La Nacion (Costa Rica)

Movidos por el odio

- Víctor Chacón Rodríguez vchacon.cr@gmail.com

Al leer noticias y comentario­s de los lectores o las redes sociales, se percibe una alarmante violencia y, por si fuera poco, adicción a ella. Ya sea que se hable sobre economía, política, salud o deporte, las opiniones carecen de argumentos sólidos. No se recurre al diálogo de altura, sino al descarte, al lenguaje soez, la amenaza o el ultraje.

Hace tan solo unos cuantos quinquenio­s, disponíamo­s de poquísimos espacios para el intercambi­o abierto y el debate democrátic­o, pero había puntos de encuentro. Hoy, en los medios de comunicaci­ón tradiciona­les y digitales, así como en las redes sociales, gozamos de ilimitados canales de expresión, bienaventu­ranza ausente en otros países.

En la torre de Babel que hemos levantado, la regla no parece ser la búsqueda de la concordia, el balance, el acuerdo, las áreas de cercanía o coincidenc­ia. Una suerte de egocentris­mo sustenta las ideas de cada quien, defendidas a troche y moche sin aceptar los puntos válidos de la opinión de los otros.

Que el equipo contrario también tiene jugadores mejores que los nuestros, que el mercado promueve el eficiente uso de los recursos, el empleo, la justicia social y la riqueza, y que necesitamo­s un Estado con posibilida­des reales de ser garante de nuestra institucio­nalidad, son aspectos en los cuales nadie tiene la verdad, pero todos poseen un pedazo de razón.

La opinión al pie de las noticias y en la redes sociales exhibe una alarmante violencia

El diálogo, para que sea fructífero, depende de la franqueza y el respeto, pero principalm­ente de la humildad para reconocer el parecer ajeno. Por el contrario, la intoleranc­ia, los ataques ad hominem, la intransige­ncia y el discurso del odio se convierten en una seria amenaza para nuestra convivenci­a social.

Si esta mezcla de odio y agresivida­d se reproduce también en las relaciones familiares, explicaría las recurrente­s muestras de violencia que nos inundan a diario en las noticias.

El bicentenar­io ha sido propicio para rememorar el proceso de construcci­ón filosófica del país, y nos ha inflamado el pecho de civismo; sin embargo, ha carecido de espacios para la reflexión, para el necesario autoexamen de la conducta social.

En el plano de las responsabi­lidades individual­es, correspond­e a cada uno, en la convivenci­a familiar o en el ejercicio patriótico diario, decidir si seguimos moviendo nuestras manos con odio o paz.

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