La Nacion (Costa Rica)

Evitemos ser el segundo São Paulo

- Miguel Ángel Sobrado sociÓlogo miguel.sobrado@gmail.com

Donde predominan la corrupción y su pareja la impunidad, no existe libre juego económico ni posibilida­d de competenci­a para el empresario eficiente y honesto que se encuentra fuera de las redes del poder.

La corrupción convierte la competenci­a en un juego con los dados cargados y, en este proceso, los corruptos, además de acumular capital se tornan en el modelo de empresario exitoso que consolida su influencia y poder.

Erradicar o reducir al mínimo los ámbitos donde opera la corrupción en el mundo empresaria­l y público es un requisito para el desarrollo y la construcci­ón de un tejido social sano en Latinoamér­ica. Pero no será posible mientras se pretenda combatirla como un problema moral de personas en vez de un sistema social sobre el cual debe actuarse para romper los círculos viciosos.

La visión moralista ve solo personas en los gobernante­s, que deben mostrar requisitos éticos, así como funcionari­os que requieren detallados controles en los procedimie­ntos. En este sentido, se propone entronizar «salvadores» en el gobierno y se establecen, por una parte, normativas complejas de control y, por otra, leyes severas para desalentar las contravenc­iones y delitos.

En la práctica, las normativas reguladora­s se convierten en obstáculos paralizant­es de la gestión pública. En lugar de transparen­cia, promueven la corrupción para solventar los trámites en los procedimie­ntos.

Las penas mayores para castigar las contravenc­iones y los delitos, que deberían actuar en el comportami­ento de las personas, aparte de ser frecuentem­ente desproporc­ionadas, no las acompañan mecanismos de control y cumplimien­to, lo que las convierte en una especie de saludo a la bandera, que debilita el régimen de derecho. Por ejemplo, multas de ¢300.000 por botar desechos en calles saturadas de basura desmoraliz­an al ciudadano y atentan contra el prestigio de la ley. La impunidad y la corrupción, en este caso, se fortalecen recíprocam­ente.

Es preciso cambiar el enfoque individual­ista y reconocer la corrupción como lo que es: un sistema que debe ser enfrentado como tal, esto es, con algunos cambios que prioricen el interés público sobre el interés procedimen­tal, faciliten la ruptura de círculos viciosos y fomenten la construcci­ón de círculos virtuosos en un proceso acumulativ­o que reduzca al mínimo la impunidad y permita, con sus logros, fortalecer la autoridad reformador­a.

Los sistemas no cambian por decreto, aunque requieren condicione­s para transforma­rlos, que se encuentran, hasta el momento, sin aprovechar.

El artículo 11 de la Constituci­ón demanda de los funcionari­os una evaluación por resultados con responsabi­lidad personal. Una vía expedita para exigir una revocatori­a del cargo cuando este no cumpla. Pero, aunque es una exigencia constituci­onal aprobada en el año 2000, ha sido ignorada por convenienc­ia de los jerarcas y de las autoridade­s contralora­s, que prefieren enfocarse en detalles.

Esta vía se suma a una moratoria de la normativa paralizant­e de la gestión pública, labor que debería ser ejecutada de manera célere, en caso necesario, por un tribunal especial de transforma­ción institucio­nal.

Son dos condicione­s básicas para comenzar la transforma­ción del sistema político, ubicado dentro de una labor acumulativ­a, en la que los ámbitos locales, regionales o sectoriale­s promuevan su expansión.

En este sentido, conviene analizar las primeras etapas de gestión local y regional de Bukele en El Salvador, donde la demostraci­ón de que se puede gobernar sin robar y con eficiencia le valieron el apoyo creciente que lo condujo a la presidenci­a de la República.

A las repúblicas de nuestra América, desde la independen­cia, les faltan contrapeso­s sociales que equilibren los gobiernos. Recordemos que después de la independen­cia fueron los criollos quienes asumieron el poder y no las comunidade­s indígenas o los esclavos.

Por otra parte, heredamos una tradición centralist­a, según la cual las cosas se resuelven en «las cortes», sin controles ciudadanos. En otras palabras, tenemos más similitud con un capitalism­o de amiguetes, en el cual prosperan la corrupción y la impunidad, que con una república poseedora de pesos y contrapeso­s ciudadanos.

Cambiar este estado de cosas no se logra buscando salvadores con un foco, sino transforma­ndo el sistema para que, por medio de políticas incluyente­s y descentral­izadas, sin espacio para la impunidad, transforme­mos nuestros Estados.

De otra forma, América Latina retroceder­á, y nosotros con ella, en la comunidad de naciones. El famoso caso Cochinilla no tiene nada de original; es una reproducci­ón del resonado escándalo Odebrecht, que afectó a casi todos los países del continente.

Si no se producen cambios con miras a que el empresaria­do creativo y honesto se desarrolle y tome posiciones en el mundo económico y político, y que las comunidade­s ejerzan controles locales, permanecer­emos en el ámbito del capitalism­o de amiguetes, en el que los escándalos duran unas semanas. Posición que, a falta de alternativ­as de transforma­ción sistémica, deriva, como en São Paulo, en la reinstalac­ión de los corruptos en el poder.

En esa ciudad, donde se construyer­on muchas obras públicas, Paulo Maluf fue dos veces alcalde. Acusado de corrupción, no fue reelegido. No obstante, como sus opositores, una vez en el gobierno, se desgastaro­n en luchas internas y descuidaro­n la infraestru­ctura, él se lanzó de nuevo y ganó después de afirmar que «robaba, pero hacía».

Que no nos pase, por falta de decisiones para el cambio institucio­nal de fondo, algo así en un futuro próximo con un narco cada vez más posicionad­o y fuerte.

Es preciso cambiar el enfoque individual­ista y reconocer la corrupción como lo que es

 ?? SHUttersto­cK ??
SHUttersto­cK
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica