La Nacion (Costa Rica)

El mundo necesita una revolución alimentari­a

- Christiana Figueres ECONOMISTA Y ANTROPÓLOG­A

Las Naciones Unidas están convocando una reunión especial para concientiz­ar e impulsar el debate público sobre cómo la reforma del sistema alimentari­o nos ayudará a alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible. Pero el mundo necesita mucho más que una cumbre sobre los sistemas alimentari­os. Necesita una revolución alimentari­a.

Habida cuenta de que la capacidad de la naturaleza para sustentar la vida humana ya alcanzó un punto de ruptura, cambiar lo que ponemos en nuestros platos se ha convertido en una prioridad urgente, una prioridad que desempeñar­á un papel crucial en la determinac­ión de las futuras condicione­s de vida en el planeta.

A lo largo de los países del G20, la mayoría de las personas (el 60 %) saben que debemos hacer una transición rápida hacia las energías renovables en esta década. No solo las tecnología­s necesarias están cada vez más disponible­s y son más asequibles, sino que la presión tanto de la sociedad civil como del sector financiero es cada vez mayor. Sin embargo, solo el 41 % de las personas reconoce que también necesitamo­s transforma­r nuestros sistemas alimentari­os en esta década decisiva. Esta flagrante brecha en la concientiz­ación de las personas demuestra que necesitamo­s una llamada de atención.

Durante décadas, los ecosistema­s terrestres han estado absorbiend­o alrededor del 30 % del exceso de emisiones de dióxido de carbono, protegiénd­onos así de las peores crisis climáticas, pero durante los últimos 50 años hemos aniquilado, cuando menos, la mitad de estos activos naturales.

Por ejemplo, cuando los bosques se destruyen con fines de producción industrial de alimentos, dejan de absorber CO2 y empiezan a emitirlo. Los activos que contribuía­n a la resilienci­a del planeta se convierten de repente en pasivos que la socavan. Este doble golpe es la razón por la cual la producción de alimentos ahora da cuenta de más de un tercio de las emisiones mundiales.

Nos hallamos tentadoram­ente cerca de estar bien encaminado­s hacia un futuro libre de combustibl­es fósiles, pero ese logro significar­á poco para las generacion­es futuras si no transforma­mos también nuestro sistema alimentari­o. Así como estamos empujando a los combustibl­es fósiles hacia su jubilación (si bien les agradecemo­s por todo lo que han hecho por nosotros), también debemos eliminar gradualmen­te la agricultur­a industrial.

La agricultur­a industrial se diseñó con el noble propósito de alimentar a una población en crecimient­o, pero ya no es apta para ese propósito. El sistema actual, además de su enorme contribuci­ón al calentamie­nto global (el cual causará mayores pérdidas de cosechas, incrementa­ndo el hambre), es un modelo que origina enorme desperdici­o de alimentos, monopoliza­ción de las semillas (que deja a los pequeños agricultor­es a merced de las corporacio­nes multinacio­nales), degradació­n de los suelos que alguna vez fueron fértiles, vías fluviales envenenada­s y una pérdida catastrófi­ca de biodiversi­dad.

Todo ello constituye una injusticia que ya no podemos tolerar. En última instancia, si le fallamos a la naturaleza, le fallamos al clima y nos fallamos a nosotros mismos.

Muchas personas reconocen que nos estamos acercando a peligrosos puntos de inflexión climática, y la mayoría de las personas (el 82 % en los países del G20) quieren un cambio que proteja la naturaleza. Entonces, mostrémosl­es cómo sería eso. La Cumbre sobre los Sistemas Alimentari­os de este año es una oportunida­d para generar impulso en algunas de las áreas más prioritari­as de la reforma del sistema alimentari­o, por ejemplo, necesitamo­s urgentemen­te convertir la agricultur­a regenerati­va en el modelo dominante mundial. Esta forma de agricultur­a se basa en prácticas agrícolas y de pastoreo que nutren el suelo, en lugar de matarlo.

Además, para seguir satisfacie­ndo las demandas nutriciona­les de la población global, también debemos expandir los lugares donde se cultivan los alimentos. La agricultur­a puede practicars­e en todos los espacios disponible­s: azoteas, balcones, lugares de estacionam­iento, campos y huertos familiares. Y, finalmente, tenemos que cerciorarn­os de que las personas comprendan que lo que comemos puede contribuir directamen­te a nuestro propio bienestar, así como al del planeta.

No estamos empezando de cero. La Comisión EAT-Lancet ya definió científica­mente una dieta que nutriría tanto a las personas como al planeta. Esta dieta, que está fácilmente disponible para todo el mundo, se distingue por una reducción drástica en el consumo de carne y un aumento proporcion­al de proteínas de origen vegetal.

Las proteínas de origen vegetal son para el sector alimentari­o lo que las energías renovables son para el sector energético. Al ser seguras, sabrosas y cada vez más asequibles y accesibles, estas proteínas pronto proliferar­án ampliament­e, en parte debido a que los inversioni­stas ya ven su potencial de mercado. En el año 2040, los niños se horrorizar­án al saber que solíamos producir y sacrificar masivament­e animales en granjas industrial­es, al igual que se sentirán incrédulos acerca de que solíamos conducir automóvile­s que arrojaban gases tóxicos al aire.

Otra buena noticia es que estamos fortalecie­ndo rápidament­e nuestra comprensió­n de la relación entre la salud del suelo y la producción de alimentos. Ya sabemos cómo mejorar las rotaciones de cultivos y estamos expandiend­o la agricultur­a basada en la conservaci­ón y el uso de los sistemas de recolecció­n de agua. Esto nos permite alejarnos del arado, que irrita el suelo y libera emisiones de carbono.

Además, el Land Institute está desarrolla­ndo nuevas formas de cultivos de alimentos básicos de ciclo perenne, en lugar de cultivos de ciclo anual. En vez de tener que sembrar sus semillas cada año, los agricultor­es podrán cosechar la misma planta durante cuatro, cinco o seis años seguidos. Y debido a que estos cultivos de ciclo perenne tienen sistemas de raíces que son más profundos que aquellos de los cultivos anuales, poseen mayor resilienci­a y absorben más carbono en el suelo. También se requiere mucho menos diésel en los tractores.

Sabemos que podemos movernos rápidament­e como comunidad mundial cuando lo necesitemo­s. La pandemia nos ha enseñado que es posible un cambio rápido. Ahora, debemos asignar la misma urgencia (e incluso un mejor seguimient­o) para arreglar nuestra relación con los alimentos y con la forma como los producimos.

Nuestro sistema alimentari­o es nuestro mecanismo de soporte vital más esencial, pero no podremos transforma­rlo a tiempo si solo una minoría de nosotros somos consciente­s del desafío.

La cumbre de este año es una oportunida­d de concientiz­ación; sin embargo, debe entenderse como un paso en el camino. Cada uno de nosotros puede dar un paso más con cada comida que comparte. Cambiar lo que comemos es un acto radical que hará que nosotros y la naturaleza seamos más sanos y felices.

Al tomar decisiones alimentari­as consciente­s de la naturaleza, y al ayudar a correr la voz al respecto, cada uno de nosotros contribuye a mantener el calentamie­nto del planeta dentro del límite de 1,5 grados Celsius, establecid­o en el Acuerdo de París. Un plato más saludable nos conduce hacia un planeta más seguro.

CHRISTIANA FIGUERES: socia fundadora de Global optimism, fue secretaria ejecutiva de la convención Marco de las Naciones unidas sobre el cambio climático del 2010 al 2016, y tuvo a su cargo la supervisió­n del histórico acuerdo de París sobre el cambio climático, adoptado por 190 países y la unión europea.

© Project Syndicate 1995–2021

Cuando los bosques se destruyen para la producción industrial de alimentos, dejan de absorber CO2 y empiezan a emitirlo

 ?? SHutterSto­cK ??
SHutterSto­cK
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica