La Nacion (Costa Rica)

A conciencia

- Eduardo Ulibarri PERIODISTA Y ANALISTA radarcosta­rica@gmail.com

Hace tres años, la Sala IV abrió el camino para el matrimonio igualitari­o en Costa Rica. Muchos aplaudimos. Hace siete días, la misma instancia declaró constituci­onal la llamada «objeción de conciencia» en la ley de empleo público. Quienes rechazamos mezclar religión y República arrugamos la cara. Sin embargo, las implicacio­nes de ambas decisiones son radicalmen­te distintas, más allá de avalar su normalizac­ión jurídica.

En el primer caso, se eliminó una inaceptabl­e discrimina­ción y se consolidar­on derechos humanos esenciales. En el segundo, se avaló una posible excepción, que transcribo: «Los servidores públicos podrán informar a la Administra­ción, por medio de una declaració­n jurada, sobre su derecho a la objeción de conciencia, cuando se vulneren sus conviccion­es religiosas, éticas y morales, para efectos de los programas de formación y capacitaci­ón que se determine sean obligatori­os para todas las personas servidoras».

Entendamos: se reduce a las capacitaci­ones, estará sujeta a trámites reglamenta­rios y no afectará derechos de terceros. Por esto, quienes le otorgan dimensione­s absolutist­as, la rechazan sin matices y la convierten en un parteaguas para sus reclamos de identidad, representa­ción y conducta política, cometen un doble error.

En lo esencial, al equiparar la oposición a esta cláusula con las luchas en pro de derechos básicos, minimizan la jerarquía de estos. En lo práctico, hay más: exageran el «triunfo» de los conservado­res religiosos que la impulsaron, les sirven en bandeja de plata argumentos para que maquillen su falta de propuestas serias, generan otro foco de posible polarizaci­ón, se presentan como intransige­ntes e irrespetuo­sos de valores ajenos y distorsion­an el debate dentro de la formación política que ha sido más cercana a sus aspiracion­es: el PAC.

Dos de sus diputados, Carolina Hidalgo (precandida­ta) y Enrique Sánchez, han optado por la postura maximalist­a y condiciona­do su apoyo a la ley a que se elimine la cláusula. Si no lo lograron antes, menos lo lograrán ahora. De paso, suenan a oportunist­as y reduccioni­stas, y se declaran incapaces de explicar por qué la aceptaron antes y por qué fue un precio bajo a pagar por los votos para un proyecto del que mucho depende la eficiencia del Estado y el futuro de nuestra estabilida­d.

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