La Nacion (Costa Rica)

Grandes palabras y pocas acciones

- Luca Bergamasch­i COFUNDADOR DE ECCO

Afinales del año pasado, en la cumbre de Riad, los gobiernos del G20 dijeron que el cambio climático es uno de los problemas más acuciantes del siglo XXI. Señala el comunicado de la cumbre: «Mientras nos recuperamo­s de la pandemia, estamos comprometi­dos con la protección del planeta y con la construcci­ón de un futuro más inclusivo y ambientalm­ente sostenible para todas las personas». Pero ese compromiso todavía no se materializ­a.

Es verdad que la intensidad de carbono del suministro de energía en los países del G20 está disminuyen­do. Hay una reducción en el uso de carbón y en la contaminac­ión del sector energético, y se formularon diversas políticas para la descarboni­zación del transporte. Las iniciativa­s del G20 que buscan alentar a las empresas a informar sobre los riesgos climáticos comienzan a dar fruto.

Pero los cambios no son suficiente­mente veloces para producir una merma real de las emisiones, en particular porque los países del G20 mantienen una subvención silenciosa a sectores con alta emisión de carbono. Según Vivid Economics, de los $4,6 billones que destinaron las principale­s economías del mundo a los sectores agrícola, industrial, de los residuos, de la energía y del transporte como parte de los paquetes de ayuda por la pandemia, menos de $1,8 billones fueron «verdes».

Por eso, en 15 de las 20 economías analizadas por Vivid Economics, el gasto en estímulo tendrá un «impacto ambiental neto negativo». El Informe de Transparen­cia Climática 2020 también halló que alrededor del 30 % del gasto en estímulo se destinó a sectores con alta intensidad ambiental. El carbón, el petróleo, el gas y la aviación fueron algunos de los principale­s beneficiar­ios.

De lo que suceda en la reunión del G20 de octubre en Roma dependerá en gran medida que la cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático (COP26), que tendrá lugar en noviembre en Glasgow, fije metas de reducción de emisiones y compromiso­s de financiaci­ón climática con el grado de ambición que necesita el mundo para evitar un aumento de temperatur­as superior a 1,5 °C respecto de los niveles preindustr­iales.

Más contaminan­tes. Los países del G20 no solo suman el 85 % del PIB global, el 75 % del comercio internacio­nal y dos tercios de la población mundial; también producen alrededor del 80 % de la emisión anual de gases de efecto invernader­o; China por sí sola emite el 26 % del total mundial.

Por desgracia, el G20 tiene un largo historial de grandes palabras y pocas acciones. Para producir alta retórica o planes para formular otros planes es muy bueno; si hablamos de acción, mejor buscar en otro lado. Pero en vista de la evidencia científica cada vez más preocupant­e (y de una variedad reciente de fenómenos climáticos extremos), la tensión y la presión están en aumento.

Los gobiernos del G20 tienen que capitaliza­r una serie de señales prometedor­as surgidas de la conferenci­a sobre el clima en julio en Venecia, donde Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacio­nal, y David Malpass, presidente del Banco Mundial, pidieron un aumento de los gravámenes al carbono y que se ponga fin a los subsidios multimillo­narios a los combustibl­es fósiles.

Jin Liqun, presidente del Banco Asiático de Inversión en Infraestru­ctura, dijo que la financiaci­ón del carbón está perdiendo atractivo en todo el mundo, incluso en China. Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, habló de una nueva era de transparen­cia en relación con la «vulnerabil­idad climática» del sector financiero y advirtió de que «el 10 % más vulnerable de los bancos puede experiment­ar un 30 % de aumento en la probabilid­ad promedio de impagos en sus carteras de crédito de aquí al 2050».

Algunas economías del G20 están dando pasos en la dirección correcta. La Unión Europea, Estados Unidos y el Reino Unido diseñaron planes de reducción de emisiones más ambiciosos y mejor alineados con el objetivo de 1,5 °C. Argentina, Canadá y Japón también presentaro­n nuevas metas más estrictas de aquí al 2030. Sudáfrica afirma que hará lo mismo antes de que termine el año.

Pero muchos países con alto nivel de emisión (Australia, China, la India, Indonesia y Arabia Saudita) todavía no presentaro­n planes nuevos para la COP26. Brasil, Rusia y México ya lo hicieron, pero ninguno es una mejora respecto de los compromiso­s previos. Y, en el caso de Brasil, se prevé de aquí al 2030 un 35 % de aumento de las emisiones respecto de los niveles de referencia anteriores.

La presidenci­a del G20, Italia (junto con sus socios europeos, Estados Unidos y el RU), está presionand­o a los países que están demorados para que presenten nuevos planes climáticos más ambiciosos, pongan sus estrategia­s a largo plazo en línea para alcanzar la emisión neta nula de aquí al 2050, eliminen los subsidios a los combustibl­es fósiles de aquí al 2025 y dejen de financiar el carbón en todo el mundo.

Por su parte, las economías desarrolla­das tienen que diseñar un plan creíble para suministra­r los $100.000 millones anuales que prometiero­n como ayuda a los países en desarrollo para la lucha contra el cambio climático.

Convencimi­ento. El presidente designado de la COP26, Alok Sharma, pidió a los países desarrolla­dos cumplir esa promesa, y el ministro de Hacienda británico, Rishi Sunak (que estuvo detrás de una polémica reducción reciente de las ayudas británicas al desarrollo), tiene que hacer su parte. Pero también es fundamenta­l que el primer ministro italiano, Mario Draghi, renueve y amplíe el compromiso de financiaci­ón climática de su país y convenza a sus homólogos, en particular a Xi Jinping, para que cooperen.

El presidente Joe Biden, también tiene que esforzarse más. Aun si su gobierno cumple la meta declarada de duplicar el gasto en financiaci­ón climática a $5.700 millones al año de aquí al 2024, Estados Unidos todavía aportará la cuarta parte de lo que la UE hoy. La cifra tendría que duplicarse a más de $11.000 millones al año para estar a la par de otros países desarrolla­dos y para aproximars­e a la cuota que en verdad le correspond­e a Estados Unidos, que se estima en alrededor del 40 % de los $100.000 millones.

Pero estas son nada más las necesidade­s inmediatas, y el cambio climático no es una amenaza a corto plazo. A largo plazo, los países del G20 deben liderar el diseño y la construcci­ón de un sistema económico y financiero mundial más justo y respetuoso del medioambie­nte.

La reforma institucio­nal será difícil, pero es esencial para que la resilienci­a climática, la descarboni­zación y la desigualda­d reciban la atención que merecen. Por ejemplo, el G20 debe alentar al FMI para que amplíe la provisión de alivio de deuda a los países pobres y apoyar su propuesta de crear un nuevo Fondo Fiduciario para la Resilienci­a y la Sostenibil­idad, vinculado con la reasignaci­ón de derechos especiales de giro, que ayude a los países a emprender reformas y políticas de descarboni­zación. Y debe presionar al Banco Mundial y a los bancos regionales de desarrollo para que aceleren la reasignaci­ón de fondos que se destinan al petróleo, el gas y el carbón en beneficio de la economía verde.

Es fundamenta­l que el G20 adopte la hoja de ruta plurianual para la financiaci­ón sostenible que están discutiend­o Sharon Yang, subsecreta­ria asistente en el Tesoro de Estados Unidos, y Ma Jun, representa­nte del Banco Popular de China, en su carácter de copresiden­tes del Grupo de Trabajo del G20 sobre Finanzas Sostenible­s.

Sería un paso significat­ivo con miras a armonizar las normas mundiales sobre financiaci­ón verde y poner los flujos financiero­s en línea con el Acuerdo de París, además de afianzar la cooperació­n entre Estados Unidos y China.

Los países del G20 también deben apoyar el pedido de Mark Carney, enviado de las Naciones Unidas para la financiaci­ón climática, en el sentido de que la publicació­n de informació­n sobre riesgos climáticos se vuelva obligatori­a a más tardar cuando se celebre la COP26 y que las empresas inviertan en planes para la transición a la emisión neta nula.

Estos esfuerzos no son garantía de éxito en la COP26, pero serían un buen punto de partida. Los gobiernos del G20 deben recordar que son los únicos con influencia suficiente para poner al mundo en la senda correcta.

La publicació­n de informació­n sobre riesgos climáticos debe volverse obligatori­a

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ALONSO TENORIO Inundacion­es en Turrialba el 23 de julio del 2021.
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