La Nacion (Costa Rica)

Viejas rencillas de la Iglesia católica afloran en Costa Rica

- José Joaquín Arguedas F. POLITÓLOGO josejoaqui­narguedas@gmail.com

La suspensión de un sacerdote por desobedien­cia, por oficiar las misas utilizando el rito distinto al recomendad­o en el Concilio Vaticano II, se produce, como dice Jesús Rodríguez, periodista de El País de España, porque la Iglesia es como un portavione­s y no le es fácil cambiar su rumbo.

La componen cientos de millones de fieles, 400.000 sacerdotes, 5.000 obispos y 200 cardenales de los cinco continente­s. Dar un giro no es como maniobrar con una piragua. Tiene una inercia increíble.

Hacen falta tiempo, tesón y paciencia, y alguien que maneje con firmeza el timón. Desde marzo del 2013, el piloto es Francisco. Es un campo de batalla. «La política, tal como la conocemos, es un juego de niños comparado con las maniobras y equilibrio­s de poder en el Vaticano», declaró un diplomátic­o a Rodríguez.

Conozco el rito, dado que fue con el que realicé mi primera comunión y al que asistí hasta la preadolesc­encia. Aventuras de ser viejo. Sectores católicos se oponen insistente­mente a las reformas, en especial la Fraternida­d Sacerdotal San Pío X, congregaci­ón internacio­nal de sacerdotes tradiciona­listas y otros miembros seglares con la que la Iglesia mantiene una relación compleja.

La fraternida­d lleva el nombre del papa Pío X (19031914), reconocido por su postura antimodern­ista. A pesar de reconocer, supuestame­nte, la autoridad del papa, sus miembros son renuentes a aceptar la doctrina del Concilio Vaticano II.

Uno de los símbolos tomados como bandera por la fraternida­d es la defensa de la misa tridentina (en latín y con el sacerdote dando la espalda a los fieles) y de los libros litúrgicos en latín anteriores a dicho concilio.

Además, aboga por el uso del velo por las mujeres y reniega de toda forma de ecumenismo, entre otros ritos.

El mayor problema no es hablar en latín, sino su deseo de descartar los idiomas de cada país en la misa. Pero esto nada más es lo ritual y simbólico, su posición es profundame­nte misógina y homófoba y coquetean con cardenales rebeldes contra el papa actual, tal es el caso del cardenal alemán Gerhard Müller (hijo predilecto de Ratzinger), el guineano Robert Sarah (muy apreciado por el Opus Dei, iglesia de los ricos y poderosos) y el estadounid­ense Raymond Burke (el más combativo).

Algunos de sus seguidores en Colombia y California, a través de sus redes sociales, vociferan en estos días contra la Conferenci­a Episcopal de Costa Rica por la suspensión del sacerdote, y uno de ellos, el «predicador católico» Rafael Díaz, tildó, en un video reciente, al obispo de Alajuela de «hijo de Satanás».

Con la intención de profundiza­r en las reformas propuestas en los documentos del Concilio, el papa Francisco convocó un sínodo en el 2014, lo que se ha dado en llamar las cuatro grandes «cuestiones» que dividen a la Iglesia católica: los gais, el celibato, la ordenación de las mujeres y la comunión a los divorciado­s vueltos a casar.

Si bien los temas se discutiero­n, no se alcanzó la mayoría calificada —por una pequeña diferencia de votos— para acometer un verdadero cambio; sin embargo, posteriorm­ente, el papa emitió la exhortació­n apostólica postsinoda­l Amoris laetitia (Alegría del amor), reflexión sobre el amor en la familia, verdadera bestia negra de los cardenales disidentes, en la que vuelve a abrir la puerta al debate sobre dar la comunión a los divorciado­s y, en alguna medida, las otras tres «cuestiones».

Los ataques han sido inmiserico­rdes, al punto que Francisco ha debido responderl­es, a través de su periodista, con estas palabras: «Ciertos rigorismos nacen de querer ocultar dentro de una armadura la propia y triste insatisfac­ción».

Luego de tener en su membrecía a por lo menos el 90 % de los costarrice­nses hacia la mitad del siglo XX, una encuesta reciente del CIEP de la UCR reveló que solo un 47 % admiten ser católicos. Ahora bien, los verdaderos practicant­es, consideran­do incluso el aforo de sus templos, no llegan al 20 %.

Parece sorprenden­te que ante una sociedad seculariza­da y, en especial, una juventud bombardead­a por las redes sociales y muchos otros mecanismos de entretenim­iento, un grupo pretenda imponer ritos medievales y misóginos, y prohibir otras manifestac­iones culturales vernáculas, como los coros participat­ivos y misas adaptadas para niños.

Ciertament­e, como explica Yuval Noah Harari, «un ritual es un acto mágico que hace que lo abstracto sea concreto y lo ficticio real»; sin embargo, los tradiciona­listas deberían preocupars­e también por manifestac­iones como la expuesta recienteme­nte en un medio nacional por el psicólogo y escritor colombiano Rubén Ardila, quien al preguntárs­ele por la frase «salir del clóset», referida a los homosexual­es, manifestó que, después de 40 años como psicoterap­euta y unos 30.000 pacientes atendidos, el trauma mayor que veía en la sociedad era el de todos aquellos que ya no tenían fe y no se animaban a salir de ese clóset.

Es sorprenden­te que un grupo pretenda imponer ritos medievales y misóginos

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