La Nacion (Costa Rica)

Más parques a lo largo y a lo ancho del país

- ABOGADO Humberto Fallas Cordero hfallascor­dero@hotmail.com

Con el paso del tiempo la población crece y, en igual proporción, los pueblos y las ciudades. Los potreros, áreas bucólicas que en mi lejana infancia rodeaban los poblados y eran campos de juegos, donde nos sentíamos libres como el viento y saboreábam­os deliciosas guayabas y frutas silvestres, han ido desapareci­endo.

Allí, muchos de nosotros disfrutába­mos los paseos familiares con almuerzos campestres y manteles de cuadros rojos sobre la hierba. Con unas cuantas piedras y trocitos de madera seca, prendíamos un fuego para chorrear el café que saboreábam­os acompañado de pan casero.

Los cafetales, con frondosos higuerones y árboles de poró, prodigaban belleza y frescura al entorno, y con maternal afecto brindaban refugio a aves y pajarillos, a donde llegaban a juguetear las traviesas ardillas, pero todos estos cedieron su espacio a las urbanizaci­ones, a las casas y edificios.

Los cantones se han ido quedando sin lugares para el esparcimie­nto de sus habitantes

Espacios vitales deteriorad­os. La ausencia de planificac­ión y la falta de visión de gobiernos y municipali­dades ha contribuid­o al hacinamien­to casi perverso, enemigo del ambiente; como consecuenc­ia, la belleza escénica perdió protagonis­mo.

El aumento desmedido de vehículos satura el aire de contaminac­ión; el humo y los ruidos estridente­s dañan la salud y nuestra paz espiritual. La calidad de la vida desmejora día tras día.

Los ríos y riachuelos, rodeados de vegetación y hermosas flores silvestres de heliotropo, donde nadaban pececillos, son víctimas actuales de algunas personas carentes de educación, que depositan en ellos, sin ningún remordimie­nto de conciencia, sus desechos.

Dichosamen­te, quienes aman la naturaleza, gente digna de todo encomio, llevan a cabo ingentes esfuerzos por recuperar esos vitales espacios.

Con una nostalgia que no puedo disimular, recuerdo los balnearios de aguas cristalina­s que existían en el cantón de Desamparad­os, donde las familias disfrutaba­n de amplias zonas verdes y jardines cuidados con esmero por los propietari­os.

Todos esos paisajes, colmados de encanto y verdor, desapareci­eron. Por otro lado, los pocos parques que existen en los cantones, con algunas excepcione­s, rinden pleitesía al cemento.

Áreas verdes en extinción.

Fuera de los parques de la Sabana, de la Paz y del Este, entre otros, que la población posee gracias a la visión de algunos gobernante­s, en el resto del país los sitios poblados de árboles brillan por su ausencia.

Nuestros ancestros nos legaron hermosos lugares arbolados en San José y en algunas ciudades del resto de las provincias.

En el sur de San José, en las ciudadelas de Hatillo, saturadas de viviendas, aparte de angostas alamedas, ya no cuentan con parques; allí, el cemento se señorea por doquier.

Los gobiernos que diseñaron esas ciudadelas olvidaron, por cortedad de miras y carencia de planificac­ión, o por razones económicas, construir amplias zonas verdes y sitios para el esparcimie­nto de sus habitantes.

Lo mismo sucede en los cantones de Alajuelita, Desamparad­os y Aserrí. En Desamparad­os, por ejemplo, dolorosame­nte, los seres humanos, con la complicida­d de los gobiernos municipale­s, a lo largo del tiempo, quizás por desinterés, han echado a perder sus muchas bellezas naturales.

Hoy los pueblos están saturados de viviendas sin ningún orden. Ese cantón es el mejor ejemplo de lo que es una política inadecuada de desarrollo urbano.

Resulta necesario, antes de que sea demasiado tarde, detener el rápido avance de casas y edificios en esos cantones, que el gobierno y las municipali­dades adquieran amplios terrenos para destinarlo­s a parques que brinden frescura, verdor y belleza al entorno, y tranquilid­ad y paz espiritual, a sus habitantes.

Guardo la esperanza de que estas reflexione­s despierten en las autoridade­s locales el interés para que muy pronto disfrutemo­s hermosos parques en las comunidade­s citadas.

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