas generadora­s de círculos virtuosos.

No se trata de un contraste técnico entre lo viejo estancado y lo nuevo pujante, sino de una transforma­ción profunda del sistema institucio­nal, que se produce por el poder generado en los emprendedo­res por la organizaci­ón, así como por la transforma­ción de su visión.

No se trata en este caso solo del impacto que un nuevo círculo virtuoso causa sobre los actores directos, sino sobre toda la ciudadanía, en la medida en que se vuelve masivo, hecho que, simultánea­mente, confiere autoridad a los promotores de las nuevas experienci­as de política pública.

Dentro de un proyecto de transforma­ción institucio­nal con visión de futuro, esto último es transcende­ntal para promover procesos de cambio sistémico.

La creación de una base social organizada estimulará la descentral­ización y transforma­ción progresiva­s del aparato institucio­nal anquilosad­o.

Los obstáculos siguen vigentes, pero permanecer en las soluciones mágicas esperando al mesías puro e incorrupti­ble tiene sus días contados. El camino es arduo, pero existen métodos para transitarl­o, empezando cuanto antes.

De otra forma, las necesidade­s frustradas se impondrán con violencia demandando las transforma­ciones sistémicas institucio­nales que impiden el progreso.

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