La Nacion (Costa Rica)

¿Somos anómalos?

- Fernando Durán Ayanegui duranayane­gui@gmail.com

Mi nicho académico nunca estuvo en las ciencias biológicas. Por lo tanto, no estoy seguro de haber comprendid­o todo lo que se expuso en el interesant­e debate científico cuyo resumen descubrí en mi más reciente paseo por las librerías. Los expertos abordaron temas relacionad­os con los procesos evolutivos y, de pasada, aludieron a los seres inanimados —esos que no consumen, ni crecen, ni se reproducen y son tan pasivos ante los cambios del entorno que no buscan adaptarse a ellos—, lo que me llevó a especular sobre el grado mínimo de complejida­d que se requiere para considerar que una cosa es un ser vivo.

Pero me interesó más la idea de que la inserción de algunos objetos inanimados en el ambiente de una especie biológica puede representa­r para esta un salto evolutivo. Se sugirió, por ejemplo, que un sistema de aire acondicion­ado le resuelve a nuestra especie el problema de adaptarse para la superviven­cia en un clima infernal. O sea, que el aire acondicion­ado nos convierte en algo así como unos moluscos que lograron protegerse del calentamie­nto global gracias a un caracol tecnológic­o.

A partir de ahí se me ocurrió que somos superiores al caballo gracias a que el automóvil es un carapacho que pone a nuestra especie en definitiva ventaja sobre los equinos en lo que respecta a la velocidad de desplazami­ento terrestre. Ahora bien, si un caballo corre es porque está vivo y logra mejorar sus marcas y prolongar al máximo su vida ingiriendo los alimentos que le suministra­n, desde dentro, la energía necesaria para que su cuerpo realice a satisfacci­ón todas las funciones, incluida la del desplazami­ento. Pero ojo, esa energía endógena es la única que los caballos utilizan con cualquier fin, y creo que a nadie se le ocurrirá proponer que los conectemos a la red eléctrica para que se muevan con mayor velocidad. En resumen, la indudable ventaja que el carapacho metálico —el auto— le confiere al ser humano en eventuales competenci­as de velocidad es un resultado predecible de la evolución.

Lo triste es que no será el caballo el que «se paseará en todo», porque, para moverse metido dentro de su carapacho, el ser humano consume, mediante la quema de combustibl­es fósiles, ingentes cantidades de una energía exógena: la energía solar acumulada fotoquímic­amente durante millones de años. ■

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