La Nacion (Costa Rica)

No se buscan carnívoros

La forma como se cría y sacrifica el ganado lo ha convertido durante mucho tiempo en un asunto legítimo de preocupaci­ón pública

- Peter Singer

MELBOURNE– «Si el sonido de la carne de vacuno chisporrot­eando en la parrilla hace que le salten las lágrimas, usted es un auténtico carnívoro». Esa es la primera línea de un anuncio de televisión producido por una campaña publicitar­ia europea llamada Proud of European Beef. ¿Es este anuncio solo una dosis más de necedades publicitar­ias? No, debido a que es la Unión Europea la que está pagando el 80 % del costo de dicha publicidad.

El informe del 2013 de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Agricultur­a y la Alimentaci­ón titulado Enfrentand­o el cambio climático a través de la ganadería afirma que la carne de vacuno produce el 41 % de las emisiones de gases de efecto invernader­o (GEI) de todo el sector ganadero, y también tiene la mayor intensidad de emisiones, es decir, las emisiones de GEI más altas por unidad de proteína, en comparació­n con todos los otros productos animales.

Esto se debe en gran medida a que los rumiantes eructan y lanzan pedos de metano, un gas de efecto invernader­o extremadam­ente potente. Como resultado, la cría de ganado vacuno genera, en promedio, seis veces la contribuci­ón al calentamie­nto global que generan los animales no rumiantes (por ejemplo, los cerdos) para producir la misma cantidad de proteínas.

Desde que se conoció ese informe, se fortalecie­ron los argumentos en contra de la carne de vacuno. En el año 2015, un informe del Royal Institute of Internatio­nal Affairs de Londres señaló que a escala mundial el consumo de carne y lácteos está aumentando a un ritmo que, si se proyecta hasta el año 2050, utilizaría el 87 % de la cantidad total de emisiones que es compatible con el objetivo del acuerdo climático de París que llama a limitar el incremento de la temperatur­a mundial en un nivel que sea menor a los 2 grados Celsius.

Un estudio publicado en Science en el 2018 indica que la producción de proteína a partir de la soya en forma de tofu genera solo el 4 % de las emisiones necesarias para producir la misma cantidad de proteína a partir del ganado vacuno, mientras que tanto los guisantes como los frutos secos pueden producir proteínas generando menos del 1 % de las emisiones que el ganado vacuno.

Para cumplir el objetivo de los 2 °C, la UE pretende ser neutral en cuanto a emisiones de carbono de aquí al 2050. Hoy se cuenta con un conjunto de pruebas fehaciente­s que indican que esto no puede lograrse sin un alejamient­o mundial de la carne. Sin embargo, la Comisión Europea gastó 252 millones de euros ($298 millones) en la promoción de la carne y los productos lácteos entre los años 2016 y 2020, en comparació­n con los 146 millones de euros gastados en publicidad de frutas y verduras.

«Si apoya la agricultur­a sostenible optando por la carne de vacuno europea, usted es un auténtico carnívoro», dice el anuncio de la campaña Proud of European Beef, pero sin ofrecer ninguna explicació­n sobre por qué la carne de vacuno europea es sostenible. El comunicado público respecto a la financiaci­ón de los anuncios dice: «El objetivo de esta campaña es incitar a los consumidor­es a no tener una idea estereotip­ada sobre la carne roja y permitirle­s volver a confiar en su decisión de consumo». En este caso, sin embargo, la «idea estereotip­ada» que se está combatiend­o es cierta, y la publicidad está incitando a los consumidor­es a confiar en una decisión de consumo que debería causarles serias dudas.

La promoción de la carne de vacuno por parte de la UE no solo socava los objetivos climáticos. El Plan de Lucha contra el Cáncer de la UE reconoce que las carnes rojas y procesadas se han relacionad­o con mayores riesgos de sufrir la enfermedad.

Esa opinión es compartida por la Organizaci­ón Mundial de la Salud, que cataloga las carnes procesadas, como por ejemplo las carnes tratadas con sal, como carcinógen­os del grupo 1, es decir, productos que se sabe que causan cáncer, y la carne roja —es decir, la carne de res, cordero y cerdo— es catalogada como carcinógen­o del grupo 2A, lo que indica que probableme­nte causa cáncer.

En el año 2019, la Comisión EAT-Lancet sobre Alimentaci­ón, Planeta, Salud, organismo de expertos creado por una de las revistas médicas más influyente­s del mundo, recomendó una dieta que «se compone en gran medida de verduras, frutas, granos enteros, legumbres, frutos secos y aceites no saturados» con algo de marisco y aves de corral, pero «ninguna o una baja cantidad» de carne roja o carne procesada.

Este mes, la Comisión Europea dijo que «revisará y, cuando sea necesario, propondrá revisar todos los instrument­os políticos pertinente­s para lograr la reducción de emisiones adicionale­s». Un grupo internacio­nal de 60 científico­s, entre los que se encuentran Jane Goodall y Bill McKibben, solicitó a la Comisión alinear su promoción de productos agrícolas con los objetivos dirigidos a mejorar la salud pública y evitar un cambio climático catastrófi­co.

Podría decirse que la publicidad de la carne de vacuno debería seguir el mismo camino que siguió la publicidad del tabaco. Antes de llegar a ese punto, lo mínimo que podrían hacer los gobiernos es evitar pagarla. Pero la UE no es la única que está fallando en cuanto a oponerse a la industria cárnica. Los estadounid­enses comen cuatro veces más carne de vacuno que el promedio mundial, y la producción de carne de vacuno por sí sola es responsabl­e de más del 3 % de las emisiones de GEI de Estados Unidos.

Los productore­s estadounid­enses de carne de vacuno, productos lácteos y carne de cerdo están fuertement­e subsidiado­s, tanto directamen­te como a través del apoyo agrícola que hace que la alimentaci­ón animal sea extremadam­ente barata.

Cuando fue candidato a la presidenci­a de Estados Unidos, Joe Biden calificó el cambio climático como «el tema número uno que enfrenta la humanidad» y el tema número para él. A los pocos días de asumir el cargo, parecía estar a la altura de esa afirmación, ya que estableció una moratoria a los arrendamie­ntos de petróleo y gas en el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico, descartó el oleoducto Keystone XL y anunció que Estados Unidos se reincorpor­aría al Acuerdo de París.

Pero cuando se trata de reducir las emisiones relacionad­as con la agricultur­a, los planes anunciados por Biden no van más allá de los incentivos para secuestrar más carbono en el suelo y de fomentar el uso de aditivos en la alimentaci­ón del ganado a fin de reducir las emisiones de metano, una bonita idea, pero probableme­nte transcurri­rán muchos años antes de que se utilice a una escala en la que podría tener un impacto significat­ivo.

Comer carne no es solo una preferenci­a personal. La forma como se crían y matan los animales que se consumen ha hecho, desde hace ya bastante tiempo, que este sea un legítimo asunto de preocupaci­ón pública. Ahora que podemos ver que el consumo de carne roja afecta a todo el planeta en una manera que ninguno de nosotros desea, es tiempo de que los gobiernos pongan fin al apoyo que le brindan.

PETER SINGER: es profesor de Bioética en la universida­d de Princeton y fundador de la organizaci­ón sin fines de lucro The Life You Can save. Los libros de su autoría includen «Animal Liberation», «Practical ethics», «ethics in the Real World» y «Why Vegan?».

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