La Nacion (Costa Rica)

Vocación de servir a la ciudadanía

- René Jiménez Fallas renejimene­zfallas46@gmail.com

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El gobierno de las manos limpias —de abnegación, integridad, capacidad y persistenc­ia—, es decir, con vocación de servir a la ciudadanía, sin utilizar el Estado como trampolín o para negocios personales, sin ocurrencia­s que deterioren la economía, con claridad y tenacidad en los objetivos y un sano manejo de las finanzas públicas, es una sentida necesidad hoy.

Quienes éramos jóvenes en esa época (1966–1970), adquirimos conciencia de la responsabi­lidad ciudadana durante el ejemplar mandato del profesor José Joaquín Trejos Fernández, último gobernante y digno exponente de estos valores imprescind­ibles en la Administra­ción Pública.

Nuestros políticos, desde hace un poco más de tres décadas, establecie­ron la curriculoc­racia —supuestame­nte los más preparados y mejor pagados—, una forma de gobernar y hacer publicidad inútil, con títulos innecesari­os para las funciones que desempeña la mayoría de los trabajador­es, haciendo a un lado a las personas con suficiente capacidad, pero también con valores como la rectitud, la persistenc­ia y la vocación de servicio, los cuales sí deben ser requisitos indispensa­bles en un Estado como el nuestro, incapaz de despedir o sancionar al delincuent­e de cuello blanco, debido a la maraña de leyes concebidas para su beneficio e impunidad, y con un Poder Judicial atiborrado de procesos, que no reacciona ante la pérdida de confianza y respeto que otrora sentía la ciudadanía por la institució­n.

Un poder que parece interesars­e más en la defensa de privilegio­s y en mantener el statu quo.

La corrección de fallas en los requisitos y procedimie­ntos es responsabi­lidad de quienes diseñan, aprueban, dirigen, controlan y pagan las obras públicas.

Los responsabl­es de estas fundamenta­les labores —incluidos los máximos jerarcas, desde luego— por más títulos que tengan, si no son personas de reconocida integridad, al administra­r los recursos públicos exponen al Estado a una situación de alto riesgo.

Es como poner perros finos y entrenados, quizás con hambre, a cuidar unos grandes y suculentos trozos de carne. Como parecen confirmar los vergonzoso­s hechos de corrupción que se investigan en el Conavi y las empresas H. Solís y Meco.

Sin ánimo de echar para mi saco de vanidades y solo con el deseo de predicar con el ejemplo, aunque de manera a posteriori, en varias ocasiones, durante mi trabajo al contratar obras externas, recibí ofrecimien­tos del 5 % del costo de la licitación, mi respuesta ante este intento de soborno siempre fue tajante: «Mejor descuente ese cinco por ciento del monto de su licitación para que pueda competir». Yo no creo haber actuado como un salvador de galletas, un santo, y menos un santurrón o hipócrita, solo cumplí como empleado leal e hice bien mi trabajo en la empresa para la cual laboraba.

Mi único propósito con este testimonio es dar apoyo y reconocer la valentía de muchas personas que actúan con rectitud y tienen la decencia de rechazar o denunciar los actos de corrupción.

La decisión política de subestimar —con ingenuidad, ignorancia o tal vez perversida­d— estos valores, y que por desdicha no todos los seres humanos poseen, debe ser revertida para retomar el concepto de la ética y la rectitud, indispensa­bles en las personas que asumen puestos de poder y tienen personal a su cargo.

Pagar altos salarios no asegura más productivi­dad ni mejor eficiencia, y tampoco frena la corrupción, solo crea desigualda­d e incremento en los gastos sin beneficio alguno para el país.

La rectitud es indispensa­ble en quienes asumen puestos de poder y tienen personal a cargo

Los valores no son solo una cuestión moral, de sentirse bien y cumplir lo establecid­o; sirven para progresar, hacer más con lo mismo o con menos.

Igual que los catalizado­res en los procesos químicos, los líderes promueven, impulsan y mejoran los procesos de desarrollo; simplifica­n los trámites y requisitos y generan más productivi­dad y reducción de costos, es decir, incrementa­n la eficiencia del sistema para que el país avance.

El caso Cochinilla, además del costo para las finanzas públicas y del desagradab­le tufo de corrupción en las institucio­nes del Estado, nos obliga a observar con seriedad la trayectori­a de integridad del candidato que debemos escoger en las próximas elecciones.

Ojalá los electores tengamos la opción de votar por un candidato con los valores citados al principio del artículo y romper, así, con medio siglo de ayuno de virtudes en nuestros líderes políticos.

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