La Nacion (Costa Rica)

El autoritari­smo de las buenas intencione­s

- Isabel Gamboa Barboza CATEDRÁTIC­A DE LA UCR isabelgamb­oabarboza@gmail.com

En la entrada de su diario, el 12 de mayo de 1938, la escritora británica Virginia Woolf, mientras esperaba la publicació­n de su libro Tres guineas, anotó que tenía miedo de las críticas «furiosas». No era para menos, pues sus publicacio­nes solían ser recibidas con gran odio.

Para darse ánimos, escribió: «Los perros pueden ladrar, pero no me morderán». Unos días después, el 30 de mayo, como una forma de lidiar con el terror que le producía la violencia de la crítica que la aguardaba, volvió a su diario: «Pero creo que puedo sentarme a verlas venir, como un sapo en un roble en medio de la tormenta».

La belleza y el dramatismo de las citas anteriores sirven para ilustrar la enorme dificultad humana para transigir, saber estar en desacuerdo y aceptar que alguien no piensa como el otro.

El problema parece traducirse cada vez más en un acting out, particular­mente, cuando se llevan a cabo acciones concretas para fomentar el odio contra quienes piensen diferente, práctica que ha explotado, como lo saben muy bien ustedes, con el auge de las redes sociales y, principalm­ente, el anonimato que estas permiten, que en ocasiones se mezcla con la autoría pública como un espejismo para demostrar una supuesta verdad.

Y es que hay un hecho paradójico en las redes sociales: han promovido luchas y contribuid­o a posicionar como culturalme­nte mal vistos

Vivimos en una era de enorme dificultad para transigir y aceptar a quien no piensa como el otro

comportami­entos sexistas, racistas y homófobos —con lo cual nos hemos vuelto mejores como sociedad—; sin embargo, también han facilitado a algunas personas, que dicen trabajar por una vida mejor, pero que detestan la oposición, imponer con espíritu dogmático y ego frágil su versión de la lucha.

Hablo en general de la gente opuesta «al sistema», y que se distinguen por criticar todo aquello que no salga de su propia iniciativa, incapaces de ver un logro en nada ni nadie, excepto el propio. Su mayor aporte será contribuir al encanfinam­iento irracional y general contra ciertas figuras públicas o privadas. No hablo de la crítica sincera, razonada y propositiv­a que debemos hacer, sino del uso de eslóganes tirados así no más, para ver cuántos likes recogen.

Me refiero, en particular, a las personas que, tras alguna bandera de libertad, se comportan con una tiranía sorprenden­te, como si creyeran que la defensa es siempre contra alguien, y no por un derecho, o como si pensaran que defender algo les otorga una licencia moral para imponer su punto de vista e irse contra el cuerpo de quien no lo acepte.

Seres que diseñan etiquetas y las pegan en la frente de quienes se atreven a discutir sus ideas, con el propósito de atemorizar y callar. Un ejemplo es tildar de TERF (trans-exclusiona­ry radical feminist) a una feminista, de reaccionar­io a quien critique a la izquierda o de chancletud­o a quien la defienda.

Se les reconoce porque sus palabras están llenas de odio y su fin es fomentar el odio siempre contra alguien en particular, sea grupo o persona; también, porque no entienden algo sencillo: la libertad de cada quien termina donde empieza la de los demás, una idea clásica sobre la libertad, heredada del existencia­lismo.

Estos comportami­entos probableme­nte tengan que ver con lo que la catedrátic­a sueca Inger Enkvist señala en su crítica a algunas pedagogías educativas que dan prioridad a los sentimient­os por sobre y en contra de la disciplina y el rigor del estudio bajo la guía docente, pues son comportami­entos de quien desprecia el conocimien­to y presupone que su visión de la vida es superior.

Parece que brincamos de la pedagogía del golpe y la anulación a una en la cual la disciplina del estudio es vista como tiránica, y se presume que lo mismo sabe un estudiante que un docente.

El autoritari­smo, gravísimo, combina bien con quienes creen que debería haber una sola religión, un solo partido, una sola familia, pero no con quienes proponen un mundo más grande y libre.

Entonces, podríamos hacerlos un poco responsabl­es de una doble moral, pero también de desperdici­ar un medio (las redes sociales) y de desprestig­iar a las ya impopulare­s luchas por los derechos humanos.

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SHUTTERSTO­CK

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