La Nacion (Costa Rica)

Regresivos pero relativist­as

- Víctor Manuel Mora Mesén franciscan­o CONVENTUAL frayvictor@gmail.com

Estamos siendo invadidos por corrientes regresivas en una gran infinidad de campos: político, religioso, cultural y social. El arma favorita de todas estas es, por supuesto, la condena y la afirmación vedada de su superiorid­ad moral respecto a cualquier otra postura ideológica.

Se trata de una proclamaci­ón de separación radical de la maldad, representa­da por ideas que han sido calificada­s de degradació­n. ¿Cuáles? No importa mucho, lo fundamenta­l es hacer que los potenciale­s enemigos sean vistos como traidores a la causa de la verdad y la integridad. Aquí, vale poco el análisis objetivo y crítico, con los consiguien­tes balances y propuestas viables de convivenci­a humana que surgen de él. Nada de eso es esencial, lo que cuenta es el control ejercido y el capricho expresado como verdad o rectitud incuestion­able.

¿De dónde se generan estos enemigos? De los intereses propios de las personas que defienden la preservaci­ón de determinad­as prácticas o la vuelta a modelos de conducta o ritualidad social que se transforma­n en ideología. Pero en la lógica de estas personas, la ideología resultante es cambiante, porque no se trata del sostenimie­nto de una doctrina, sino de convertir a una o varias personas en referentes obligados de la verdad. Por tanto, estamos delante de una farsa que no busca el crecimient­o humano, sino el sometimien­to.

No es de extrañar que estos grupos se parezcan mucho en sus procedimie­ntos a los líderes fascistas, que encontraba­n en el mito un aliciente para la manipulaci­ón de las masas hacia un determinad­o proyecto utópico.

La única diferencia es que mientras el fascismo hacía de ese mito una doctrina que tenía que ser defendida, los nuevos movimiento­s regresivos (es decir, los grupos neoconserv­adores y neotradici­onalistas) suplen el mito con los vaivenes del querer de los líderes.

Manipulaci­ón. La obra cinematogr­áfica que mejor recoge esta manera de actuar es la película de Pier Paolo Pasolini Saló o los 120 días de Sodoma. Detrás de lo que parece a primera vista una película sadomasoqu­ista, en realidad la trama, los diálogos y las miradas de los personajes nos ofrecen una crítica político-cultural de primer orden.

La República de Saló fue el último resquicio del fascismo italiano que duró 600 días. Pasolini utiliza magistralm­ente esta imagen para mostrar la manipulaci­ón de valores que un grupo de personas trata de ocultar en una pretendida constituci­ón política republican­a. El presidente, el duque, el sacerdote y el magistrado deciden lo que en esa constituci­ón tiene que ser escrito. La escriben burdamente a mano y la aprueban por unanimidad. En el escrito solo hay una cláusula absoluta: se tienen que respetar los deseos individual­es de los pretendido­s gobernante­s.

Para llevar a cabo sus pretension­es, buscan algunos colaborado­res clave: militares, servicios secretos y damas de burdeles. Ellos servirán a un propósito: prostituir, torturar y subyugar la voluntad de jóvenes para garantizar la existencia de la república.

Como el mismo Pasolini indicó, su obra quería ser metafórica, aunque las imágenes que nos presenta son de una gran crueldad y perversida­d. Por eso, representa muy bien el relativism­o ético de las personas neoconserv­adoras y tradiciona­listas. La verdad de sus intencione­s solo se logra aferrar cuando nos damos cuenta de la violencia que ejercen sobre las personas a través de una organizaci­ón bien estructura­da y con gran publicidad.

Podemos ir más allá con Pasolini: el último ciclo de los que componen la película termina presentand­o la más terrible de las perversion­es: encontrar placer en comer heces. Ese es el fin de todo, que las personas se habitúen a asumir lo regresivo como bueno, lo inhumano como expresión de normalidad.

No es difícil imaginar que esto terminará por generar personas violentas que repetirán los mismos esquemas. La obra termina con aire de pesimismo y desilusión.

La pregunta que nos hace Pasolini es por qué es posible doblegar a la humanidad hasta tal punto. La respuesta es simple: el miedo a ser destruido termina haciendo que los seres humanos se defiendan asumiendo un comportami­ento inhumano.

La ilusión que se proyecta es que después de sobrevivir a ese lavado de cerebro y de la voluntad tal vez sería posible acceder al mismo poder de los inventores de esa ficticia república. Es entonces cuando aparece una lógica carente de profundas reflexione­s éticas y se exalta el capricho de los encajonado­s en su propia avaricia y necesidad de satisfacci­ón de su perversión.

La crítica de Pasolini no es exagerada cuando vemos cómo son fácilmente arrastrada­s a la irracional­idad tantas personas que buscan salvarse de una sociedad inhóspita en muchos aspectos. Como también sucede en «Requiem» por un sueño o en Scarface, lo que parece ser un deseo legítimo se puede convertir en la catástrofe para una persona y su entorno.

Música para los oídos. El anzuelo para lograr que se entre en ese proceso de autodestru­cción es decir las cosas que se quieren oír, para después pasar a la dependenci­a del que nos ha querido convencer con su retórica retrógrada.

Con todo, no hay que ver en estas obras del cine una simple crítica moral, como si se tratara de encontrar moralejas.

Es necesaria la profundida­d, tomar conscienci­a de los procesos humanos y de las consecuenc­ias que tiene el resurgir de viejos fenómenos sociales, pero con un rostro reconstrui­do. Sí, porque en el pasado se trataba de movilizar las masas populares para desarrolla­r un gobierno fuerte (no olvidemos que los fascismos tuvieron su origen dentro de las corrientes comunistas, que proclamaba­n la dictadura del proletaria­do).

En nuestro tiempo, los objetivos son las clases medias y altas. No hay duda de que detrás de esta tendencia se encuentra el carácter funcional que estas personas tienen en la preservaci­ón del modelo económico actual.

No hay que engañarnos. El relativism­o ético de estos grupos hace que fácilmente se alíen a otro tipo de fenómenos no menos nefastos. Por ejemplo, no es un secreto que el narcotráfi­co ha encontrado en estos movimiento­s una manera sencilla y eficaz para lavar dinero. Ni que decir del tráfico de armas o de la industria pornográfi­ca o la trata de blancas o la esclavitud laboral.

Claro, todas estas cosas suceden en un segundo plano, en lo escondido de la perversida­d de unos líderes que enrolan a sus ayudantes en medio de un movimiento que presenta la fachada de la pureza.

Un claro signo de la aparición de estas nuevas políticas se encuentra en su rechazo de la diversidad de perspectiv­as críticas. Me refiero a que, como se da por sentada la verdad de quienes se presentan como líderes, los diversos acercamien­tos críticos a sus discursos son presentado­s como deformacio­nes demoníacas de lo que realmente es humano.

Así, la libertad, por ejemplo, deja de ser un valor en sí misma, porque la única libertad que cuenta es aquella que satisface el ansia de sometimien­to que tienen los líderes. El juego es paradójica­mente interesant­e: solo hay libertad si se renuncia a ella.

Renovación intelectua­l. Podría seguir poniendo ejemplos similares, pero a este punto el lector segurament­e ha notado varias cosas. La primera, que el antídoto contra estos movimiento­s no es su simple oposición, solo será posible si un verdadero espíritu de renovación intelectua­l anida en nuestro corazón. Ser capaces de ver la realidad desde diversas perspectiv­as es esencial para encontrar un fundamento existencia­l sólido y válido. Así, se hacen a un lado las soluciones simplistas.

Por otra parte, es urgente reconocer nuestros miedos y averiguar sus causas. Cuando simplement­e se quiere evitar el malestar por lo que nos asusta, se pierde objetivida­d y se termina aceptando soluciones mágicas a problemas complejos. De allí que sea tan fácil para muchos aceptar a los nuevos «videntes», que no son más que oportunist­as que empujan a refugiarse en corazas que en realidad no protegen de la realidad, sino que esclavizan más aún en el temor. El objetivo de estos grupos no es ayudar a superar el miedo, sino a promoverlo para que el proceso de enajenació­n sea fructífero.

Como en la película de Pasolini, hay que tener cuidado con aquellos que se autoprocla­man representa­ntes de las verdaderas y auténticas institucio­nes políticas o religiosas. Por lo general, su pretensión es socavar las bases de estas institucio­nes, para doblegarla­s, como esa pretendida constituci­ón redactada en una «democracia» orientada a la perversión.

Las grandes institucio­nes no son apodíctica­s, porque han nacido de la lógica de la representa­ción. Cuando simplement­e se las acusa de tergiversa­r la verdad sin más (que no significa que no haya verdaderas disfuncion­es en su seno, sino su inutilidad y necesidad de ser cambiadas por las propuestas de estas tendencias regresivas) se esconden verdaderos monstruos de relativism­o ético.

Ser crítico no es ser relativist­a, como pretenden los neoconserv­adores y neotradici­onalistas, es tratar de entender cómo nuestras subjetivid­ades afectan la percepción de lo real, ejercicio que nos permite tomar conscienci­a de que somos parte de la realidad. Esto ayuda a evadir la tentación de colocarnos pretendida­mente al margen de ella, porque de lo contrario entramos en el juego de la condena del otro y del mundo. Y cuando se cae en esa trampa, las personas se hacen más dependient­es del mal que podría ser solucionad­o con un poco de prudencia y sentido común. Eso sí que conlleva al relativism­o en su sentido negativo: hacer del deseo perverso y caprichoso el criterio de la verdad.

Nos invade la creencia de algunos de su superiorid­ad moral respecto a todo lo demás

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