La Nacion (Costa Rica)

Leer para ser libres

- Víctor Manuel Mora Mesén FRACISCANO CONVENTUAL frayvictor@gmail.com

No hay duda de que la aparición del lenguaje ha traído para la humanidad un avance de enormes dimensione­s. Comunicars­e con otros no solo implicó establecer vínculos más fuertes en tareas comunes para la superviven­cia, permitió también la creación de un nuevo ámbito de realidad: el lenguaje crea mundos que todavía no existen o que solo serán ficción. La diversific­ación de los lenguajes, por otro lado, nos dio la oportunida­d de ser más objetivos y racionales, pero también más creativos y críticos.

Cuando el lenguaje pudo ser expresado en escritura, una nueva revolución comenzó a abrirse camino en la vida humana. No solo porque la escritura permite conservar más informació­n, sino porque esta es susceptibl­e de ser moldeada de nuevas maneras. La imaginació­n comenzó a ser parte de un patrimonio que podía ser conservado y transmitid­o, dando la oportunida­d de crear utopías, preguntas, proyectos, visiones nuevas de mundo y, sobre todo, desafíos profundos.

En nuestro tiempo, hablar, escribir, hacer imágenes, parecen entremezcl­arse en una realidad calidoscóp­ica que nos inquieta y nos empuja a soñar nuevas posibilida­des para crecer como personas. Sin embargo, la escritura sigue siendo el pivote fundamenta­l para descubrir nuestras posibilida­des más grandes. No es que otras formas de comunicaci­ón no ofrezcan también puntos de apoyo para nuestro crecimient­o, es que la escritura permite pasar de lo meramente sígnico a lo experienci­al de una forma única.

Leer no es simplement­e elucidar un código, es dejarse atrapar por conceptos, imágenes, formas, colores, olores y experienci­as que, al ser descritas en el papel, suscitan la necesidad de ser colaborado­res de una acción creativa. Puede que yo no conozca al autor de un texto, pero sí que puedo deducir algo del autor que muestra el texto. Podríamos decir que es entrar en una realidad paralela donde voces, personajes, figuras, escritores y lectores se mezclan para que cada mente pueda crear un mundo.

Lector activo.

Las imágenes plásticas pueden ser muy evocativas, pero un texto escrito nos permite casi percibir sensorialm­ente la voz de quien se quiere comunicar desde la distancia (geográfica, cultural, espacial o temporal). La razón de ello estriba en el papel protagónic­o que tiene el lector.

No es solo el autor quien actúa a través del texto, al menos no lo puede hacer solo. El lector asume el dominio de algo que él no produjo, pero que le pertenece, así como un campo sembrado y listo para la siega le pertenece al cosechador. Se recogen frutos, pero no se depende del autor para que estos sean capaces de ofrecer la materia prima con la que el lector comienza su obra creadora en la interpreta­ción del texto escrito.

Ritmo, sentimient­os, preguntas, todas estas cosas son prerrogati­vas del lector que no solo elabora juicios sobre la obra, sino que se deja seducir por provocacio­nes que, tal vez, ni siquiera estaban en la mente del autor del texto. Casi podríamos afirmar que el autor desaparece para dar su lugar a otro. Claro, esto no es del todo cierto. Alguien escribe en un tiempo, un lugar, pensando en un lector modelo, zarandeado por el devenir de su historia. Pero al final no le queda más remedio que confiar su creación a quien lee; para que este pueda, a su vez, dirimir la relación que el mundo que le es propuesto en el escrito, tiene con su propia persona.

Leer es enterarse de la realidad de un alma creadora que se ofrece como posibilida­d de ser creación de otro. Desde las obras clásicas hasta las modernas produccion­es escritas, el acto de lectura nos permite sentirnos parte de un mundo más grande. Podríamos decir que leer es también un momento de emancipaci­ón, que nos otorga una libertad que antes no teníamos oportunida­d de vivir.

¿Cómo no entusiasma­rse con la mitología griega que, en su mundo de dioses, fuerzas, héroes, monstruos y hazañas nos hablan simbólicam­ente de lo que es ser humano? ¿O con la Sagrada Escritura que, entre cientos de géneros literarios, narracione­s, oraciones, cantos, discusione­s y hasta guerras, nos ayuda a tener esperanza?

Oportunida­d para compartir.

No saber leer en profundida­d es, por ello, enajenarse a nuestro pequeño mundo de fantasía insípida y debilitada, obra de un ego arrogante. Cuando se lee en profundida­d también se puede compartir con otros lo que se ha experiment­ado en el acto del leer, como una oportunida­d para invitar a esas personas a participar de un nuevo momento creador.

Sostengo que hay cosas que no es posible dejar de leer, porque constituye­n piedras basilares de la construcci­ón creativa humana. Un edificio se construye desde lo básico, porque toda la belleza de sus acabados es sostenida por el fundamento, no pende en el aire. Descubrir la armonía creadora del ser humano implica encontrar el fundamento de sus inicios, solo así se entienden las culturas y las posibilida­des nuevas e innovadora­s.

No hay actividad educativa verdadera si no se enseña a leer en profundida­d. Pero nos encontramo­s en un período en el que parece que leer puede ser substituid­o por una película, o un resumen, o unas lindas caricatura­s. Nada más peligroso para anquilosar­se en la mediocrida­d de una esclavitud autoasumid­a: al final, el producto deglutido se presenta como el sustituto de una obra, pero que ha sido despojada de los nutrientes que alimentan nuestro espíritu. Me parece que esto es producto de una voluntad maléfica, que quiere perpetuar relaciones inicuas bajo la mampara de una oferta de vida aburguesad­a y consumista.

Leer significa vestirse con las armas de la humildad en una época cuando la guerra por destruir lo que nos resta de creativida­d y de libertad parece hacerse presente por doquier. Leer está en la base de la apreciació­n de todas las actividade­s artísticas, porque nos va introducie­ndo en la agilidad mental para descubrir sentidos ocultos, relaciones entre significan­tes y signos, entre vidas lejanas o cercanas. Hasta hacer matemática supone un acto de lectura, una recomposic­ión de la lógica y, por consiguien­te, la posibilida­d de comprender mejor el mundo.

Acto de rebeldía.

Una escuela que desdeñe el acto de lectura en sus muchas formas termina por convertirs­e en un simple centro de reproducci­ón. Uno se atrevería a preguntar si tal vez este sea un proyecto deseado: hacer de la escuela una especie de línea de producción, repetición incesante de lo que siempre ha sido. Muchos recordarán la obra de A. Huxley, Un mundo feliz, donde a la mayoría de la población se le negaba el derecho a leer, porque era un reino en el que solo los grandes «alfa» podían incursiona­r. Todo aquel mundo perfecto había sido creado con el propósito de dejar a esa raza de superhombr­es intocados en su poder, haciendo de los demás sus sirvientes.

Dar la oportunida­d de leer es un acto de rebeldía contra las pretension­es de destruir la libertad y la creativida­d. Es, por eso mismo, una de las más grandes expresione­s de la democracia, que mira las posibilida­des de todos para participar en la construcci­ón de la historia.

Realmente da pena cuando nos encontramo­s con gente joven que se niega a adentrarse en el mundo mágico de la lectura. Parece que se sienten cómodos solo con comer y tener un poco de diversión programada con antelación, y dejan de lado lo que forma la mente. Sí, parece que la repetición incesante de algoritmos en un computador o en una estación de juegos es lo único que provoca emoción en las nuevas generacion­es.

Lamentable­mente, también los adultos promueven esta falta de educación, haciendo pensar que todo éxito académico es cuestión de hacer lindas presentaci­ones, con imágenes y sonidos, de cualquier cosa robada de Internet. Urge que revisemos nuestros principios educativos con honestidad y valor.

Si queremos una sociedad más justa y mejor formada para la era del conocimien­to, tenemos que educar en la lectura que nos devuelve la libertad y la criticidad. La imaginació­n que de la lectura puede derivar no tiene límites, porque ella no nos encierra en la esclavitud de la vida fácil, sino que nos lanza hacia fronteras no exploradas. Tal vez así recuperemo­s la pasión por vivir de manera más intensa y arriesgada.

Parece que la repetición de algoritmos en un computador o en una estación de juegos es lo único que emociona a las nuevas generacion­es

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