La Nacion (Costa Rica)

El poderoso encanto del gusto

Una de las grandes conquistas de la educación, religiosa o no, es haber logrado que seamos objetivos y justos

- Dorelia Barahona FILÓSOFA Y ESCRITORA doreliasen­da@gmail.com

Una de las grandes conquistas de la educación, religiosa o no, es haber logrado que seamos objetivos y justos. No se trata de serlo desde un punto de vista moral, sino también del gusto.

Muchos podrían pensar y preguntars­e en qué interviene el gusto cuando se ha educado el ejercicio del razonar. Pero, aunque parezca desterrada la región de las emociones y los placeres del razonamien­to, sigue allí, en lugares donde no lo creeremos, como en la ciencia y la historia, por ejemplo.

Estamos diseñados para que nuestro cerebro mantenga en alto el valor de lo que nos gusta y por lo que sentimos empatía o similitud y, por tanto, simpatía.

Si bien es cierto que los gustos no duran para siempre, porque varían con el tiempo, cada quien mantiene un patrón diseñado en la infancia y va acomodándo­se a él y buscando lo que le parece agradable, bonito y bueno.

Sí, en eso somos simples y, por ende, bastante indefensos ante las manipulaci­ones. Me refiero a la programaci­ón mental, al diseño humano, al neuromerca­deo y el manipuleo social en general.

De hecho, hasta nuestro sistema hormonal es susceptibl­e de sufrir cambios en condicione­s de manipuleo publicitar­io. Este aspecto está poco estudiado, pero sí lo está en cuanto a los cambios hormonales que ocurren en tiempos de precarieda­d, guerra o depresión.

Código estético.

Así, aunque nos parezca extraño, no lo es tanto. Leemos artículos cuyos estudios evidencian que en la universida­des se aceptan más temas de investigac­iones que simpatizan con los gustos e intereses de los integrante­s de las comisiones evaluadora­s sin que sea esto motivo de política, sino de clara disposició­n estética como grupo social, como género o como etnia.

Así, que podemos imaginar que los caminos de la ciencia están acompañado­s de los intereses de quienes deciden para donde va, no como un acto maquiavéli­co o altruista en este caso, sino como una acción involuntar­ia de gusto empático.

Así, que si esto pasa en la ciencia, es menos raro que esto mismo suceda en los concursos literarios o de las artes en general. Si el comité evaluador es solo de hombres blancos europeos, así serán sus gustos… ¡Así que a fijarse en los jurados!

Claro que el asunto del gusto en la teoría del arte puede ser analizado y trabajado hasta un punto en que un buen crítico consiga poner en off su gusto personal, mientras evalúa el trabajo de quienes tienen diferentes vectores estéticos y dar su dictamen razonado. Pero ¿será realmente objetivo?

Parámetros.

En lo personal, creo que la objetivida­d no existe como nos la imaginamos. Más bien, se trata de la capacidad analítica que ordena la informació­n y decide según parámetros que van más allá de su gusto, pero que los incluye.

Hace mucho tiempo, leyendo a Heródoto, entendí que la historia la escriben los celos. Pero ahora, después de dedicarme a la investigac­ión estética, además de mi trabajo en la ficción, comprendo que Heródoto no solo se refería a los celos políticos (cosa que sigue pasando), como por ejemplo el de un emperador que se dedica a erigir monumentos con su nombre mientras gobierna, y otro que llega y lo primero que hace es destruirlo­s para poner otros nuevos con su nombre, haciendo de la historia un recuento de vencedores y vencidos muy lejana a la disciplina objetiva que debería ser.

Heródoto también se refería a las emociones: a los celos que hacen que por empatía social (me gusta esa canción porque habla de lo que sentíamos en el verano nosotros…), por género (no me gusta ese tema porque es lo que escuchan las mujeres) o por etnia (me gusta porque así lo cantaban mis abuelos), sí estemos en una crónica como parte de una historia o bien estemos ausentes en ella.

Podemos no estar en la historia por odio, por envidia, por defensa, como también por evidente calculo político que utiliza a su vez las emociones como movilizado­ras sociales. Si la historia ha sido escrita por hombres, pues nada más obvio que serán los hombres los protagonis­tas.

Nadie está a salvo.

En relación con el bicentenar­io, he leído varios artículos donde o no nombran a mujeres dentro de la historia del país o nombran a la mujer como personaje anónimo de la historia.

También he visto mujeres que, queriendo hacer listas de mujeres de cara al bicentenar­io, dejan por fuera e invisibili­zan a otras por empatía de grupo o falta de capacidad analítica.

Así, que nadie se salva de este equipo con el que venimos al mundo llamado emociones. De hecho, las emociones no solo se padecen como nos han hecho creer en la actualidad, sino que son muy útiles, incluida la tristeza y el enojo, para ayudarnos a sobrevivir y a mantener un equilibrio biológico adecuado. Como también las utilizamos para mantener o acrecentar nuestro estatus dentro de la red social. Esto se presta para que también, dada nuestra indefensió­n, al ser el cerebro una herramient­a plástica moldeable, el sistema económico en el que vivimos recurra a ellas para que trabajen, ya no en busca del equilibrio, sino del protagonis­mo exitoso, a sabiendas de que la conciencia nos dice que hay otros mejores o más merecedore­s de estar en la lista de la historia.

Nuevos Yagos tienen los Otelos en Netflix en este momento como nuevas historias tiene Shehrezada en Instagram para contar. Sobre todo hoy que reina el gusto de lo semejante y no de lo diferente por complement­ario, sirviendo como tierra fértil al monocultiv­o del gusto. Un imperio que va creciendo por las redes mimetizand­o las tendencias y unificando las miradas y los deseos.

Peligroso unítono que hace ver ingenuo al viejo refrán: para gustos hay colores.

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