Integración de los excluidos al desarrollo
Existe consenso en que todo el sistema educativo y de capacitación profesional debe adecuarse a las transformaciones tecnológicas y los avances profesionales en la enseñanza y aprendizaje para responder a un desarrollo actualizado y sostenible.
La tarea es urgente y estratégica; sin embargo, no debe hacernos perder de vista que la mayor parte de la población económicamente activa, especialmente la rezagada, no posee una formación básica adecuada. Muchos no son jóvenes y tienen obligaciones familiares que les impiden regresar al sistema educativo.
No es posible pensar en un desarrollo inclusivo sin incorporar a esta población rezagada. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Será posible que los excluidos, que deberían ser sujetos de promoción institucional, se transformen en miembros activos de sus propios programas y proyectos? Es más, ¿que al participar en la elaboración de los proyectos actúen con más eficiencia y menor costo que los promovidos «desde arriba» por las instituciones? Aclaro que no me refiero a quienes por haber perdido sus capacidades de forma temporal o permanente requieren asistencia y solidaridad, sino a quienes precisan oportunidades y capacitación para salir adelante.
Esto no solo es posible, sino indispensable para responder eficientemente a sus necesidades y lograr que se transformen en gestores activos del desarrollo para mitigar, de esta forma, la inestabilidad social y política del tejido social y el deterioro de nuestra seguridad acechada por el narcotráfico.
Aunque parezca imposible para los tecnócratas asentados en sus oficinas, fue demostrado en nuestro país. En el programa el Hospital sin Paredes, en los años 70 en San Ramón, los médicos, organizados con 161 comunidades de la región, consiguieron en poco tiempo progresos espectaculares que recibieron premios nacionales e internacionales de la OPS y la OMS.
La organización autónoma cooperativa desempeñó también un papel destacado en el éxito de empresas formadas por exobreros bananeros desempleados y campesinos sin tierra de bajo nivel educativo, pero fuerte capacidad de organización, como parte de la reforma agraria en Honduras y Costa Rica en los años 70.
Estos son solo dos ejemplos de grupos organizados en función de sus necesidades y que con el respaldo técnico oportuno salieron adelante.
Nuestras instituciones han sido configuradas para procurar, ante todo, clientelas agradecidas
Participación y aprendizaje.
La clave del éxito radicó en la visión que tuvieron quienes dirigían las instituciones en su momento para dar participación a los beneficiarios y aprender conjuntamente con ellos de la ejecución de los proyectos y programas.
En vez de considerar «perdedores» a los que había que ayudar y denifinirles la tarea y llevarlos de la mano como si fueran niños, los vieron como socios en la ejecución de la tarea. Fortalecieron su capacidad de organización con respeto y autonomía, tratándolos como personas, aplicando los métodos de educación de adultos de la andragogía, en vez de la pedagogía para niños.
¿Por qué entonces las instituciones, a pesar de las evidencias prácticas y de la necesidad de potenciar con la participación de las comunidades organizadas los programas sociales, mantienen el viejo esquema asistencialista que hace poco productiva la acción institucional?
Hay quienes pretenden explicarlo con la llamada ventana de Overton, donde solo caben los estereotipos de moda, pero pienso que el asunto tiene que ver con las relaciones de poder profesionales e institucionales. Un ejemplo claro de este problema lo encontramos en la interpretación del concepto de participación en el Hospital sin Paredes contrastado con el que la CCSS le dio en los Ebáis.
Mientras en el caso del Hospital sin Paredes la comunidad participaba del diagnóstico y elaboraba, conjuntamente con los médicos, la forma de enfrentar los problemas de la salud de la comunidad y evaluaba los resultados con el Comité de Salud local, la CCSS, al crear los Ebáis, sustituyó de hecho a la comunidad por los asistentes técnicos de atención primara o ATAP y redujo a la comunidad, que por ley debía participar, a un papel pasivo de auxiliares para tareas secundarias de forma similar que los sacristanes en las iglesias.
Nuestras instituciones han sido configuradas para resolver desde «arriba», para procurar, ante todo, clientelas agradecidas. Los profesionales mismos han sido preparados para resolver tecnocráticamente, según su disciplina, los problemas, perspectiva en la que no caben las iniciativas de las comunidades. De tal forma que les puede resultar, incluso ofensivo, proponerles trabajar en la solución de los problemas con las comunidades a quienes consideran «gente sin estudio».
De tal manera se conjugan los intereses político-clientelistas y la formación pedagogista de muchos profesionales que terminan actuando a contrapelo de la andragogía y las experiencias exitosas en el mundo.
Intereses creados.
Estas barreras ideológicas no son fáciles de superar porque obedecen a intereses creados, pero tampoco son irreductibles frente a las necesidades y angustias crecientes, cuyo desborde precipita la ruptura de los estereotipos que sostienen círculos viciosos, especialmente cuando se contrasta con nuevas prácticas exitosas generadoras de círculos virtuosos.
No se trata de un contraste técnico entre lo viejo estancado y lo nuevo pujante, sino de una transformación profunda del sistema institucional, que se produce por el poder generado en los emprendedores por la organización, así como por la transformación de su visión.
No se trata en este caso solo del impacto que un nuevo círculo virtuoso causa sobre los actores directos, sino sobre toda la ciudadanía, en la medida en que se vuelve masivo, hecho que, simultáneamente, confiere autoridad a los promotores de las nuevas experiencias de política pública.
Dentro de un proyecto de transformación institucional con visión de futuro, esto último es transcendental para promover procesos de cambio sistémico.
La creación de una base social organizada estimulará la descentralización y transformación progresivas del aparato institucional anquilosado.
Los obstáculos siguen vigentes, pero permanecer en las soluciones mágicas esperando al mesías puro e incorruptible tiene sus días contados. El camino es arduo, pero existen métodos para transitarlo, empezando cuanto antes.
De otra forma, las necesidades frustradas se impondrán con violencia demandando las transformaciones sistémicas institucionales que impiden el progreso.