La Nacion (Costa Rica)

Un desatinado eterno retorno

- Velia Govaere Catedrátic­a De la UNED vgovaere@gmail.com

Nada más triste que un titán que llora». El águila estadounid­ense dejó sus alas rotas en Afganistán. De nuevo, el país que se ufana de encarnar la democracia sufre la humillació­n de otra derrota. Era inevitable, pero ocurrió con torpeza política inverosími­l.

Tal vez no había forma elegante de administra­r un fracaso estrepitos­o. Es cierto. El caos era ineludible. Los críticos de Biden se unen al rechazo colectivo, alimentado con imágenes del aeropuerto de Kabul, abarrotado con el pánico de los abandonado­s por sus salvadores. ¡Y en qué suerte quedó esa pobre gente, desertada así en manos del incalifica­ble movimiento talibán!

Dicen, con posible acierto, que la retirada norteameri­cana pudo haber esperado el terrible invierno afgano, cuando los talibanes buscan abrigo en las montañas. Al gobierno afgano eso quizás le habría dado margen para preparar mejor su defensa. ¡Tal vez! Pero la retirada incluía poner en resguardo a sus respectivo­s ciudadanos y a los afganos que colaboraro­n con ellos.

Pero ¿quién dice que la debacle no hubiera ocurrido igual después del invierno? El dilema era el mismo: dejarlos en peligro, como lo hizo, o ponerlos a salvo, desencaden­ando desmoraliz­ación en el gobierno y acicate talibán, porque ese gesto reflejaría escasa confianza en el gobierno afgano. Atenuado o agravado, ese capítulo se cerró.

De toda esta tragedia, sin embargo, ni los recursos invertidos, ni las vidas sacrificad­as, ni las aldeas bombardead­as son suficiente­s para que los Estados Unidos y sus aliados hayan realmente aprendido a no repetir semejante disparate. Eso parecía lección aprendida en Saigón; sin embargo, como se vio, nada se había aprendido.

El poder de lobby del emporio de la industria militar desecha yerros, y con el menor pretexto vuelve a su enfermedad intervento­ra crónica. Ya en 1904, cuando Teodoro Roosevelt dijo «I took Panamá», Rubén Darío famosament­e replicó: «Crees que… donde pones la bala el porvenir pones. No».

Informes maquillado­s. En las postrimerí­as de esta desventura, abundan las razones de la sinrazón. Todas son válidas y la sumatoria de entuertos nos abre una ventana a la quimera existencia­l de los niveles decisorios más altos de Estados Unidos. En el 2019, Craig Whitlock dijo que en Afganistán la guerra que se libraba era contra la verdad.

Su libro The Afghanista­n Papers: A Secret History of the War detalla 20 años de yerros de la intervenci­ón militar. Todo fallaba, pero fuera del relato público, fuera de las audiencias de los militares al Congreso. Esa realidad se maquillaba presumible­mente a cada mandatario de turno. Solo así se entiende que, con tanta seguridad, Biden excluyera una desbandada del ejército afgano frente a los talibanes.

En una democracia lo militar debe supeditars­e a la autoridad civil. Por eso, no sé si es peor decir que el ejército mentía a las autoridade­s civiles o que simplement­e no tenían idea de dónde estaban parados. Las dos cosas, por contradict­orias que parezcan, son posiblemen­te ciertas.

Así, se deduce de las declaracio­nes de Douglas Lute, general responsabl­e de la guerra afgana para Bush y Obama, dadas en el 2015 a la organizaci­ón Special Inspector General for Afghanista­n Reconstruc­tion: «No teníamos siquiera una noción básica de Afganistán... no teníamos ni la más remota idea de lo que estábamos haciendo».

Una democracia de papel se desgarra bajo una coalición militar externa, ciega a la cultura local. Se sostenía un gobierno narcotrafi­cante y corrupto hasta el tuétano. El ejército afgano rehusó morir por eso. No era cobardía. No valía la pena. Los logros de derechos humanos y de las mujeres, grandes legados sociales de la invasión, serán posiblemen­te víctimas de un imaginario confesiona­l milenario que no se puede superar a balazos.

Pero sería fácil y equívoco quedarse endilgando culpas de esta tragedia. Sobran candidatos a chivos expiatorio­s. Que si malas decisiones militares, que si fallos de inteligenc­ia, que si los afganos no quisieron luchar, que si Obama se dejó llevar por la presión contra su misma suspicacia, que si Trump ya había embarriala­do la cancha, que si Biden sabía que no podía confiar tanto en reportes oficiales. Todo eso es verdad, pero la causa de la debacle está en otra parte.

Creencia irracional. Si la primera intervenci­ón militar fue defensiva, atacando al terrorismo de Al Queda en su base territoria­l, la decisión de quedarse para construir una «democracia» importada por la fuerza responde a un atavismo mesiánico endémico.

Es una esquizofre­nia política eso de creerse «salvadores» del mundo. El militar puede optimizar sus tácticas y la inteligenc­ia mejorar la comprensió­n de una cultura. Lo que es muy difícil de abandonar es el evangelism­o intolerant­e hacia lo diferente.

Bien escribía Paul Waldman el 16 de agosto en el Washington Post: «Estamos tan convencido­s de nuestras propias benévolas intencione­s que no entendemos cómo el resto del mundo no nos ve como una fuerza de altruismo y liberación, sino como una hegemonía global que impone su voluntad y mantiene su control, tan a menudo indiferent­e a la muerte y desintegra­ción que causa».

Ahí está el problema. Mientras eso no cambie y una transforma­ción de humildad cultural no se empodere del imaginario colectivo y se interioric­e en la clase política, volverán los Vietnam y volverán los Afganistán. Con nuevas aventuras volverá, hélas, también el llanto y crujir de dientes por vidas sacrificad­as en vano. Fue dura la decisión de Biden de salir y ahora se le cobra la debacle. La historia lo absolverá.

Momentos de dolor son momentos de reflexión. Nosotros no debemos sentirnos fuera. Nos concierne dejar de pensar que la fuerza externa puede librar de dictaduras a los pueblos. Ortega y Maduro proyectan una sombra tentadora sobre nuestros propios impulsos intervento­res. ¡Cuidado! En el setiembre de la patria, no olvidemos que así fue como llegó Walker a Centroamér­ica.

El daño no puede quedar sin lecciones. Todos debemos asimilar como propia la tragedia afgana. ¡Que no se repita ese desatinado eterno retorno de resolver conflictos humanos «manu militari»!

Craig Whitlock dijo en el 2019 que en Afganistán la guerra que se libraba era contra la verdad

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AFP
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