Tiempo perdido
Luego de semanas de postergación y dudas por parte de Presidencia, a finales del año pasado se negoció con el Fondo Monetario Internacional (FMI) un programa para acompañar el ajuste en las finanzas gubernamentales necesario para restaurar la sostenibilidad de la deuda. Dicha decisión fue clave para que la política económica recuperara espacios de confianza y, sobre todo, para que se abrieran espacios para la financiación gubernamental.
El tiempo no pasa en vano, a casi un año de dicha decisión se está, justamente en estos días, realizando la primera revisión del cumplimiento de los compromisos asumidos por el país en dicho acuerdo. Por donde se mire, el balance difícilmente será positivo, pues en lo estructural, con una notable excepción, muy poco se ha recorrido.
Con excepción del avance en la discusión legislativa sobre empleo público, el resto de la agenda necesaria para el ajuste se estancó en medio de un juego político infantil.
Mientras el tiempo pasaba, las reformas para el ajuste fueron abandonadas a su suerte por Hacienda y Presidencia que no buscaron acercarse con transparencia y voluntad políticas al Legislativo para negociar. Este patético y miope juego, al final resultó muy útil para una oposición legislativa que al calor de los fuegos electorales y sus disputas internas, fue transfigurándose y mostrando altas dosis de irresponsabilidad, falta de visión y populismo.
Entre tanto, Hacienda y el Ejecutivo apuestan a que los resultados fiscales de los primeros meses de este año permitirán salvar la revisión.
Sin embargo, más allá de la aritmética presupuestaria y de las buenas subastas, debiese ser claro que dichos resultados pueden atribuirse a eventos extraordinarios no repetibles en el caso del aumento en los ingresos gubernamentales, a una dudosa contención del gasto en el sentido de si efectivamente se están gestionando responsablemente los recortes presupuestarios o si serán sostenibles políticamente en los siguientes meses, y a condiciones muy particulares y temporales en los mercados financieros locales.
Jugar con el cronómetro, dejando correr el tiempo, puede ser una estrategia políticamente útil para el Ejecutivo y para las agrupaciones políticas, en especial, cuando se trata de evitar discutir temas complejos; pero además de arriesgada, es irresponsable e indignante desde la perspectiva ciudadana.