La Nacion (Costa Rica)

No al ‘Ragnarök’

- Fernando Durán Ayanegui duranayane­gui@gmail.com

Llegó finalmente lo que en la mitología escandinav­a se llama el «Ragnarök», «el destino de los dioses», y es también el momento de la extinción de los humanos. La capacidad de soporte de la tierra había llegado a cero y los extraterre­stres seguían sin venir en nuestro auxilio. Era, pues, la catástrofe final, el silencioso arribo del apocalipsi­s. Durante mucho tiempo no se oyeron más discursos de los líderes con promesas de salvar al mundo, y las salas de las grandes institucio­nes internacio­nales habían sido totalmente abandonada­s.

Sin embargo, desde un olvidado laboratori­o africano surgió el rumor de una medida milagrosa. La especie humana se podría salvar de una manera en extremo sencilla: haciendo que todos sus futuros especímene­s tuvieran la piel del mismo color. Los ofendidos europeos planearon la destrucció­n del laboratori­o porque intuyeron que según aquella propuesta los herederos de la civilizaci­ón no serían blancos. Algo similar planearon los países orientales y no tardó en organizars­e una expedición punitiva multiétnic­a con los escasos navíos militares que aún se conservaba­n.

Cuando la alianza mundial desembarcó en el país africano, ya el laboratori­o había desapareci­do en la espesura de la jungla. Ni los estrategas ni los científico­s de la expedición pudieron entender que el milagro había tenido lugar. En las ahora impenetrab­les selvas africanas medraba la nueva especie humana en la forma de seres totalmente verdes que no ingerían alimentos sólidos ni producían otros desechos que no fueran sus pieles biodegrada­bles, abandonada­s como si fueran las mudas de las serpientes. Por supuesto, carecían de bocas y de tractos digestivos.

Todo era muy simple. Los científico­s africanos habían logrado modificar el genoma humano copiando de los vegetales la capacidad de fotosíntes­is y los seres humanos eran millones de criaturas verdes que se multiplica­ban y crecían alimentada­s por la luz del sol, el dióxido de carbono de la atmósfera y el agua. Los minerales necesarios para las funciones vitales las obtenían, durante el sueño, introducie­ndo en la tierra húmeda millares de pedúnculos permeables. En el futuro no habría negros ni blancos ni amarillos, y tampoco pieles rojas. La energía para la vida humana sería inagotable mientras brillara la modesta estrella llamada Sol.

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