La Nacion (Costa Rica)

Una dosis de eurorreali­smo

- Javier Solana FÍSICO

Hace tiempo que la imagen se ha hecho familiar: Estados Unidos y China presentada­s como dos fuerzas en permanente colisión, pugnando por la supremacía global. En la tecnología, en el comercio, en el ámbito militar, en el ciberespac­io o incluso en el espacio exterior, la rivalidad entre estas dos potencias es más que patente y, sin duda, definirá la trayectori­a de la humanidad en el siglo XXI. Pero el mundo no es solo cosa de dos, y representa­r nuestra caleidoscó­pica realidad en blanco y negro es más propio de épocas ya superadas.

En el actual escenario internacio­nal, la Unión Europea pasa más desapercib­ida de lo que debería, pero menos de lo que ella misma cree. Hay que admitir que la UE se expresa a menudo de manera cacofónica y que, cuando logra transmitir una armonía, su voz suele sonar algo apagada.

También es cierto que Europa no está a la altura de EE. UU. y China en lo que se refiere al desarrollo de tecnología­s estratégic­as como los semiconduc­tores y la computació­n cuántica. Sin embargo, quizá porque los europeos seguimos evocando los tiempos en que —para bien o para mal— éramos el indiscutib­le centro de atención del planeta, ahora tendemos a desdeñar nuestras aportacion­es e infravalor­ar nuestro margen de maniobra.

¿Qué mejor ejemplo que el comercio? Incluso quienes tienen una visión reduccioni­sta del proyecto europeo deberán reconocer que, cuando menos, hemos establecid­o un mercado único cuya regulación depende en exclusiva de las institucio­nes comunitari­as.

En buena lógica, por tanto, el peso comercial de la UE en el mundo debería mostrarse siempre de forma agregada. No obstante, los marcos analíticos tradiciona­les —que otorgan primacía a los Estados— y la «guerra comercial» que se desató entre EE. UU. y China nos han llevado a exagerar el alcance de estos dos países en detrimento de Europa, dibujando una panorámica deformada del comercio internacio­nal.

Ciñámonos, pues, a los datos: en comercio de mercancías, la UE es la mayor exportador­a y la segunda mayor importador­a (ligerament­e por detrás de EE. UU.) a escala global.

En servicios, la Unión lidera con solvencia tanto en exportacio­nes como en importacio­nes. A esto se añade que la UE se codea con EE. UU., y se halla muy por delante de China, como proveedora y como receptora de inversión extranjera directa (excluidas las inversione­s entre Estados miembro).

Por otro lado, en lo concernien­te a la ayuda oficial al desarrollo, la UE se sitúa de nuevo claramente al frente, con un montante colectivo más de dos veces superior al de EE. UU.

Una de las críticas más recurrente­s a la UE es que le falta «poder duro». Hay algo de verdad en ello: al fin y al cabo, la UE nunca fue pensada como alianza militar, a diferencia de la OTAN. La debacle afgana resalta la necesidad de desarrolla­r unas capacidade­s militares europeas que siguen adoleciend­o de una excesiva fragmentac­ión y dependenci­a externa.

Pero eso no significa que sean irrelevant­es, como evidencian nuestras numerosas misiones en el exterior. Tampoco conviene pasar por alto la dimensión económica del poder duro, porque ya hemos comprobado que la UE —la segunda economía mundial tras EE. UU., en términos nominales— tiene poco que envidiar a sus competidor­es.

En cuanto al «poder blando» de atracción y persuasión, a primera vista puede parecer demasiado etéreo para un contexto marcado por crudas tensiones geopolític­as. Pero, de hecho, no deja de ser un reflejo de tendencias políticas, sociales y económicas que condiciona­n

En Europa, huir de la complacenc­ia se confunde muy a menudo con abrazar un pesimismo paralizant­e, cuando debería conllevar una evaluación rigurosa y ecuánime de nuestras fortalezas y debilidade­s

el desempeño de toda potencia a corto y largo plazo.

El reputado índice Soft Power 30 contempla esencialme­nte seis categorías: el atractivo cultural, la infraestru­ctura digital, el potencial educativo, el ecosistema empresaria­l y económico, la destreza diplomátic­a y la calidad de la gobernanza.

De acuerdo con la última versión del índice —que data del 2019—, 4 de los 10 primeros países (y 16 de los 30 que integran la lista) pertenecen a la UE. Estados Unidos ocupa la quinta posición y China la vigesimosé­tima.

Si se elaborara el mismo índice en el 2021, a buen seguro se otorgaría más relevancia a la salud pública. Acerca de esta cuestión, sobran los paños calientes: la UE ha sufrido la pandemia en mucha mayor medida de lo que podía esperarse. El fracaso, no obstante, se ha visto atenuado por la adopción de un ambicioso plan europeo de recuperaci­ón económica, así como por la actual campaña de vacunación, que ha tomado impulso apoyándose en unos sistemas sanitarios de primer orden.

Los cuatro países más poblados de la UE —Alemania, Francia, Italia y España— ya superan a EE. UU. en porcentaje de población vacunada con pauta completa. Además, nuestros compromiso­s de donación de vacunas están ganando en ambición.

La UE también está ejerciendo su liderazgo en otras materias que marcarán lo que queda del siglo. Entre ellas destaca la transición ecológica, que la Comisión Europea pretende acelerar mediante el paquete Objetivo 55, anunciado recienteme­nte. Dicho paquete prevé una actualizac­ión del marco legislativ­o europeo con tal de garantizar, como mínimo, un 55 % de reducción de emisiones de aquí al año 2030 (respecto a los niveles de 1990).

De adoptarse, podría devenir una nueva muestra del potencial regulatori­o de la UE, que se ha acostumbra­do a exportar sus estándares al resto del mundo. Este fenómeno, que se extiende a ámbitos tan diversos como la protección de datos o la política de la competenci­a, constituye lo que la profesora de Columbia Anu Bradford llama el efecto Bruselas.

La especialid­ad de la UE no es atraer el foco internacio­nal, sino operar entre bastidores. Aunque sigamos ocupando una posición vulnerable en ciertas cadenas globales de suministro, y aunque hayamos desatendid­o algunos conflictos que nos afectan directamen­te (como el de Siria y el de Libia), generalmen­te nuestra influencia se hace notar.

Y el mundo la suele apreciar, porque trae aparejados incentivos más que sanciones, porque emana de un espíritu cooperativ­o y multilater­al, y porque supone un soplo de aire fresco frente a quienes conciben el sistema internacio­nal como si de una dicotomía se tratara.

En Europa, huir de la complacenc­ia se confunde muy a menudo con abrazar un pesimismo paralizant­e, cuando debería conllevar una evaluación rigurosa y ecuánime de nuestras fortalezas y debilidade­s.

Como nos recuerda la brillante actuación de nuestros atletas en los Juegos Olímpicos de Tokio, Europa sigue teniendo una presencia más que notable en el mundo. Reforzarla depende de reivindica­r una idea fundamenta­l: la Unión es mucho más que la suma de sus partes.

JAVIER SOLANA: miembro distinguid­o en la brookings institutio­n, es presidente de esadeGeo-Center for Global economy and Geopolitic­s.

© Project syndicate 1995–2021

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AFP Boris Johnson (RU), Mario Draghi (Italia), Emmanuel Macron (Francia), Ursula von der Leyen (presidenta de la Comisión Europea) y Angela Merkel (Alemania), del G7, han liderado la transición energética. Solo el RU no pertenece a la UE.
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