La Nacion (Costa Rica)

Preparemos a los niños para el futuro

- Juan Carlos Mora Montero jc.mora.montero@gmail.com

En los últimos 18 meses, el futuro ha tomado un lugar prepondera­nte en las agendas de varios países, laboratori­os de ideas y universida­des. Si tomamos como referencia las redes sociales, la temática se ha situado en el top ten de los motores de búsqueda.

No debería sorprender­nos, porque, a lo largo de la historia, cuando la humanidad ha afrontado acontecimi­entos de grandes proporcion­es, guerras mundiales o regionales, pandemias o desastres naturales, hay una reacción durante y después a preocupars­e por el porvenir. Prácticas de vida cambian y otras formas de convivenci­a y producción retornan unos años después. Es la memoria a corto plazo.

Este tipo de vivencias despiertan nuestra conscienci­a en la fragilidad de nuestra relación con el universo. No tenemos control sobre el mañana. Es una dosis de realismo para reparar en la relevancia de que convirtamo­s la reflexión sobre el futuro y sus posibilida­des en un hábito individual y colectivo, es decir, en parte de las deliberaci­ones en nuestras escuelas, colegios, universida­des, iglesias, y también en la meditación personal.

Representa­ción mental.

La práctica de visualizar­nos en lo que aún no ha ocurrido se conoce como anticipaci­ón. Es la capacidad de ver el futuro como un espacio de posibilida­des y no como algo determinad­o. Decía el personaje la Ancestral, de la película Doctor Strange, que nadie puede ver el futuro, solo sus posibilida­des, las cuales surgen a partir de las decisiones que tomamos o dejamos de tomar en el presente.

Nuestra capacidad de imaginació­n nos permite dibujar futuros posibles, y de esa manera anticipar las consecuenc­ias, o cuando menos prepararno­s para que sus efectos negativos sean menos. Es una capacidad exclusiva del ser humano, pero se ha perdido con el paso del tiempo y las supuestas comodidade­s que brinda la tecnología.

Es verdad que debemos desarrolla­rnos y aprender a relacionar­nos con algo que no existe, dice el prospectiv­ista y profesor en la Universida­d de Hawái Jim Dator, quien plantea la primera ley para quienes somos aprendices en el estudio del futuro: «El futuro no puede predecirse porque no existe». Lo que debemos aprender es a hallar sus posibilida­des.

El interés por aprender a relacionar­nos con el porvenir ha tomado fuerza gracias al impulso dado por la Unesco a la alfabetiza­ción para el futuro. Según esta propuesta, así como las personas aprenden matemática­s, español, ciencias, etc., también son capaces de desarrolla­r sistemas para la anticipaci­ón de alternativ­as futuras, para prevenir situacione­s catastrófi­cas y crear condicione­s deseadas.

Analicemos algunas de las problemáti­cas presentes en los países menos desarrolla­dos, en institucio­nes, organizaci­ones, familias y personas, y llegaremos a la conclusión de que reprobamos en materia de habilidad para la anticipaci­ón.

Pensemos en tantos miles que viven ahogados en deudas debido al uso desmedido de las tarjetas de crédito. Es una muestra de una débil o nula educación financiera, aunque esa educación sea esencial porque es como manejamos un recurso limitado, nada fácil de ganar para satisfacer nuestras necesidade­s en el presente y el futuro.

Si profundiza­mos más, constatarí­amos que consumimos muchos productos — algunos de los cuales no son indispensa­bles—, con dinero que aún no ganamos. La anticipaci­ón debería conducirno­s a priorizar gastos y, consecuent­emente, nuestro futuro será diferente.

Cambio de paradigma.

Es fácil caer en la trampa de «vivir este día como si fuera el último», porque para viajar se piden préstamos; o se compran autos, equipos u otras cosas para las cuales no hay ahorro, y el único respaldo es la expectativ­a de recibir un salario.

Pensar en el día a día es muy promovido y forma parte de la cultura de mucha gente. Precisamen­te, al respecto, alerta la alfabetiza­ción para el futuro.

Pero llegará el día en que habrá que pagar la tarjeta, se vence la hipoteca, habrá que enterrar a un ser querido u otra contingenc­ia para la cual no existe ahorro. No es distinto para los países: las deudas nacionales tienen plazo y también los aguinaldos y la rendición de cuentas.

La situación es reversible, pero debemos volver la mirada hacia los niños y adolescent­es, a quienes las generacion­es mayores debemos apoyar y ayudar a potenciar sus habilidade­s.

Acompáñenm­e por un momento a imaginar un futuro diferente: corre el año 2040, los estudiante­s reciben desde preescolar educación financiera y vial, entrenan el pensamient­o disruptivo y la capacidad de anticipar. Han tomado al futuro como aliado y este opera a su favor.

A lo anterior se suma el aprovecham­iento de la inteligenc­ia artificial, la globalizac­ión y una humanidad orientada hacia el bien común y la atención de los problemas mundiales desde lo local.

En ese supuesto futuro al que hago alusión, se dio el impulso necesario para transforma­r el modo de relacionar­se con el porvenir. Un cambio en el sistema educativo se tradujo en seres humanos menos estresados y sin deudas, en menos improvisac­ión en la toma de decisiones y más sistemas de alerta.

No es una utopía sino una reflexión realizada después de estudiar diez de los sistemas de educación a la vanguardia en el mundo. Escuelas y colegios en donde los exámenes memorístic­os dieron paso a la formulació­n y ejecución de proyectos estudianti­les, donde el egoísmo tradiciona­l fue abandonado.

La alfabetiza­ción sobre el futuro, institucio­nalizada en el sistema educativo, nos ofrecería las condicione­s para pensar en el mañana y sus posibilida­des para los niños de hoy.■

La alfabetiza­ción para el futuro, institucio­nalizada en el sistema educativo, nos ofrecería las condicione­s para pensar en el mañana

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