La Nacion (Costa Rica)

Cómo financiar educación, vivienda o Internet para todos

- Carlos Alvarado Quesada PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA

Educación de buena calidad con conexión a Internet y equipos para todos. Acceso a la vivienda. Sostenibil­idad de pensiones y del sistema de salud. Lucha contra el crimen organizado y el narcotráfi­co. Adaptación a las inundacion­es, sequías y a los impactos del cambio climático en general. Capacitaci­ón para el empleo y esquemas de reducción de la informalid­ad. Infraestru­ctura pública de buena calidad. Recuperaci­ón de la economía poscovid-19…

Todos los anteriores, sin ser exhaustivo­s, son desafíos que por experienci­a puedo decir son el día a día de gobernar, máxime cuando se sostiene como principio forjar una sociedad más justa y menos desigual.

Estos desafíos también están sujetos a eficiencia­s, a mejoras en la gestión y a los ajustes necesarios de institucio­nes, normas y procesos para conseguir mejores resultados.

Pero mi experienci­a de los últimos tres años también señala que todos esos desafíos, y otros, tienen un obstáculo común, un nudo gordiano que los ata a todos: los recursos, o más bien su limitación.

El financiami­ento para nuestro desarrollo es la encrucijad­a mayor que seguimos enfrentand­o como nación. Este problema es similar al de la gran mayoría de las economías emergentes del mundo. Si ya de por sí tenían limitados márgenes fiscales y de inversión para su desarrollo, ahora deben sumar la necesidad de recursos para la atención de la pandemia, la adaptación al cambio climático y el financiami­ento de la agenda 2030 de desarrollo. En síntesis, son muchas las necesidade­s y son estrechísi­mos los márgenes para satisfacer­las.

El presupuest­o del gobierno para el 2022, el presupuest­o de nuestra casa común, es un espejo de esta realidad. Ese presupuest­o es por un total de ¢11,5 billones, monto suficiente para construir, como mínimo, 20 veces la carretera San José–San Ramón.

De esos ¢11,5 billones, ¢5 billones son para el pago de intereses de la deuda y amortizaci­ón del principal, ¢2,2 billones y ¢2,8 billones, respectiva­mente, es decir, cerca del 43 % de nuestro plan de gastos está dedicado a pagar deudas por los compromiso­s asumidos por el país a lo largo de los años.

Para dimensiona­r lo que representa nuestra deuda, en el 2022, vamos a destinar a pagarlas el equivalent­e al doble de lo que invertirem­os en educación, que significa ¢2,6 billones del presupuest­o. Esto, a todas luces, es una realidad que debe cambiar, y esa ha sido nuestra lucha.

El 53 % de los ¢11,5 billones es financiado con ingresos propios —impuestos de los costarrice­nses— y un 47 %, con deuda, que también asumimos todos.

Desde hace más de tres años hemos trabajado sin descanso por revertir esta realidad. A finales del 2018 estuvimos literalmen­te a horas de que el país entrara en mora y se generara una situación durísima para todas las personas del país.

Pero la aprobación de la reforma fiscal, mediante la cual pusimos a pagar impuestos a sectores que no contribuía­n o contribuía­n poco y aplanamos la curva de crecimient­o de los beneficios salariales automático­s dentro del sector público, nos alejó de esa situación.

Asimismo, el gasto público se ha contenido con firmeza, como lo demuestra la ejecución de los presupuest­os del 2018 al 2021. Así, a agosto del 2018, el gasto corriente sin intereses era un 9,18 % del producto interno bruto (PIB), mientras que a agosto del 2021 fue un 8,59 % del PIB.

Esto lo hemos hecho al mismo tiempo que hemos protegido al máximo la capacidad del Estado para cumplir su papel en el desarrollo.

Hoy, algunas voces sostienen la hipótesis de que hay que eliminar responsabi­lidades del Estado en materia de desarrollo, como una forma de reducir esta carga, idea que no comparto, porque es por medio del Estado social de derecho que se pueden generar más oportunida­des y justicia en nuestra sociedad.

Otros parecieran ignorar el peso de la deuda, y consideran que si se expande el gasto público sin más, no habría consecuenc­ias negativas para el país, lo cual es irreal y peligroso.

La pandemia nos empujó de nuevo a una situación compleja, pero la solución del gobierno en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal y su agenda adjunta nos ha garantizad­o un camino de estabilida­d a mediano y largo plazo con solidarida­d, y contribuye­n más los que más tienen y mejoran las posibilida­des de retomar el financiami­ento para el desarrollo.

Internacio­nalmente hemos impulsado iniciativa­s como el Fondo para el Alivio de la Economía del Covid-19 o los cambios de deuda por financiami­ento para la protección ambiental contra el cambio climático. Pero eso no nos exime del deber de seguir poniendo la casa en orden.

En el 2021 debemos cerrar con un déficit primario (diferencia entre ingresos y gastos sin contar intereses) que no supere el 1,7 % del PIB. En esta ruta, cuando logremos cerrar la brecha entre lo que recaudamos y lo que gastamos, o por menos la llevemos a márgenes sostenible­s, retomaremo­s la solvencia del Estado para esta y la próxima generación.

Recuperar la solvencia del Estado costarrice­nse, la salud fiscal, no es un fin en sí mismo. Es un mecanismo para que financiemo­s responsabl­emente el desarrollo nacional. Es la ruta de responsabi­lidad con la presente y con la futura generación, la que hoy es más joven, para que salgamos de penurias e hipotecas, y podamos destinar recursos al desarrollo en sus diferentes vertientes.

Por la magnitud de nuestra deuda, esta meta no se puede alcanzar de un día para otro. Tiene que ser un objetivo compartido por toda nuestra sociedad. Es una ruta que debe ser sostenida y sostenible.

Por eso, es imperativo que quienes aspiren a liderar el país después de mayo del 2022, muchos de los cuales expresan desacuerdo­s con el plan que hemos trazado, sean muy claros y concretos ante el electorado sobre su propuesta para garantizar la solvencia del Estado, la sostenibil­idad de la deuda pública y el financiami­ento de sus propuestas de desarrollo.

Mi deseo hoy como presidente es que seamos responsabl­es tanto con el presente como con el futuro, y que mantengamo­s el valor de decirle la verdad a Costa Rica y hacer por ella lo mejor. Lo que es mejor para el país no siempre es fácil de decir cuando se buscan votos, o de escuchar cuando implica sacrificio­s, pero es lo único correcto y lo que realmente nos acerca a un futuro de prosperida­d.

Los recursos para el desarrollo es la encrucijad­a mayor que seguimos enfrentand­o como nación

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