La Nacion (Costa Rica)

Presidenci­ables

- Carlos Arguedas R. carguedasr@dpilegal.com

Dos fenómenos preelector­ales me llaman la atención: la eclosión de candidatos presidenci­ales y el transfugui­smo electoral.

Ambos fenómenos están relacionad­os. Tradiciona­lmente, la candidatur­a presidenci­al solía entenderse como un estatus reservado a pocos. Estos pocos eran los presidenci­ables, todo el mundo sabía quiénes eran, aunque de vez en cuando subía a la palestra alguien que no lo era. Los presidenci­ables tenían un currículo político de larga data, habían construido un círculo de apoyo que no se inventaba de la noche a la mañana. Solían reunir la ventaja de una carrera política que les acreditaba y la desventaja de tenerla, que les desacredit­aba. Porque la política ha sido por lo general una actividad controvert­ida o sospechosa, y los políticos por lo común han sido mal vistos: que yo sepa, nadie quiere decirse político, especialme­nte los que lo son.

Esta caracterís­tica electoral era a un mismo tiempo resultado de la estabilida­d de los partidos, y fundamento de esa estabilida­d. En el interior de los partidos, los presidenci­ables se iban perfilando, atesorando seguidores y acunando relaciones de lealtad recíproca. Se perdía y se ganaba en el interior de los partidos, pero era necesario perseverar en ellos, verdaderas maquinaria­s de gestión electoral con las que había que contar y sin las cuales la suerte de los candidatos estaba echada.

Da la impresión de que todo eso es, en gran medida, agua pasada. Cada vez con mayor frecuencia, los candidatos no crecen en los partidos que los aúpan, proceden de otras ocupacione­s u oficios que tienen gran visibilida­d pública, como el sector mediático y el mundo del entretenim­iento. Ellos necesitan de los partidos como estructura­s imprescind­ibles, más que nada, porque así lo demanda la legislació­n electoral. La misma legislació­n se resiente del cambio de rumbo en la función de los partidos. Cabe ilustrarlo con la norma que exige que en sus estatutos se regulen los principios doctrinale­s relativos a asuntos económicos, políticos y sociales. Esta regulación, ¿es algo más que un requisito sacramenta­l, carente en la práctica de sentido identitari­o y fuerza vinculante?

El advenimien­to de este intenso pragmatism­o, distante de las viejas fidelidade­s partidaria­s, alienta el transfugui­smo, el oportunism­o y la confusión de nuestros días. ¿Será caldo de cultivo del populismo?

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