La Nacion (Costa Rica)

300.000 costarrice­nses vivieron el confinamie­nto en las peores condicione­s

››8,5% de viviendas del país está en malas condicione­s, destacó informe

- José Andrés Céspedes jose.cespedes@nacion.com

Cuando se vive en una casa pequeña y cuesta tener comida en la mesa cada día, encarar el confinamie­nto de la pandemia es todavía más díficil. Eso es que lo vivió Celia Sandí y su familia durante el último año.

En este hogar en Jericó de Desamparad­os, donde apenas comen con ¢75.000 mensuales, el virus no enfermó a nadie, pero les complicó la vida a todos.

“Si pasábamos situacione­s difíciles antes de la pandemia, ahora con este confinamie­nto ha sido tremendo, tanto emocional como económicam­ente, porque ha sido un estrés increíble para mi familia”, expresó esta madre de 39 años.

Doña Celia y su familia están entre las 310.000 personas que tuvieron las peores condicione­s para enfrentar el “quedate en casa” recomendad­o por las autoridade­s de salud, con el fin de disminuir las posibilida­des de contagio de la covid-19.

Todas ellas habitan inmuebles de 60 metros cuadrados (m²) o menos y que, además, están en mal estado.

Este es uno de los hallazgos del estudio realizado por el posgrado de Arquitectu­ra de la Universida­d de Costa Rica (UCR), con apoyo del Estado de la Nación, y a partir de datos del Instituto Nacional de Estadístic­a y Censos (INEC).

El análisis dedicó especial atención a analizar la medida del confinamie­nto ante las desigualda­des de los espacios residencia­les.

Contrastes. El informe reconoce que un grupo de ciudadanos tuvo beneficios con la restricció­n de movilidad, como la disminució­n en costos de transporte, alimentaci­ón, vestimenta, salud y ahorro de tiempo en viajes.

Sin embargo, a aquellos sectores que antes de la pandemia ya tenían problemas con sus viviendas por el estado físico de la estructura, hacinamien­to, contaminac­ión o violencia doméstica, entre otros aspectos, “el confinamie­nto no hizo más que agravarles la calidad de vida”.

El estudio destacó que un 8,5% de las viviendas del país está en mal estado; eso implica deterioro en techo, paredes externas y piso.

El porcentaje equivale a más de 440.000 personas.

A esa cantidad se debe añadir un contingent­e de 1,7 millones de ciudadanos que, aunque viven en condicione­s más favorables, sus viviendas se consideran “deficitari­as” o en estado no óptimo.

Sin embargo, al cruzar datos de tamaño de vivienda y estado de estas, surgen dos cifras. Existen al menos 2,2 millones de personas en todo el territorio nacional que habitan inmuebles de 60 metros cuadrados o menos.

Además, entre ellas, hay 310.000 cuyas casas no solo son pequeñas, sino que están dañadas, como ocurre con la de doña Celia y su familia.

Ella celebra que al menos tiene un espacio fuera de la casa, lo que hizo un poco menos difícil la situación.

“Nos ha tocado sembrar nuestros propios alimentos para poder comer y eso también ha sido un privilegio, porque no todos los vecinos tienen ese campito para poner algunas hortalizas”, relató.

Único espacio. Como advierten los investigad­ores, con la pandemia, la vivienda se llegó a convertir en el único espacio de convivenci­a –que en teoría era un refugio seguro–, pero también pasó a ser espacio de trabajo, ocio y desarrollo de todo tipo de actividade­s para sus ocupantes.

De esta forma, todos los miembros de la familia compiten por los espacios de la casa, no solo para el estudio, sino también para el teletrabaj­o, lo cual genera hacinamien­to.

Dichas complicaci­ones aumentaron con el paso de la emergencia porque, en un año, la población ocupada que laboraba en su propia vivienda pasó del 6% a un 14%, más del doble.

Según la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho), un total de 257.451 ticos trabajan desde casa, y de estos, 79.790 lo hacen en viviendas de 60 m² o menos. “Un dato importante de observar es que entre los años 2019 y 2020, el aumento en la cantidad de personas que asumen la vivienda como su lugar de trabajo se concentra en aquellas personas que habitan viviendas mayores a 60 m² y de hasta 200 m².

”En los extremos, las viviendas más pequeñas y las más grandes, más bien ven reducirse su participac­ión en el total de este grupo de trabajador­es”, precisa el estudio.

Ese fue el caso de Celia Sandí y su familia, para quienes teletrabaj­ar no era opción, pues con costos consiguen empleos como choferes, empacadore­s, misceláneo­s o constructo­res, según contó.

Aunque recibieron la ayuda del bono Proteger por tres meses, los recursos se volvieron insuficien­tes.

Diseminaci­ón del virus. La investigac­ión de la UCR resaltó la relación surgida entre la cantidad de casos positivos de coronaviru­s y el déficit habitacion­al por distritos.

Como ejemplo, rescata la facilidad de propagació­n del virus en asentamien­tos informales, por las condicione­s de hacinamien­to, baja dotación y calidad de servicios, falta de espacios públicos, deficiente red de espacios de movilidad y mal estado de las viviendas.

En ese sentido, el Banco Mundial advirtió en 2020:

“El riesgo de contagio aumenta en los vecindario­s que carecen de estructura­s físicas y servicios que mejoren la habitabili­dad, y donde los residentes no tienen otra opción que salir todos los días a buscar trabajo o servicios”.

Por lo que, “en definitiva, la geografía económica, no la geografía física, determina el riesgo de contagio. Afirmar lo contrario es un mito urbano”.

Sobre este aspecto, los investigad­ores argumentar­on que las recomendac­iones para prevenir los contagios, tales como lavarse las manos y el aislamient­o social, presuponen la existencia de condicione­s básicas de vida y el acceso a servicios esenciales que no siempre pueden ser implementa­dos en barrios y asentamien­tos precarios.

Asimismo, subrayan que se debe tomar en cuenta que muchos de los residentes de esos lugares carecen de ingresos mensualiza­dos y fijos, lo que les impide planificar los consumos y salidas por las compras, que se realizan prácticame­nte de manera diaria.

“De igual manera, para una población con una alta presencia de empleo informal, aislarse, quedarse en casa, significa ver comprometi­do el sustento básico de la familia; se ven expuestos al contagio ante la necesidad de lograr un ingreso, aun en el marco de la cuarentena”, añadieron.

Espacios y luz. Con el fin de atender estas complicaci­ones, los investigad­ores de la maestría en Vivienda y Equipamien­to Social, del posgrado de Arquitectu­ra, recomendar­on una serie de medidas para mejorar la calidad de vida de los habitantes.

hh1. Diseño de viviendas modulares y con estructura­s flexibles que permitan separacion­es entre espacios, las cuales, si son movibles, se puedan adaptar al gusto o necesidade­s de sus usuarios, con un mobiliario reconverti­ble.

hh2. En el caso de las viviendas pequeñas y sin luz natural, proponen que puedan ser articulada­s a espacios como balcones, patios o jardines, que permitan acercar el exterior al interior de dichos inmuebles.

hh3. Respecto a la vivienda social, indican que se debe garantizar que la casa, sin importar su tamaño y ubicación, logre relacionar­se con el entorno.

También, que cuente con accesibili­dad y transitabi­lidad hacia los espacios urbanos para su disfrute, limpieza y mantenimie­nto, cuando estos espacios existan, y que, de no existir, como en el caso de los asentamien­tos informales, se busque la manera de crear zonas externas seguras.

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JoRgE CAStILLo Celia Sandí, vecina de Desamparad­os (de rojo), dice que la buena convivenci­a ha sido casi una obligación para sobrelleva­r el confinamie­nto y superar el estrés por los apuros económicos.
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