La Nacion (Costa Rica)

Sobrepreci­os y sobrecosto­s 2.0

- Armando Mayorga JeFe de redACCiÓN de lA NACiÓN amayorga@nacion.com

Sobrepreci­os y sobrepagos. El día que logremos cuantifica­r las pérdidas en que incurren institucio­nes, funcionari­os y políticos al mal invertir o malgastar el dinero público, caeremos de espalda. Las megacifras nos abrirán los ojos acerca de cuántas oportunida­des de desarrollo se nos escaparon de las manos debido a los pésimos administra­dores que tenemos en el Estado.

Hemos llegado al punto —como dije hace una semana— que a nadie le importan los sobrecosto­s porque se convirtier­on en cosa común y, por lo general, amparados por la impunidad. Es hora de abrir los ojos y cuantifica­r la repercusió­n de los sobrepreci­os en la vida diaria.

El arroz es un ejemplo. El gobierno de Carlos Alvarado y todos los que lo antecedier­on han protegido a los arroceros al mantenerle­s la fijación del precio por decreto. Así, Costa Rica es, entre los miembros de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE), el que tiene el segundo precio más alto. ¿Quién pierde? Irónicamen­te, los hogares más pobres, pues pagan el costo de más en el arroz 80 % grano entero. Combustibl­es, lo mismo. Automovili­stas, transporti­stas y pasajeros de buses pagan un sobrepreci­o (disfrazado de subsidio) en favor de grandes consumidor­es de gas LPG y de asfalto. ¿Sabe cuánto? Entre el 2009 y el 2021 habría llegado a ¢200.000 millones (gracias al experto en la materia que hizo el cálculo y me lo envió).

Ahora unos diputados quieren ponerle otro sobrepreci­o al combustibl­e para financiar ensayos de Recope en nuevas energías. Lo hacen porque los ciudadanos no pasamos de quejarnos.

Otro caso muy concreto es la Superinten­dencia de Telecomuni­caciones. Anunció la compra de 78.000 computador­as para colegiales de bajo ingreso a un costo de ¢433.000 la unidad. Sin embargo, la Fundación Omar Dengo pagó ¢151.000 en un concurso reciente. Solo la duda es motivo para detener la licitación.

Estos son unos pocos ejemplos; mas lo cierto es que el país sería otro si gobernante­s, institucio­nes y funcionari­os se alinearan para gastar con responsabi­lidad el dinero ajeno. La necesidad de poner orden en compras e inversione­s es imperiosa. Urge una reforma estructura­l, pero mientras los ciudadanos sigamos en este letargo, la cuenta crecerá en favor de unos pocos.

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