El discurso de lo vano en la política
Vano, no inútil por hueco, sino por falta de solidez. Así, el discurso es incapaz de expresar ideas; no es lo que piensa, tampoco lo que siente. No por ello no consiste en una exposición, sino en aquella en la que el razonamiento está ausente. La solidez del hueco no está en la ostentación, sino en el razonamiento, en especial lo que se piensa en vez de lo que se siente. El ejercicio de pensar exige imaginación, que por principio exige ejercitar el entendimiento; aquí, prima la objetividad.
La tarea de lo que se siente, por el contrario, es subjetiva, antojadiza, desprendida de contenidos ciertos, dada la incertidumbre de la verdad. Sin razonamiento, el hueco mental persistirá y se ensanchará conforme el sentir del discurso. A falta de capacidad para ejercitar el entendimiento, se recurre a lo que se siente, sin cuestionar si tal capacidad habita en la mente.
Si el desarrollo humano se define como amplias libertades y oportunidades para crecer según valores propios, entonces, el sujeto individual o colectivo, así dotado, gobierna. ¿Será acaso el ciudadano, el pueblo, el sujeto de tal vacío en ese hueco cuyos promotores llamarían categoría con aditivo social? Acaso no nos enteramos de que el sistema político nacional converge en la falta de solidez a causa de vacíos mentales; con gran esfuerzo se inclinan por hacernos creer, más nunca pensar, lo que sienten.
La mayor parte de los candidatos a la presidencia saltaron de ocupar un asiento, casi siempre en abandono, en la Asamblea Legislativa. Confirmamos en sus discursos incapacidad para pensar y sentir; denotamos no un hueco, sino un agujero negro que les engulló cuerpo y alma, sin distingo de género y otras naturalezas, desde tiempos remotos.
En estos momentos, todo sujeto que se cree humano se cree también presidenciable. Y nos ofrece desarrollo humano según sus amplias libertades y oportunidades que colman su ignorancia, distintas del ciudadano común que no disfruta las propias, pues se las han arrebatado. Su inteligencia llega muy por debajo de la línea de la mediocridad, según predican su religión o credo algunos, como si fueran los valores comunes y arte de la política.
Son tan ralitos en toda su corporeidad que creen, en su limitada capacidad, que el pueblo no es sino un conjunto de tarados. Pues no, los tarados han incursionado en la esfera política y de lo político, de ahí que la democracia deviene en desgracia.
Peor, han desfigurado también nuestras esperanzas; nos arrebatan día tras día todo aquello que sospechen que nos sirve para formar algún patrimonio. Ese bien propio que brota del sudor de la frente y de otras partes, con el cual podríamos hacernos de algo de libertad y oportunidad, aun cuando nos han expropiado también los valores propios.
Nos confiscaron toda posibilidad de hacernos con algo del desarrollo humano que deseábamos. Nos roban la humanidad, ya no nos queda nada para desarrollar; en muchos casos, hasta la dignidad salta como mercancía, cuyo precio no es posible realizar sin el IVA, sin la mirada obscena de Hacienda, el Banco Central y otros, en algún tiempo muy lejano, promotores del bienestar social.
En estos momentos, todo sujeto que se cree humano se cree también presidenciable