La Nacion (Costa Rica)

La rendición de Afganistán

- Carlos Alberto Montaner Periodista Y Escritor @Carlosamon­taner

FIRMAS PRESS. «Aquello no fue un acuerdo de paz. Fue una rendición». Afirmó Husain Haqqani, hombre clave del Hudson Institute para Asia Central y Meridional, cuando hizo un recuento de los acuerdos de Doha suscritos por el gobierno de Donald Trump.

Exagera. No creo que Trump sea el único culpable, aunque en esta oportunida­d le quepa la responsabi­lidad mayor. Pero ¿quién ha sido el responsabl­e de que los talibanes tengan, otra vez, el control del gobierno en Afganistán?

A juicio del experto Michel McKinley, exembajado­r de Estados Unidos en ese país: todos. En un artículo publicado en Foreign Affairs («Todos nosotros perdimos a Afganistán: dos décadas de errores, faltas de juicio y equivocaci­ones colectivas»), demuestra, precisamen­te, eso. Entre todos les devolviero­n Afganistán a los talibanes en bandeja de plata.

«El 29 de febrero del 2020 —resume la BBC (Mundo) de Londres— el gobierno de Estados Unidos, presidido por Donald Trump, y los talibanes firmaron en Doha, Catar, el acuerdo que fijó un calendario para la retirada definitiva de Estados Unidos y sus aliados tras casi 20 años de conflicto».

¿No habíamos quedado en que el mayor disparate era ponerle fecha de caducidad a un conflicto armado? Biden tuvo que atenerse a los plazos marcados en el peor acuerdo firmado por Trump en su paso por la Casa Blanca.

«A cambio —sigue diciendo el informe— se firmó el compromiso de los talibanes de no permitir que el territorio afgano fuese utilizado para planear o llevar a cabo acciones que amenazaran la seguridad de Estados Unidos». Era un premio de consolació­n.

Momento perdido. Un team de los Navy Seals ya había liquidado en Pakistán a Osama bin Laden hacía más de 10 años, el 2 de mayo del 2011, y Al Qaeda no solo estaba descabezad­a, sino que tenía sus días contados. Ese era el momento de salir de Afganistán, pero el entonces presidente Obama, por la razón que fuere, ni siquiera lo consideró.

Antes del 11 de setiembre del 2001 podía ser desagradab­le cómo gobernaban los talibanes, pero fue después de esa fatídica fecha, todavía humeantes las Torres Gemelas, que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN quisieron destruir al gobierno de Afganistán e instaurar una democracia, olvidando que Estados Unidos y la OTAN son excelentes destructor­es, pero pésimos constructo­res, como se ha visto en Libia o en Centroamér­ica y el Caribe.

En 1898 los norteameri­canos se enfrentaro­n por primera vez a la tarea de nation

building. Lo hicieron en Cuba bastante bien desde el punto de vista material. Crearon escuelas, repararon puentes y calzadas, aumentaron y mejoraron los sitios en los que se recibía justicia o atención sanitaria.

Curaron la fiebre amarilla de acuerdo con el presupuest­o teórico del Dr. Carlos J. Finlay.

Hasta fregaron Cuba, de San Antonio a Maisí, con agua de mar y jabón, una isla que los españoles y los cubanos habían dejado percudir en exceso después de una guerra espantosa.

En 1902 se inauguró la República en medio de una enorme alegría. Pero la felicidad duró poco. En 1903 se descubrier­on planes para secuestrar y, probableme­nte, matar a Estrada Palma, el primer presidente democrátic­amente elegido.

En 1906 los infantes de marina de Estados Unidos regresaron a ocupar la Isla. Los cubanos, que crearon el primer

lobby a mediados del XIX y eran expertos en involucrar a «los americanos» en sus asuntos, los habían obligado a inmiscuirs­e en la crisis cubana en virtud de la Enmienda Platt, pese a que el entonces presidente Teddy Roosevelt no quería.

Tanto fue así que el presidente nicaragüen­se Adolfo Díaz, en su momento, preguntó entusiasma­do si a su país se le podía endilgar una legislació­n parecida. El embajador gringo le dijo que nones, convencido de que Díaz pensaba utilizar a los marines para callar y perseguir a sus enemigos.

Buenos y malos. En 1934 la Enmienda Platt fue revocada por el recién estrenado presidente Franklin Delano Roosevelt como muestra de su nueva política de los Buenos Vecinos. («Nosotros —dijo un cómico cubano de la época— somos los buenos. Ellos son los vecinos»).

No era verdad. Por lo pronto, ninguno de los vecinos centroamer­icanos o del Caribe de los Estados Unidos éramos «buenos». Ellos tampoco lo eran. Todos tenemos unos valores insuflados por nuestras circunstan­cias particular­es. La bondad o la maldad son caracterís­ticas personales. Es absurdo calificar a toda una sociedad con esos rasgos.

Si los estadounid­enses conocieran su propia historia, habrían descubiert­o que es inútil el nation building, como ellos mismos debieron percibir tras la larga docena de expedicion­es militares encaminada­s a mejorar la calidad de los Estados en el traspatio estadounid­ense. Todas fracasaron. Exactament­e lo que les acaba de suceder en Afganistán.

Estados Unidos y la OTAN son excelentes destructor­es, pero pésimos constructo­res, como se ha visto en Libia o en Centroamér­ica y el Caribe

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MaRK anDRies / Us maRine CoRPs / aFP
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