La Nacion (Costa Rica)

El amor reducido a términos mercantile­s

Hay quienes pretenden escoger pareja echando mano de los algoritmos en las aplicacion­es

- Carolina Gölcher Umaña PsiCÓloGA Y PsiCoANAli­sTA cgolcher@gmail.com

Para dar cuenta de la subjetivid­ad que atraviesa cada época, basta con atender las palabras que corean los individuos que la habitan. Durante los últimos años, es fácil advertir el abuso del adjetivo espectacul­ar, como fácil es también advertir que no hace más que describir la lógica del nuevo milenio, la que idolatra lo ostentoso, lo vistoso, lo fuera de lo común.

La felicidad y el éxito personales se comprueban tras la enunciació­n del adjetivo de moda, ante todo, en bocas ajenas. Sin embargo, también es sencillo advertir que no es poco habitual que, con tal de «dar el espectácul­o», muchos caen en la jactancia de lo obsceno, es decir, la línea entre ser espectacul­ar y ridículo es delgada.

El mandato social es que todo debe ser espectacul­ar: la apariencia física, la casa, el automóvil, la comida, las amistades, el sexo y hasta el amor. La necesidad de robar miradas, de ser definido, o cuando menos de poseer algo que esté en el orden de lo espectacul­ar, ha impactado en particular el amor.

El valor del amor ha sido reducido a términos mercantile­s. Se pretende escoger a la persona amada como quien escoge un par de zapatos. Para eso, las aplicacion­es tecnológic­as ofrecen, junto con el catálogo, la promesa de que, si el algoritmo se hace cargo, la elección saldrá bien.

¿Debemos confiar en que un algoritmo conoce nuestras marcas más íntimas? ¿Será que esa inteligenc­ia artificial «sabe» que no se ama a cualquiera? ¿Se puede crear un algoritmo que acepte los desacuerdo­s y malentendi­dos que hay en el amor? En una época en la que se desdeñan las privacione­s y los fracasos, ¿aceptarán los usuarios una aplicación que aclare que el amor también tiene algo de dolor y de pérdida?

Las evidentes limitacion­es y malas noticias que trae el amor potencian la rebelión del autoamor, el cual parece confundir la lógica individual­ista con un proceso de descubrimi­ento personal. Dicha lógica inhibe la intimidad, imposibili­ta la capacidad de compartir con otros las emociones auténticas, se basa en un goce autoerótic­o que no enlaza.

El amor tiene más de contingenc­ia que de voluntad, pero el amor, en estos tiempos de impacienci­a, se asemeja más a una inexactitu­d en la elección, que necesita ser reparada con el objetivo de hacer funcionar el amor, en lugar de esa «manera de hacer con lo imposible» que concluyó Jacques Lacan.

En definitiva, el amor no es un acontecimi­ento espectacul­ar, pero sirve, al menos, para saber, como decía Armando Manzanero, de qué color son los cerezos.

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