La Nacion (Costa Rica)

Debemos valorar nuestros mares

- Víctor Chacón Rodríguez vchacon.cr@gmail.com

Finalizada­s las reuniones en el Centro de Cooperació­n Española, en Montevideo, un grupo de colegas de varios países tomamos un transporte hacia Punta del Este, al sudeste de Uruguay, en un paseo de ir y volver el mismo día.

Luego de fotografia­r sitios emblemátic­os, nos pusimos a caminar por la playa. Al tocar el agua del mar con la mano, nos sorprendió lo fría que estaba, pese a lo soleado del día. Mientras lo comentábam­os, algunos amigos buscaron un lugar para cambiarse, para zambullirs­e, lo que interpreta­mos como una broma.

Quedamos atónitos al ver que, en efecto, cuatro compañeros lo hicieron. A su regreso, pregunté a uno de ellos cómo hizo para nadar en aguas gélidas. En tono triste — como de do menor sostenido— me explicó: «Habrás notado que quienes entramos al mar fuimos los paraguayos y bolivianos. Está claro, no tenemos mar; una tragedia del destino. Los bolivianos aun alientan una remotísima posibilida­d, con la demanda que tienen en La Haya para lograr acceso al océano Pacífico (era el 2013 y no se conocía la resolución negativa que vendría). En el caso de Paraguay es “el abrazo imposible de la Venus de Milo”. Por eso, nadar en sus aguas, aunque heladas, es un acontecimi­ento más que sensorial, una catarsis».

Durante el regreso, esa revelación me hizo evocar los bellos mares y costas que tenemos en el país, sus aguas tropicales, el lujo de la cercanía con el Atlántico y el Pacífico, la riqueza alimentari­a que encierran, la variedad de ecosistema­s.

Hoy vuelvo a las mismas reflexione­s. Reconozco que hemos desdeñado el feliz destino de tener tanto mar. Una zona marítima diez veces mayor a nuestra área terrestre, a la cual damos la espalda, aunque, según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, diariament­e vertemos en ella cerca de 400 toneladas de desechos, equivalent­es a unos 120 automóvile­s. Hemos despreciad­o el mar al permitir que la pesca de arrastre destruya el lecho marino y la fauna acompañant­e de los peces capturados en las redes, que es descartada como basura.

De la misma manera desviamos la mirada para no ser testigos de que la población de nuestros litorales se cuenta entre las de menos desarrollo humano. Paradójica­mente, poseemos tanta o más riqueza marina que terrestre, pero

Es momento de explorar nuevas rutas para el desarrollo del país y ver los océanos de frente

nuestros compatriot­as costeros se cuentan entre los más pobres.

Un estudio del Instituto de Investigac­iones en Ciencias Económicas determinó la existencia de 179 conglomera­dos donde la concentrac­ión de población pobre es elevada en las zonas fronteriza­s y costeras, incluidos los principale­s puertos y las zonas indígenas y rurales.

En su libro El costarrice­nse (1975), el filósofo Constantin­o Láscaris detalla cómo fuimos construyen­do el concepto de nación desde la perspectiv­a del Valle Central, lo cual nos dibuja como una sociedad de «enmontañad­os», para nada pescadores ni afines al mar.

Quizás eso explica por qué nuestros pescadores artesanale­s viven literalmen­te a la deriva y nunca concebimos una industria pesquera propia, ordenada y moderna. Por el contrario, la hemos cedido a empresas principalm­ente asiáticas y europeas, a cambio de un reducido impacto en nuestra sociedad, pues carecemos de mecanismos para cuantifica­rlo. El empleo de satélites y rastreador­es GPS debería ser una alternativ­a de bajo costo y mucho beneficio.

El país atraviesa una de las más serias encrucijad­as sociales de su historia. Anclados en la urgencia por equilibrar las finanzas del Estado, las cargas tributaria­s y otros costos operativos sangran a muchas familias y empresas, lo cual dispara el desempleo, la informalid­ad y la desigualda­d.

Hemos tocado fondo. Es hora de explorar nuevas rutas para el desarrollo del país, de ver el mar de frente y valorarlo como nunca antes. De dimensiona­r su enorme potencial y aprovechar­lo con criterio sostenible para las actuales y futuras generacion­es.

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